Fe

¿Una confesión nula anula las siguientes?

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Escrito por Padre Henry Vargas

Es bien sabido que la confesión es un sacramento muy importante para la vida cristiana ya que a través de él recibimos el perdón de Dios; es un sacramento que se debe recibir, como mínimo, una vez al año (este es uno de los cinco preceptos de la Iglesia), a partir de aquí se debe frecuentar todas las veces que sean necesarias.

Pero, para que este sacramento nos confiera el perdón de Dios, la confesión debe ser asumida con seriedad y con responsabilidad.  ¿Y cómo se asume con seriedad y con responsabilidad el sacramento de la confesión? Pues, la respuesta es sencilla, con la debida preparación. ¿Y cómo se debe preparar el fiel para la confesión? Pues el fiel se prepara cumpliendo bien, uno a uno y en orden, los siguientes cinco pasos mandados para hacer una buena confesión: Examen de conciencia, contrición de corazón, propósito de la enmienda, confesión de boca y satisfacción de obra.

Conviene no pasar al paso sucesivo si no se ha hecho muy bien el paso precedente. Para recibir válidamente la absolución se deben hacer bien los cuatro primeros pasos, el quinto se hará después de la debida absolución.

Y estos pasos se deben hacer teniendo en cuenta el periodo que corre desde la última confesión bien hecha. Si  se omiten varios de estos pasos (o al menos uno) o no se cumplen bien la confesión no solo es nula sino, en consecuencia, también será sacrílega; y si es nula pues no se recibe el perdón de Dios por más que el sacerdote haga el gesto de absolver y pronuncie la correspondiente formula.

Las causas más frecuentes para que se dé una confesión nula y sacrílega son: improvisar la confesión, la deficiente preparación, el callar expresamente al menos uno de los pecados mortales, la falta de dolor por el pecado cometido, no tener la intención de enmendar o corregir la vida, no prever lo necesario para alejarse de la ocasión de pecado, el no querer someterse a cumplir las obligaciones consiguientes a la confesión.

Por tanto si una confesión fue nula y sacrílega por no haber sido bien hecha (porque de alguna manera la persona así lo quiso o lo permitió), es obvio que se tenga qué repetir. De no hacerlo en la siguiente ocasión la nueva confesión también será nula y sacrílega, y así sucesivamente; por tanto, ante esta realidad la persona no solo no recibe el perdón sino que además va acumulando pecados.

El gran problema es que la persona que se confiesa, en el mejor de los casos, ignora inocentemente que su confesión es nula y sacrílega, y sigue asumiendo las siguientes confesiones de la misma manera. No podemos andar de confesión nula en confesión nula como si nada.

De aquí que sea importante hacer una confesión general. La confesión general es aquella en que se acusan de nuevo los pecados mal confesados o que se dejaron de acusar en confesiones anteriores.

Esta confesión general puede ser útil y sobre todo necesaria. Lo será cuando tenemos alguna duda prudente sobre nuestras confesiones, en ciertas ocasiones más solemnes de la vida (antes de recibir los demás sacramentos, en peligro de muerte, al comenzar un retiro, etc.), cuando esperamos obtener de ella algún fruto particular, etc..

Tal vez donde más se falla en las confesiones es la confesión de boca de los pecados. Para la validez de la Confesión es imprescindible la acusación detallada de los pecados cometidos desde la última confesión bien hecha (canon 988, 1).

Con respecto a la confesión de boca de los pecados, quien calló precedentemente, al menos una vez, los pecados o al menos uno de manera consciente y voluntaria debe, en la siguiente confesión, acusar los pecados que calló, acusar el número de confesiones y comuniones sacrílegas que hizo, repetir la acusación de los que acusó en las confesiones mal hechas y confesar los últimos pecados o los pecados actuales desde la ultima confesión. Todo esto debe hacerlo ante un mismo confesor.

La acusación de los pecados debe ser entera, sincera, humilde, prudente y breve.

La confesión debe ser entera, es decir, es necesario declarar todos los pecados comenzando por los mortales cometidos después de la última confesión bien hecha con su número, especie y circunstancias que mudan la especie.

La confesión debe ser sincera cuando se acusan los pecados como la conciencia nos los muestra, sin disminuirlos ni aumentarlos, y sin tratar de engañar al sacerdote acusándolos de modo que no los entienda, o excusándolos hipócritamente. La mentira, el engaño y los equívocos durante la confesión son pecado mortal y causa de sacrilegio.

La confesión debe ser humilde, es decir no debemos acusar los pecados con arrogancia y/o altanería, como tampoco confesarlos en un contexto de simplicidad y familiaridad con el sacerdote, sino con sentimientos de pesar.

La confesión debe ser prudente, es decir, debemos utilizar términos modestos y dignos al acusar nuestros pecados, y no revelar pecados ajenos.

La confesión debe ser breve,  esto es, no debemos enredarla o alargarla con explicaciones inútiles, relatos de enfermedades y problemas propios o ajenos, etc.. Es que hay personas que confiesan lo que no es pecado o cosas que han hecho bien.

Otro gran problema o causa para que se den las confesiones nulas y sacrílegas es el tipo de conciencia que la persona tenga. Llámese conciencia moral al juicio práctico que hacemos sobre la bondad o maldad de un acto, y sobre la obligación que nos impone.

Toda persona debe tener una conciencia verdadera por razón del objeto, recta por razón del modo de juzgar y cierta por razón de la firmeza del juicio. Nunca la conciencia debe ser errónea por razón del objeto, falseada (relajada o laxa, estrecha, escrupulosa, perpleja) por razón del modo de juzgar, ni  probable o dudosa por razón de la firmeza del juicio.

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