Fe

¿Si Jesús fundó su Iglesia qué pasó en la historia?

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Escrito por Padre Henry Vargas

Las divergencias entre los cristianos, y que son motivo de vergüenza ante el mundo, provienen de varios factores…

El cristianismo se presenta hoy ante el mundo, dividido en cuatro grandes bloques. Durante el primer milenio sólo existía un único cristianismo o una única Iglesia que era santa y católica (credo de los apóstoles); realidad eclesial que se amplía hasta ser definida la Iglesia también como apostólica en el credo del Concilio de Nicea (año 325); credo que fue confirmado y ampliado en el credo del Concilio de Constantinopla (año 381).

De esta Iglesia, fundada por Jesús, se desprendieron, en el segundo milenio, tres grupos: Los ortodoxos, los anglicanos y los protestantes (las innumerables sectas cristianas con sus subsectas).

Obviamente, desde el punto de vista doctrinal, hay semejanzas y diferencias. Por ejemplo, la divinidad de Jesús, que es firmemente confesada por los católicos y ortodoxos, no es admitida por todos los protestantes sino sólo por aquellos que hacen parte del consejo ecuménico de las iglesias, con sede en Ginebra (Suiza).

La razón de la separación de los tres grandes bloques antes mencionados está en el hecho de que no todos admiten el mismo concepto de verdad, ni la fuente de la verdad, ni toda verdad.

Todos consideramos que una de las fuentes de la Divina Revelación es la palabra de Dios, que está contenida en la Sagrada Escritura, pero hay divergencias, especialmente con y entre los protestantes; el motivo es, entre otras cosas, que la biblia además de ser interpretada por ellos de manera privada, no aceptan los mismos libros.

Y la otra fuente de la Divina Revelación es la Sagrada Tradición, que los protestantes no aceptan. La Sagrada Tradición, que es la misma predicación apostólica recibida oralmente de los Apóstoles, es conservada y transmitida en la Iglesia, que es “columna y fundamento de la verdad” (1 Tm 3, 15). 

La Tradición es transmitida por Jesucristo a los Apóstoles, y a través de estos a la Iglesia (DV, 9; catecismo, 81). Es lo que nos dice San Pablo. El apóstol Pablo en su carta a los Corintios se refiere a esta Tradición Apostólica cuando dice: «Yo mismo recibí esta Tradición que, a su vez, les he transmitido» (1 Cor. 11, 23).

Dentro de la Tradición están contenidos los Símbolos o Profesiones de la fe, el canon de la biblia (catecismo, 120), los documentos de los Concilios, los escritos de los Santos Padres de la Iglesia, etc.

Nosotros los cristianos católicos creemos que Jesús haya confiado la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición, fuentes de la Divina Revelación, a la Iglesia y a su magisterio (DV, 9). La Divina revelación contiene el depósito de la fe como bien lo afirma el catecismo: “El depósito” (cf. 1 Tm 6,20; 2 Tm 1,12-14) de la fe (depositum fidei), contenido en la sagrada Tradición y en la sagrada Escritura fue confiado por los Apóstoles al conjunto de la Iglesia…” (Catecismo, 84).

Ahora bien, “el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejerce en nombre de Jesucristo” (DV, 10) gracias al don o al carisma de la infalibilidad (catecismo 889, 2035), y su contenido se ha de aceptar o creer pues en él se fundamenta la doctrina.

El magisterio solemne o extraordinario se ejerce tanto por los obispos unidos al Papa en los  concilios ecuménicos, como también cuando el Papa enseña como maestro y pastor de la Iglesia universal, según la expresión técnica usada por el Concilio Vaticano I: “ex cathedra”.

Los ortodoxos se separan de la Iglesia matriz, en el siglo XI, comenzando por motivos culturales y lingüísticos: mientras que en Occidente se hablaba latín, en el Oriente bizantino prevalecían la lengua y la cultura griegas. Pero los motivos de separación van más allá. La separación involucra diferencias rituales junto a cuestiones teológicas como la llamada “controversia trinitaria” y el concepto de purgatorio. Los ortodoxos, además, han visto el primado del Papa sólo como una primacía honorífica que no le otorgaba la autoridad sobre los fieles ortodoxos. Los ortodoxos, además, reconocen sólo la autoridad de los primeros siete concilios ecuménicos que se llevaron a cabo cuando ellos aun estaban unidos a la Iglesia Católica.

Los anglicanos, que surgen en la primera mitad del siglo XVI, fueron fundados por el rey de Inglaterra, Enrique VIII. ¿El motivo? El rey Enrique VIII se había casado con Catalina de Aragón, pero como ella no le dio hijos varones el monarca consideró fracasado su matrimonio.

Por ello, pidió la nulidad de su matrimonio al Papa Clemente VII; nulidad que el Papa no vio viable. Ante esta negativa el rey, por rebeldía y soberbia, se proclama cabeza suprema de la Iglesia de ese país generando un cisma: negando la autoridad del Papa, para introducir en su reino el divorcio.

Dogmáticamente, los anglicanos son como un punto intermedio entre la Iglesia Católica y los protestantes. La iglesia anglicana ha perdido la sucesión apostólica. El Papa León XIII, en el año 1880, declaró interrumpida la sucesión apostólica en la iglesia anglicana, por lo cual sus obispos y sacerdotes no son lícita ni válidamente ordenados.

Los protestantes también surgen en la primera mitad del siglo XVI. Básicamente los protestantes consideran que la sola fe es suficiente para salvarse.

Las divergencias entre los cristianos, que son tantas y no es aquí el lugar de enumerarlas y explicarlas todas, y que son motivo de vergüenza ante el mundo, provienen principalmente de varios factores:

1.- No aceptar que Jesús sea la cabeza de la Iglesia, su cuerpo místico (Col 1, 18).

2.- No aceptar que Jesús quiso que su Iglesia fuera absolutamente universal, e impuso a todos los hombres una obligación de pertenecer a ella, a menos que la ignorancia no culpable los pueda excusar (Mt 28, 19; Mc 16, 15).

3.-  No aceptar que Jesús deseó que su Iglesia fuera una, con una unidad corporativa visible de fe, gobierno y culto (Jn 17, 20-23).

4. No aceptar el primado de San Pedro (Mt 16, 18-19; Lc 22, 31; Jn 21, 15-17).

5.- No aceptar que el Espíritu Santo (El Espíritu de LA VERDAD – Jn 14, 17; Jn 16, 3) se posó, única y exclusivamente, el día de pentecostés sobre la Iglesia naciente que Jesús fundó.

6. No aceptar que la Iglesia que Jesús fundó subsiste hoy en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica (catecismo, 816, 870). “La única Iglesia de Cristo, como sociedad constituida y organizada en el mundo, subsiste (subsistit in) en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él. Sólo por medio de ella se puede obtener la plenitud de los medios de salvación, puesto que el Señor ha confiado todos los bienes de la Nueva Alianza únicamente al colegio apostólico, cuya cabeza es Pedro” (Compendio del catecismo de la Iglesia Católica, 162).

7.- No aceptar que sólo la Iglesia, tan consciente en otro tiempo de ser una sociedad perfecta, fue redefinida por el Concilio Vaticano II como EL PUEBLO DE DIOS.

8.- Rechazo del magisterio de la Iglesia.

9.- Con los ortodoxos, fuera de haber diferencias por cuestiones teológicas, interfieren también profundas diferencias políticas.

10.- Otras causas. Detrás de la división que hiere a la Iglesia y ofende a Cristo están siempre la soberbia y el egoísmo, que son causa de todo desacuerdo y que hacen que las personas sean incapaces de escuchar la verdad y de aceptarla. Hay, además, ignorancia, prejuicios, pecaminosidad, motivos de conveniencia o intereses personales de toda índole.

Para que las diferencias cesen es necesario que se concrete la voluntad de Jesús, el Cristo, el cual quiere que sus seguidores o discípulos sean “un solo rebaño bajo un solo pastor” (Jn 10, 16), que sus discípulos sean uno (Jn 17, 20-23); para  esto son necesarias la fe, la humildad y la obediencia a Jesucristo.

La unidad es lo que pide y quiere también San Pablo: «Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir» (1 Cor 1, 10).

Como la división no habla bien de Jesucristo ni de sus discípulos, es necesario trabajar por la unidad (la unidad es de Dios). El rebaño, que es la Iglesia, tiene que estar formado y unido por todos los cristianos, por todos los que creemos en Cristo; y el pastor tiene que ser el único Cristo que gobierna través de su vicario en la tierra, el Papa o el Sumo Pontífice, en comunión con los demás obispos, sucesores de los apóstoles, los legítimos pastores.

P. Henry Vargas Holguín.


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