Fe

¿Quién dice ‘yo me confieso directamente con Dios’ recibe su perdón?

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Escrito por Padre Henry Vargas

Aunque la salvación sea, al igual que la justificación, un don gratuito de Dios puede, como cualquier regalo, ser rechazada; incluso aun después de ser aceptada. Y aquí tenemos el pecado. Y si uno no está atento a cómo vive se puede perder la salvación.

Los protestantes, que no son personas ni inmaculadas ni santas, mueren con toda clase de pecados aunque digan ‘yo me confieso directamente con Dios’; y aunque mueran en esa situación creen que por la justificación ya están inexorablemente salvados, o que de este mundo pasarán al cielo de manera directa. Creen que tienen la salvación garantizada, que nunca la perderán.

¿Pero, como ellos ya se consideran salvados, qué sentido tiene confesar los pecados a Dios?

¿Tiene lógica contarle a alguien mis cosas aun sabiendo yo que esa persona ya las conoce? ¿Es decir, tiene sentido confesarle los pecados directamente a Dios; pecados que, entre otras cosas, Él ya conoce?

Supongo yo que los protestantes, cuando dicen ‘confesarse’ directamente con Dios, en fondo no se están confesando; estarán simplemente reconociendo su condición de pecadores, o le están pidiendo perdón a Dios por sus pecados y/o le están expresando arrepentimiento. Pero esto no basta.

¿En caso de que sea una petición de perdón a Dios, cómo pretenden los protestantes recibir dicho perdón directamente de Él si es alguien invisible, intangible e inaudible?

¿Con el ‘yo me confieso directamente con Dios’ se buscará apaciguar la conciencia? En todo caso esta posición o punto de vista no debe ser vista como un auto perdón. El perdón que necesitamos, por cometer el pecado, no es algo que podamos darnos nosotros mismos; no es fruto de nuestros esfuerzos, es un regalo.  Yo no puedo, por ejemplo, decir: ‘Yo me perdono o me absuelvo aquel pecado’.

Con solo reconocer lamentablemente en mi mente que ofendí a alguien no por eso esa persona ya me ha perdonado, o ya me he reconciliado con ella; necesariamente debo buscar a esa persona y pedirle perdón. Pues lo mismo pasa en la relación con Dios: una cosa es pedirle perdón o reconocer la condición de pecadores y otra muy diferente es recibir su perdón.

Ahora bien. Si bien es cierto que los pecados son personales, e incluso privados, también hay que tener en cuenta que, de una manera u otra, los pecados afectan a los demás (la Iglesia) y en consecuencia son pecados que ofenden a Dios; por ello es necesario o imprescindible pedirle perdón a Él y pedirle perdón también a la Iglesia, a los demás.

El perdón se pide y se recibe. El perdón se pide a quien se ha ofendido; y, en el sacramento de la confesión, no solo se le pide perdón a Dios (Mt 25, 45) y a la Iglesia; sino que también de ellos recibimos el perdón.

Es que en la relación de Dios con el ser humano y, viceversa, en la relación del ser humano con Dios son necesarios los puentes o canales (máximo y perfecto ejemplo de esto es la encarnación del Hijo de Dios). En este sentido aquí tenemos los sacramentos; medios necesarios de salvación. Dios se vale de los sacramentos (signos visibles de la gracia invisible) para otorgar sus gracias, para caminar hacia la salvación.

¿Y quiénes administran los sacramentos? Según el mandato de Jesucristo, solamente los apóstoles y sus sucesores (los obispos); y por extensión los sacerdotes. Solo ellos pueden y deben ejercer éste ministerio.

Hablemos ahora específicamente del sacramento de la confesión o de la penitencia o de la reconciliación.

Jesús, antes de ascender al cielo, quiso transferir a sus apóstoles ciertos poderes y/o facultades para que ellos pudieran continuar con su misión, fueran ellos la extensión de su ministerio. Es evidente que en dicha transferencia de poderes (Mc 3, 14; Jn 17, 18; 20, 21; Mt 28, 19-20) se incluye el poder de reconciliar o perdonar.

Jesucristo, quien tiene todo poder en los cielos y en la tierra (Mt 28, 18), ha transmitido a sus apóstoles, y sólo a ellos, el poder de perdonar los pecados (Jn 20, 23; Mt 18, 18; 16, 19; Lc 24, 47), aunque no dejaran de ser pecadores. Así lo dispuso Jesús, y punto. Los textos son claros y son bíblicos, innegables.

Jesús quiso pues que los pecados sean perdonados por el ministerio de la Iglesia; no vale pues el ‘yo me confieso directamente con Dios’.

Es lógico que con Dios haya o deba haber una relación directa o personal a través de la oración, la contemplación y/o la meditación, pero no es así para recibir lo que dan los sacramentos, no para recibir el perdón de los pecados.

Los protestantes ignoran además todo el dinamismo que hay dentro del sacramento de la confesión. Cuando hay pecado la cuestión no es orar y listo. Hay que hacer cinco cosas: Los actos del penitente (catecismo 1450-1460).

¿Como los protestantes niegan la acción de Dios a través de los sacramentos, en este caso más concretamente el de la confesión, qué opción de salvación tienen ellos? Porque una cosa es que, según la visión protestante como anteriormente ya se ha mencionado, se consideren ellos ya salvados y/o que así entren directamente al cielo después de la muerte, y otra es que realmente así sea en verdad.

Una posibilidad de salvación a favor de los protestantes es que después del bautismo, siempre y cuando sea válido y su ignorancia sea realmente invencible, mueran, única y exclusivamente, arrepentidos y con pecados veniales. En este caso el paso por el purgatorio es inevitable.

El hecho que el purgatorio no sea creído o aceptado por los protestantes, no significa por esto que automáticamente desaparezca para ellos o que se lo tengan que saltar.

P. Henry Vargas Holguín.

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