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Jesús, casi siempre, se autodefinió como el “Hijo del hombre” (Mt 8, 20; 8, 31; 10, 23; 11, 19; 20, 29; 24, 30; Mc 2, 10-11; 2, 28; 8, 38; 10, 45; 13, 26; Lc 11, 30; 17, 22; 18, 8; 19, 10; Jn 3, 14-15; 8, 28; 9, 35-38; 12, 23; 12, 34; 13, 31), mientras que los demás lo llaman con otros títulos o apelativos: el “Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16), o el “Santo de Dios” (Mc 1, 24), o el que tenía que venir al mundo (Jn 11, 27), o el maestro (Jn 11, 28), el rey de Israel (Jn 1, 49); nadie le daba a Jesús el título de “Hijo del Hombre”, a excepción del diácono Esteban antes de la lapidación (Hch 7, 56) y de San Juan, autor del Apocalipsis (Ap 1, 13; 14, 14).
El título “Hijo del hombre” aparece por primera vez en el Antiguo Testamento, en el libro del Profeta Daniel, a partir de una visión de éste profeta en la que visualizaba la llegada del Mesías de Dios: “Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de Hombre. Se dirigió hacia el Anciano y fue llevado a su presencia. A Él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará y su reino no será destruido jamás” (Dn 7, 13-14).
Este Hijo del Hombre, en resumen, tiene las siguientes características:
1.- Él vendría en las nubes del cielo.
2.- Él tiene autoridad sobre todas las personas y naciones.
3.- Recibe adoración.
4.- Él es eterno.
5.- Su reino nunca será destruido.
El punto de conexión entre el Mesías de Dios esperado por el antiguo pueblo de Dios y el título de Hijo del Hombre, lo encontramos en Jesucristo. Cuando le hacen a Jesús, ante el tribunal de Caifás, la pregunta: “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?”, Jesús responde: “Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo” (Mc 14, 62). Estas palabras de Jesús: “Veréis al Hijo del hombre… venir sobre las nubes del cielo…”, avalan la profecía de Daniel sobre el “Hijo del hombre que viene sobre las nubes del cielo”(Dn 7, 13).
Aunque algunos aspectos de esta predicción aún son futuros en relación con la segunda venida de Cristo, Jesús dejó en claro que, como Hijo del Hombre, tiene autoridad, recibe la adoración y afirma su dominio eterno como el Hijo de Dios que venció a la muerte en la resurrección.
Ahora bien, la expresión «Hijo del hombre» también se usa en el antiguo testamento para hacer referencia a una persona, a un hombre. El profeta Ezequiel, por ejemplo, utilizó con frecuencia la expresión «hijo del hombre» para identificar a una persona.
En este sentido, cuando Jesús utiliza el título “Hijo del hombre” para hablar de sí mismo, recurre a una expresión del Antiguo Testamento; y esta expresión “hijo de hombre” (ben-adam) o “Hijo de Adán” (Jesús es descendiente de Adán- Lc 3, 38) es para designar simplemente su realidad humana, su condición de hombre.
Los entendidos en sagrada escritura indican que, exclusivamente en el Nuevo Testamento, el uso del artículo definido («el») antecediendo las palabras «hijo del hombre» se usa exclusivamente en referencia a Jesús. Los cristianos claramente identificaron a Jesús como el Hijo del hombre que cumplió la profecía de Daniel. En este sentido, Jesús era como cualquier otro ser humano, pero único entre todos los demás como el divino Hijo de Dios y como el Mesías enviado por Dios.
Con este trasfondo, el pueblo judío que escuchó a Jesús referirse a sí mismo como el Hijo del Hombre habría entendido el título como una referencia general a Jesús como un ser humano y como una afirmación de ser el Mesías esperado por el pueblo de Dios. Ambas son descripciones precisas de Jesús, que es divino (Jn 1, 1; Col 1, 28; Flp 2, 5-11) y completamente humano (Jn 1,14; Flp 2, 7).
Jesús, implícitamente, está hablando de su doble naturaleza. Y la doble naturaleza de Jesucristo, como verdadero hombre y verdadero Dios, es la base fundamental de la doctrina cristiana, la verdad esencial de la revelación cristiana.
Gracias a María, Jesucristo, el “Hijo de Dios”, es al mismo tiempo “Hijo del hombre”, hombre verdadero, como testimonia la carta a los Hebreos: “Se hizo realmente uno de nosotros, semejante a nosotros en todo, menos en el pecado” (Heb 4, 15). La expresión ‘El hijo del hombre’, equivaldría a decir que Jesús es el hijo predilecto de la humanidad, es la expresión perfecta de la humanidad, es el ser humano por excelencia, es el orgullo de nuestra raza.
De manera que la identidad de Jesucristo se presenta en el doble aspecto tanto como representante de Dios, anunciador del reino de Dios con su misión redentora, como también de “representante” de los hombres, identificándose con ellos en su condición terrena y compartiendo con ellos sus sufrimientos.
Padre Henry Vargas Holguín
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