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Pensamientos prohibidos: cómo los gobiernos occidentales criminalizan la oración en silencio
En su afán por defender el aborto a toda costa, los gobiernos están empezando a criminalizar la “oración silenciosa”. Sus esfuerzos deben ser resistidos.
Desde sus primeras versiones, que surgieron en la Edad Media, la venerable canción folk alemana «Die Gedanken sind frei» (Los pensamientos son libres) ha sido un himno a la dignidad humana: la libertad de pensamiento. Esta canción expresa el hecho de que, si bien las autoridades opresoras pueden prohibir el habla, la reunión, la adoración o cualquier otra cosa que ocurra fuera del ámbito de la conciencia de una persona, lo que ocurre dentro del cerebro no puede ser detenido por nadie.
En el mundo angloparlante, la canción fue popularizada por el cantante estadounidense de protesta y folk, Pete Seeger, en los años 50 y 60. La versión de Seeger entrelaza la frase original en alemán con letras en inglés que recuerdan al texto original: “Die Gedanken sind frei; mis pensamientos florecen libremente. Die Gedanken sind frei; mis pensamientos me dan poder”.
A lo largo de los siglos, y en numerosas versiones y varios idiomas, «Die Gedanken sind frei» ha demostrado ser irresistible, porque afirma llanamente una verdad que es inspiradora en su innegabilidad: el pensamiento es libre; y nadie puede detener a otra persona de pensar lo que piensa. Elude todos los poderes externos. Es inmune al cumplimiento de la ley. Nadie puede vigilar los pensamientos.
Pero ahora, tras una enmienda a la Ley de Orden Público que ordena zonas de amortiguamiento libres de protestas alrededor de las clínicas de aborto en Inglaterra y Gales, hemos sido testigos de varios casos en los que las autoridades gubernamentales intentan literalmente vigilar el pensamiento. Y lamentablemente, esto ha ocurrido no en China, Corea del Norte o Irán, sino en el Reino Unido, supuesto baluarte de la democracia y el estado de derecho.
En los últimos dos años, al menos tres personas han sido arrestadas por participar en oración silenciosa, sin decir una palabra en voz alta, en las cercanías de una clínica de abortos. Una de estas personas ha sido arrestada dos veces por su «delito». Otros han sido acosados por la policía, pero no arrestados. Hasta ahora, todos ellos han sido reivindicados, finalmente declarados inocentes de haber cometido algún delito. Pero el mero hecho de que la policía haya podido cuestionar el derecho de alguien a orar, no solo en voz alta sino también en silencio, nos da más que un simple sabor a distopía.
Por supuesto, hay una supuesta justificación defendible para la ley, una que muchos encuentran convincente: que una mujer que se encuentra en una situación lo suficientemente desesperada como para haber decidido someterse a un aborto, está bajo una gran tensión emocional. Su decisión de terminar su embarazo es profundamente privada. Las personas que se paran fuera de la clínica y se oponen al aborto tienen un efecto intimidante y ‘amenazante’ sobre las mujeres vulnerables, independientemente de si esa es su intención. Incluso si todo lo que están haciendo es orar en silencio, los provida ‘agregan’ al gran sufrimiento de las mujeres que sufren con su mera presencia.
Ese razonamiento es comprensible, incluso para los provida y aquellos preocupados por la libertad de expresión y religión. Sin embargo, no es objetivo ni realmente convincente; sólo pareciera serlo en cuanto uno elude tanto la cuestión del derecho a la vida del niño por nacer, como si eleva la empatía por quienes eligen el aborto por encima de todas las demás consideraciones. Nada más.
Pero muchas personas hacen ambas cosas: absolutizan la empatía y evitan pensar en el derecho a la vida de los inocentes bebés sin voz en el útero. La descristianización de Occidente ha ayudado a inaugurar una era “terapéutica” en la que los dos grandes bienes en juego, a saber, la verdad y el amor, ya no se mantienen en equilibrio. Los sentimientos derrotan a la verdad, y la falsa empatía supera a todas las demás consideraciones, incluidos los derechos y libertades inalienables (con los que no se empatiza), como los de expresión y religión, que los gobiernos existen para garantizar.
Inglaterra y Gales no han sido los únicos en llegar al extremo de proteger el aborto de esta manera. En Escocia, el parlamento está considerando una ley de “zona de amortiguamiento”, que es aún más celosa que la enmienda a la Ley de Orden Público inglesa. También podría llegar a prohibir los pensamientos privados en dichas zonas, incluida la oración silenciosa.
No es coincidencia que medidas extremas como el intento de vigilar el pensamiento, hayan surgido en relación con el aborto. La ferocidad de los intentos gubernamentales para impedir cualquier acción contra el aborto, incluso el acto invisible e inaudible de la oración silenciosa, da testimonio de lo evidente que es la maldad del aborto. Cualquier cosa que siquiera aluda a su obvia vileza debe ser inmediatamente erradicada.
El nuevo totalitarismo va más allá de la cuestión del aborto. Bajo la influencia del ‘mantra’ de la diversidad, la equidad y la inclusión, cualquier tipo de expresión religiosa podría verse amenazada. El pasado octubre, el Ministerio de Defensa Nacional de Canadá ordenó a los capellanes militares, por un “compromiso con la diversidad, la inclusión y la mejora de nuestro programa de capellanía”, que evitaran mencionar a Dios o usar un lenguaje religioso en las ceremonias públicas el Día del Recuerdo, la conmemoración anual de quienes han muerto defendiendo a Canadá.
Es hora de que en Occidente recuperemos la cordura. Aprovechemos nuestra rica herencia occidental de democracia, libertad, dignidad humana, derechos humanos, una herencia que es especialmente sólida en el Reino Unido, modelo de democracia y estado de derecho durante siglos, y rechacemos el totalitarismo incipiente entre nosotros.
Fuente: Thought Police: Protecting the People from Prayer ━ The European Conservative
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