Fe

¿Para qué bautizar a los bebés si no son conscientes?

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Escrito por Padre Henry Vargas

Muchos cuestionan el bautismo de los niños o de los bebés pues ellos no son conscientes de nada. ¿No sería mejor esperar que los niños alcancen la edad suficiente para que ellos decidan por sí mismos ser o no ser cristianos? Alguien me ha dicho que si se bautizaran las personas solo en edad adulta habría quizás menos o pocos cristianos pero buenos, convencidos.

Una de las razones por las que la Iglesia pide bautizar a los bebés o niños es la de liberarlos cuanto antes del pecado original confiriéndoles a su vez la dignidad de hijos de Dios; de manera tal que comiencen, cuánto antes, a tener una sana y correcta relación con Dios Padre y tengan un bien tan importante como es la gracia santificante (estén o no en riesgo de muerte) y se les asegure así la salvación eterna.

El bautismo de los bebés durante las primeras semanas de nacidos es además una obligación de los padres cristianos (Código de derecho canónico, 867), es una obligación que nace de la fe y obviamente del amor.

De esta manera, incluso, los niños podrán crecer imitando al niño Jesús que crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres (Lc 2, 52). El ser humano debe crecer armónicamente en sus tres dimensiones: Espíritu, alma y cuerpo (1 Tes 5, 23), sin que haya desfase alguno.

En ese crecimiento juegan un papel protagónico los padres de familia. En el tema de la fe, los padres de familia tienen el deber sacro santo de transmitir, con coherencia de vida, la fe a sus hijos comenzando porque ellos reciban los sacramentos. Los padres de familia son los primeros predicadores (y/o educadores) de la fe para sus hijos (Lumen Gentium, 11). Se dice que la misión empieza por casa, y los que son padres de familia harán su misión con sus hijos.

Los cuestionamientos, con los que se iniciaba el presente artículo, reflejan una falsa o equivocada concepción del bautismo y/o de la fe. Incluso, la gente piensa que la práctica de bautizar a los bebés o niños  pequeños o de educarlos en la fe sea una violación de la libertad del ser humano. Pero esto no es así.

El bautismo conferido a los recién nacidos no es en absoluto un atentado contra la libertad humana. Pero hay que saber entender lo que es la libertad. La libertad es la capacidad de hacer lo que se debe ya sea en el plano humano, ya sea en el plano sobrenatural o de la fe.

Además, la capacidad de decidir del ser humano o del niño, que es algo diferente a la libertad, tampoco queda para nada anulada con el bautismo por cuanto le corresponderá al niño, a medida que va creciendo, aceptar y valorar el bien espiritual que se le ha conferido, o bien rechazarlo o ignorarlo. El bautismo es y será siempre un bien, el mejor don para los niños, que unos padres y padrinos deciden regalar con amor.

Si el hijo (la hija) cuando sea consciente de su dignidad bautismal la acepta con todo lo que implica, él o ella asumirá conscientemente lo que sus padres y padrinos quisieron para él o ella y será consecuente con ello, logrando su salvación. Si, por el contrario, el hijo (la hija) rechaza de grande su bautismo y/o su dignidad bautismal, rechazando así su salvación, pues todo el sacramento quedará reducido, para él o ella, a una simple ceremonia externa, a una vivencia, a una experiencia.

Eso de que no se deben obligar a los niños a ser bautizados, es una falacia pues sí se les “obliga” a venir a este mundo, sí se les “obliga”, obviamente por amor, a nacer. A ninguna persona se le ha pedido permiso o autorización para entrar a este mundo. Y así como una persona nace para este mundo o para la vida natural, así también debe nacer para la vida eterna, para la vida sobrenatural; es el nacer de nuevo del que habla Jesús (Jn 3, 3).

Un ejemplo para entender un poco más el asunto. Supongamos que alguien muy pudiente se le acerca a unos padres de familia muy pobres que acaban de tener un bebé y les dice: “Le quiero donar a su bebé, de manera desinteresada y altruista, una gruesa suma de dinero para su sustento y bienestar durante toda la vida”. Pues obviamente, por un lado, la persona no le da ese dinero al bebé sino a sus padres para que ellos lo administren en su nombre y a su favor. Y por otro, es lógico también que los padres no rechacen esa ayuda porque le conviene al bebé aunque de momento él no lo valore, no lo haya pedido, ni lo entienda. Mucho menos los padres van a rechazar dicha donación si la persona donante pone la condición de ser recibida dicha ayuda en ese justo momento, de lo contrario la perderían.

Yo creo que un padre de familia inteligente no se negará a recibir esa millonaria donación a favor de su bebé. Ningún padre de familia, por ejemplo, dirá: “Esperemos que sea él, cuando sea adulto, quien decida si aceptarla o no”.

¿Y si por casualidad ese padre de familia tomara esa decisión qué se diría de él? ¿Si el padre con esa idea se negara a recibir esa ayuda, y en consecuencia se perdiera, qué le diría el hijo cuando ya sea consciente y lo sepa? Seguramente, y con mucho enfado, le echará en cara su error porque si estuviera en sus posibilidades hubiera aceptado esa ayuda. Pues lo mismo pasa con el bautismo.

Y como con el ejemplo anterior, que ilumina mucho el asunto, también hay otros ejemplos, como son: Las vacunas, la enseñanza de la lengua, el tipo de educación, la nacionalidad, etc… Se supone que unos padres sensatos nunca van a decir: “Esperemos que el niño o la niña crezca para que elija si quiere ser vacunado(a) o  no, o que elija la lengua que quiera hablar, o que elija el colegio  al que quiera ir, o que elija la educación que quiera recibir, o que elija dónde quiere nacer, o que elija qué nacionalidad quiere tener”, etc..

Pues lo mismo vale para el bautismo. Sencillamente se les da a los hijos lo que mejor les conviene, y punto; y si los padres de familia son creyentes saben que el bautismo es lo que más les conviene a sus hijos.

Alguien podría también decir: “Si el bautismo es el sacramento de la fe no se deben bautizar a los niños pues ellos no tienen fe”. Es lógico que la Iglesia no bautiza a nadie sin la fe. “El bautismo jamás se ha administrado sin fe: para los niños se trata de la fe de la Iglesia” (Instrucción sobre el bautismo de los niños, 18). Los niños reciben vida biológica de sus padres y la fe de la Iglesia (Catecismo, 169), de la que sus padres hacen parte.

Es que nadie se puede dar la fe así mismo, se recibe de otros. Y con el bautismo se les comunica a los niños la fe. Obviamente es una fe inicial, es una fe insipiente, es como una semilla. Pero esa fe es más que suficiente para recibir el bautismo. Le corresponderá al niño, cuando empiece a tener uso de razón y con libertad, hacerla crecer hasta convertirla en una fe adulta.

Finalmente. Hay un decálogo para hacer de los hijos unos perfectos delincuentes; y en uno de los puntos o mandamientos dice: “Nunca le dé a su hijo(a) ninguna formación espiritual o religiosa. ¡Ya la escogerá cuando sea mayor!” Está comprobado que si un niño o niña no se educa en la fe desde que tiene uso de razón, él o ella no tendrá ninguna relación con Dios, ni a medida que crece ni de adulto, salvo alguna conversión milagrosa.

El padre de familia que supuestamente se considere creyente pero diga: “¿Para qué bautizar a mi hijo(a) si no lo pide? Dejemos que crezca, entienda y sea él o ella quien pida el bautismo”, sencillamente de creyente no tendrá nada, será un padre de familia ateo.

P. Henry Vargas Holguín.

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