Con santa indignación –y no podría ser para menos–, Luis Fernando Pérez Bustamante ha escrito una columna de una gran factura teológica en Infocatólica, en la que responde a lo que él (a nuestro juicio, bastante respetuoso) llama caritativamente «errores», proferidos por el predicador de la Casa Pontificia, el padre Raniero Cantalamessa, con respecto al Sacrificio Redentor, al misterio de la expiación y a la muerte de Jesús en la cruz.
La cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano. De todo sufrimiento, físico y moral. Ya no es un castigo, una maldición. Ha sido redimida en raíz desde que el Hijo de Dios la ha tomado sobre sí…
– Padre Raniero Cantalamessa
Y no sólo el dolor de quien tiene la fe, sino de todo dolor humano… Gracias a la cruz de Cristo, el sufrimiento se ha convertido también, a su manera, en una especie de “sacramento universal de salvación” para el género humano.
Como ha sido costumbre en este Pontificado, lo predicado este Viernes Santo relativiza, devalúa la importancia de la fe para la Salvación.
Bien lo señala Luis Fernando Bustamente cuando anota que eso significaría que el «sufrimiento del hombre» que lo padece «blasfemando contra Dios» entraría a ser parte del “sacramento de salvación».
Decimos que ha sido bastante respetuoso, porque –como bien se puede apreciar al repasar el texto de tal predicación y leer luego el artículo para adentrarse en cada una de las frases dichas–, lo que allí se ha dicho es más que un simple error, trasciende las fronteras del equívoco, para negar verdades fundamentales de fe y acabar apartándose del Evangelio y de sus enseñanzas.
A eso se le llama herejía, sin contemplaciones ni matices. Y es algo muy peligroso y dañino no sólo para la vida de la fe, sino de la gracia y, con ellas, la del alma, la vida eterna.
Al respecto, a las sentidas palabras y claras respuestas de Luis Fernando –centradas en la Sagrada Escritura, el Catecismo Romano, la Sagrada Tradición y el Magisterio Perenne de la Iglesia–, agregamos una referencia de San Pablo, dos breves pasajes del Evangelio, y un breve texto del Papa Benedicto XVI.
«…se humilló a sí mismo
Filipenses 2, 8
haciéndose obediente hasta la muerte,
y muerte de cruz».
Los textos del Evangelio que citamos, contienen las palabras mismas de Jesús dichas a sus Apóstoles y discípulos en relación con su Sacrificio voluntario y en obediencia a la Voluntad del Padre, que lo llevarían a entregarse «hasta la muerte, y una muerte de cruz».
«Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre».
Juan 10, 17-18
A propósito de la Pascua y de la Gloriosa Resurrección de Jesús de entre los muertos, estas palabras del pasaje de su encuentro y diálogo con los discípulos de Emaús, también son bastante claras y dicientes:
‘El les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?»’.
Lucas 24, 25-26
Al final del capítulo 8 del segundo volumen de su libro «Jesús de Nazaret», titulado ‘Crucifixión y Sepultura de Jesús‘, en el que ahonda en los aspectos teológicos fundamentales de este sacrificio, el Papa Benedicto XVI concluye (subrayados y negrilla nuestros):
«La Iglesia, bajo la guía del mensaje apostólico, viviendo el Evangelio y sufriendo por él, ha aprendido siempre a comprender cada vez más el misterio de la cruz, aunque éste, en último análisis, no se puede diseccionar en fórmulas de nuestra razón […].
Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, «Jesús de Nazaret», ‘Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección’, capítulo 8.
El misterio de la expiación no tiene que ser sacrificado a ningún racionalismo sabiondo. Lo que el Señor respondió a la petición de los hijos de Zebedeo sobre los tronos que ocuparían a su lado, sigue siendo una palabra clave para la fe cristiana: «El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos» (Marcos 10, 45)».
Como bien se puede apreciar solo en estas citas, el «error» se topa y se estrella de frente, de manera contundente, con la Sagrada Escritura y con la Teología Eclesial. De modo, pues, que así como Santo Tomás de Aquino afirmó: «Toda verdad, no importa quién la diga, procede del Espíritu Santo», cabe enfatizar lo dicho por San Pablo cuando refiere que ‘si uno de los apóstoles o aun un ángel de luz les trajera un «evangelio» diferente al que ellos han recibido y transmitido, sea anatema’. Es decir, toda mentira, no importa quién la diga, no sólo no procede de Dios, sino que lo blasfema y se pone en contra suya.
Estamos ante un hecho muy grave, y se está volviendo algo reiterado, en particular, porque no se trata de un ‘tema’ o de una materia menor, sino vital, y porque se hace justamente en el núcleo mismo de la celebración de los misterios centrales de nuestra Redención y de nuestra fe.
A continuación, un breve extracto del artículo de Luis Fernando Pérez Bustamante, que invitamos a leer completo en el sitio de su publicación, Infocatólica: