Cultura Fe Razón

La Fe o la imposibilidad de la certeza

“La fe es lo que permite a la inteligencia
vivir por encima de sus posibilidades”.

André Frossard

1. El fenómeno del ateísmo como racionalidad opuesta a la trascendencia
1.1    Las ideas influyen el quehacer humano

Conocidos los diferentes planteamientos y enfoques humanistas que, en general, se han dado y han prevalecido a lo largo de la historia, es claro que el corpus conceptual de los pensadores y filósofos estudiados no siempre busca trascender hacia formas específicamente políticas o jurídicas de organización social. Pero también lo es que, intencionadamente o no, éstos han alimentado posturas, doctrinas, sistemas de pensamiento y, aún, han configurado sistemas filosóficos rigurosos, con un importante y visible impacto sobre las costumbres y la cultura de los pueblos.

Todo ello ha provisto cosmovisiones y marcos de pensamiento que constituyen el bagaje «espiritual», cultural e intelectual sobre el que se han articulado las sociedades; y ha servido, así mismo, para fundamentar los diversos tipos de ordenamiento político y jurídico que se han dado los pueblos en el transcurso de su historia. Quiérase o no, las ideas tienen algún impacto, influyen en algunos hombres más que en otros, y se abren paso entre éstos configurando su manera de pensar y sus actitudes ante la vida, hasta consolidar sus diversos “modos de ser” o “êthos”. En suma, se cuelan en sus pensamientos y en su vida estableciendo patrones de actuación y reacción ante los fenómenos naturales, ante los demás hombres y ante los demás grupos de hombres. De estos patrones o “êthos” derivan los hechos que constituyen su historia, su acervo y su cultura.

1.2    El “Hecho Religioso” y el “Ateísmo” como fenómenos razonables

Podemos afirmar, en primera instancia, que tanto el hecho religioso como el fenómeno del ateísmo están mediatizados por las ideas, es decir, por la capacidad de pensamiento, de juicio y de raciocinio inherentes al hombre. Ello no quiere decir que sean dos fenómenos estrictamente racionales, sino dos posturas que pueden ser vistas, asumidas y entendidas como razonables; esto es, que surgen a partir de las preguntas que el hombre se formula y de las respuestas que encuentra o se construye, mediante la búsqueda de sentido a su existencia y de una verdad trascendente que se lo confiere.

En este ejercicio de sus más altas facultades que anhelan la sabiduría, el hombre ha descubierto la filosofía. Gracias a ésta, ha podido elaborar los corpus y sistemas conceptuales sobre los que ha emprendido su entendimiento del mundo y su consecuente actuación en y sobre el mismo. Cuando algún sistema conceptual alcanza un alto grado de madurez y un mínimo nivel de aceptación en algún círculo intelectual, comienza a ser tenido en cuenta e invariablemente es incorporado jurídica, política o constitucionalmente, en el ordenamiento que se dan a sí mismas las sociedades llamadas «pluralistas».

1.3    La “Idea Motriz” como escuela de pensamiento

Algunos de estos sistemas de pensamiento se concentran en el estudio de diversos órdenes de las actividades humanas, como por ejemplo los ámbitos de la productividad organizacional o de la pedagogía, y acaban influyendo notoriamente sobre su propio objeto de estudio, hasta constituir “escuelas”. Éstas, o bien instauran un modo sistemático de abordar fenómenos que antes sólo se percibían o vivenciaban de una manera desarticulada, o bien responden a nuevos descubrimientos y necesidades dentro del orden imperante.

No obstante, dichas escuelas –así como su idea motriz–, plantean siempre y necesariamente una postura ante los fenómenos que pretenden observar o transformar, sean éstos físicos, antropológicos, culturales, sociales, metafísicos o “trascendentes”. Es el caso, por citar un ejemplo, de pensadores como John Dewey, cuya oposición “radical” hacia la metafísica no ha tenido mayor trascendencia en el estudio y configuración de la filosofía, pero que derivó hacia un sistema pedagógico altamente elaborado, cuya concepción central o idea motriz es el utilitarismo. De ello, créase o no, derivan no sólo prácticas que enriquecen el bagaje de las tecnologías educativas, sino una manera de ver la vida, de asumirla y de “educar” para la misma.

De lo anterior es posible deducir que las posturas no sólo están presentes en sus discursos de fundación, o en aquellos explícitamente articulados para postularlas o defenderlas, sino que subyacen agazapadas detrás de cada intento de conceptualizar o sistematizar alguna actividad humana. A esta manera de presentarse se le ha denominado “ideología”.

Y esa es la forma que indistintamente ha venido adoptando el fenómeno del ateísmo. Si bien dicho fenómeno da cuenta de la postura asumida por el hombre en cuanto al “hecho religioso”, no se circunscribe únicamente a éste, en el sentido de limitarse a negar la existencia de un Dios dentro de un credo o una confesión determinados. Puede aparecer –como de hecho lo hace– “inocentemente” oculto bajo los postulados de un método o enquistado en los análisis y estudios que conforman el acervo de alguna ciencia o disciplina.

1.4    “Hecho religioso” y “ateísmo”: ¿categorías incomparables?

Al fenómeno del ateísmo se le ha dejado de considerar como un hecho simplemente razonable y se ha pasado a validarlo, a erigirlo y a constituirlo como una categoría “racional”, bajo la apariencia de sistemas de pensamiento, ciencias, métodos y disciplinas. De esta manera se le confiere y adquiere un estatus “superior” que no sólo le aleja del hecho religioso, sino que diluye y «elimina» –más bien diríamos oculta– su carácter de fenómeno opuesto al mismo. En tal sentido, toda discusión que quiera plantearse en torno a cualquiera de las formas de ateísmo, es posible soslayarla con el pretexto de que se está arguyendo sobre fenómenos no comparables, que hacen parte de categorías diversas.

Este hecho constituye una distorsión de la mirada en torno al fenómeno del ateísmo. Al asimilarlo solamente como una categoría racional, habrá necesidad de identificarlo no ya como un hecho o un fenómeno, sino como un “discurso”, es decir, como un corpus conceptual. Habrá dejado de ser una postura para convertirse en un “sistema”.

Si establecemos que al hecho religioso puede concebírsele también como “fe”, habrá que establecer que lo opuesto de ésta no es en modo alguno ninguna forma de ateísmo, sino sencillamente la incredulidad. Ambas serían posturas respetables, pero sin un fundamento racional. El ateísmo, dado el supuesto carácter estrictamente racional que se le atribuye, no constituiría en sí mismo ninguna forma de respuesta o de oposición al hecho religioso o a alguna fe en particular. En materia de fe, estaríamos ante un problema de “Teodicea”; en materia de ateísmo, ante un problema de “Filosofía” o, simplemente, conceptual.

Al elevar ambas cuestiones a categorías diversas, incompatibles e incomparables entre sí, se establece –además– el dualismo fe-razón, mediante el cual se le niega a la fe toda posibilidad de inteligencia, y a la razón, toda posibilidad metafísica y, por lo tanto, todo aspecto trascendente.

1.5    Concepción del Hombre bajo esta postura

Entre las consecuencias visibles de este hecho no sólo tenemos una lectura parcial y distorsionada de la relación entre hecho religioso y ateísmo, sino una insalvable oposición entre fe y razón que negaría cualquier posibilidad de diálogo entre ambas facultades humanas. Más grave aún es el hecho de que –desde el punto de vista de la antropología filosófica– se le estaría negando al ser humano toda posibilidad de unidad sustancial, convirtiéndolo de facto en una mera suma de accidentes.

Para el análisis, y para cualquier hombre sensato que se pregunte por los aspectos razonables y racionales del hecho religioso que rige su vida o la de otros, no quedarían más que dos posibilidades o salidas, mutuamente excluyentes:

  • La primera, para un creyente, sería LA FE POR LA IMPOSIBILIDAD DE UNA CERTEZA.
  • La segunda, para un no creyente, sería LA CERTEZA RACIONAL que excluye toda posibilidad de una fe, por su carácter exclusivamente metafísico, “no demostrable” y “no racional”.

En ambos casos, la fe aparece como un subproducto de una forma ingenua de pensamiento, pre-racional; como la “actitud” propia de los ignorantes, de los “no autónomos”, de quienes no han podido conquistar, con su mayoría de edad, la plenitud de su autonomía. Es claro que ésta ha sido la herencia de la racionalidad moderna.

2. La Fe, ¿una expresión mítica o pre-racional?

Esta última salida abre la posibilidad a una nueva forma de religiosidad, basada no ya en el reconocimiento del hecho religioso como una verdad antropológica, sino en las posibilidades de la razón y de su sirviente, la ciencia, de encontrar alguna forma de inteligencia rectora más allá de las leyes naturales.

Para un individuo sensato, del siglo XX, que ha visto cómo prevalece el hecho religioso aún ante la arremetida racionalista, en medio de un mundo tecnificado y en un contexto caracterizado por el eficientismo productivo y los valores de la sociedad de consumo, no se trata de “apostar” a lo inciertamente más lógico, como tampoco de “apostatar” por la imposibilidad de una certeza: ni una religiosidad ingenua, ni la negación temeraria a toda posibilidad de una realidad trascendente.

A mi modo de ver, el fenómeno del ateísmo se ha movido entre ambos extremos y se sitúa, por lo tanto, como una respuesta en dos sentidos al “problema” de Dios, planteado en los siguientes términos:

  1. El hombre es una especie de “animal religioso” y, en su estado más cercano a dicha esencia, se plantea la existencia a partir de una serie de mitos que le dan sentido a ésta, los mismos que expresa mediante rituales para exorcizar sus miedos.

Desde esta perspectiva, todo hecho religioso no sería más que una expresión preracional de los grandes interrogantes que atraviesan la existencia humana: ¿Venimos de alguna parte? ¿Nos dirigimos hacia alguna otra? ¿Qué sentido tiene este lapso entre una llegada al mundo, que no elegimos, y la muerte, única salida real e inevitable?

Al calificar el hecho religioso como una expresión preracional, se incurre ipso facto en una concepción lineal-evolucionista de la historia, del desarrollo y, aún, de la vida. Es reducir la plena posibilidad de expresión de una dimensión constitutiva de lo humano, a una simple etapa dentro de la evolución y desarrollo del conocimiento. ¿Con base en qué fundamentos y argumentos se privilegia al conocimiento por encima de otras dimensiones constitutivas de lo humano? Esta es, pues, una catalogación arbitraria y unidimensional, formulada con base en los postulados que fundamentan el pensamiento de la modernidad. Cabe insertar aquí la reflexión que, sobre el particular, tuve oportunidad de expresar por escrito para un curso de maestría:

«Asumir que el desarrollo del conocimiento ha seguido la secuencia mitología, religión, filosofía y ciencia hasta haber adquirido una “mayoría de edad”, una especie de “independencia” y una “carta de ciudadanía” que lo haga respetable a los ojos del estudioso contemporáneo, es negar, de entrada, la misma posibilidad de evolución en la que se fundamenta esta manera de concebirlo.

¿Cómo y sobre qué fundamentos sólidos se explicaría cada uno de los susodichos “saltos evolutivos” que habrían hecho posible el paso de una etapa a otra? ¿En qué consistió y cómo se dio, por ejemplo, el “salto” de la mitología a una religiosidad formal? ¿Constituyó realmente un paso hacia una forma “más civilizada” de conocimiento, de interacción, de “progreso” y de convivencia? Y así tendríamos que preguntarnos con respecto a cada una, agregando otros interrogantes cruciales: ¿Supuso dicho “salto evolutivo” una ruptura inmediata y contundente? ¿O, por el contrario, fue un proceso lento y gradual? ¿Qué y cómo la propició? ¿Fue realmente definitiva, es decir, supuso el total abandono de los elementos fundamentales del modo de pensamiento anterior? ¿Se ofrecía ya tan “maduro” y “elaborado” este nuevo modo de pensamiento?».

  1. La máxima instancia probatoria es el saber científico y, puesto que “la verdad” sobre la existencia de Dios reside en una supuesta revelación de la cual tenemos noción histórica pero no criterios de validez científica, en consecuencia, se colige que el hecho religioso obedece a otro orden de fenómenos de índole social o etnográfica, con claras manifestaciones ideológicas a lo largo de la historia.

Como bien puede observarse, de nuevo entra en juego la misma concepción lineal-evolucionista que privilegia el saber científico como etapa última y “más avanzada” del conocimiento humano, con lo cual toda otra forma de conocimiento es automáticamente relegada o reducida a una manifestación “inferior” del saber autónomo y real. Lo llamativo de esta postura es la manera como descalifica los fenómenos que no puede “certificar”.

3. El hecho religioso en la postmodernidad

A la oleada racionalista le han seguido, paradójicamente, un desencanto y un desenfreno que dan más cuenta de la “fe” que el hombre puso en la racionalidad, en la ciencia, en el conocimiento y en su autonomía, que en una auténtica muerte de Dios y, con ésta, del hecho religioso.

Los argumentos psicológicos con los que se pretende explicar la actual explosión de “religiosidad” como una manifestación esquizofrénica ante la angustia y el vértigo existencial que han acompañado al final de siglo y de milenio así como al consecuente comienzo de los nuevos, no constituyen en sí mismos una respuesta suficiente o satisfactoria para el mismo entendimiento humano y su necesidad de sentido.

El hecho religioso está presente, oscila de una a otra forma, sin que por ello desaparezca en sus fundamentos y en su esencia: continúa habiendo grandes religiones monoteístas, sólidas, que se expresan a través de éste en toda su complejidad y riqueza ritual. Pero ocurre que hoy –como en la antigüedad– conviven con unas formas de expresión pseudo religiosas, supersticiosas y aderezadas en la dinámica del consumo, que pretenden erigirse como “la suma de todas las verdades” en un sincretismo propiciado por la utopía de una “nueva era” de auténtica paz, fraternidad y armonía.

En suma, allí están presentes las grandes constantes humanas y sus anhelos más profundos. La diferencia estriba en que hoy no se quiere asumir la moral que subyace a “la” verdad, sino que cada quien, aunque desencantado con la modernidad, ha querido hacer gala de su “mayoría de edad”, de su autonomía, para dar un “salto evolutivo” consistente en definir su propia verdad, establecer subjetivamente lo que son el bien y el mal y, en consecuencia, fabricarse una religión y una moral de conveniencia, gratificantes, tipo menú.

En conclusión, el hecho religioso es una verdad antropológica, una dimensión constitutiva de lo humano, irreductible, que se manifiesta de manera constante y evidente, pese a las diversas manifestaciones que pretendan desconocerlo, encasillarlo o, simplemente, dar cuenta de su muerte.

§

Leave a Comment

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.