Espiritual Fe

Jesús nos busca y llama.

Jesús nos busca y nos llama, incluso cuando nos ocultamos y aparcamos la vida detrás del mostrador, tras de los negocios cuestionables como sucedió a Mateo; quien trabajaba para el imperio opresor en detrimento de su libertad y la de sus conciudadanos, era un hombre cuestionado que se había ganado una alta dosis de desprecio.

Vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”.

mt. 9, 9-13

La mirada de Jesús es capaz de penetrar esos ambientes oscuros y descubrirnos; su voz es tan fuerte, clara y dulce que podemos experimentar su llamado en medio de tanto ruido, entre los prejuicios y condenas que nos cercan: Jesús nos busca para ofrecernos su vida abundante, sabe que todos estamos enfermos, qué el pecado a todos nos hace pacientes terminales, no tengamos miedo de abrirle la puerta aún más todavía, solo con su amistad se abren las grandes potencialidades de la condición humana.

SS. Benedicto XVI al inicio de su Pontificado, haciendo eco de su predecesor, el Siervo de Dios, Juan Pablo II, nos recordaba:

¡No teman! ¡Abran, más todavía, abran de par en par las puertas a Cristo!…quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada -absolutamente nada- de lo que hace la vida libre, bella y grande. Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera… ¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita nada y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abran, abran de par en par a Cristo y encontrarán la verdadera vida.

DA 15

El Señor Jesús desea estar con nosotros, es el Emmanuel -Mt 1,23-, el Dios con nosotros. Este principio nos lo sugiere el misterio de la encarnación; El Señor en un acto libre y amoroso se ha insertado en nuestra historia, se ha encarnado en el vientre de María, se ha incrustado en nuestra humanidad, la ha asumido, se hizo Hombre para compartir nuestro trasegar, para caminar a nuestro lado y salvarnos no desde fuera sino desde dentro, en nuestras propias historias personales como hoy lo hace con Mateo.

Vivir la encarnación de Dios en nuestra realidad es superar la tentación de un Dios lejano y abrirnos a las epifanías de un Dios que camina junto a nosotros; qué nos mira a los ojos y nos da su Palabra con la cual nos llama, y su Carne Eucarística con la cual sana la profundidad de nuestra vida herida; en este contacto medicinal, restaurativo y a la vez vocacional el Señor pone orden a nuestra cotidianidad y a nuestras relaciones resquebrajadas por el pecado.

No hay duda; aquel encuentro en la oficina de impuestos no solo devolvió a Mateo a su pueblo, sino a la humanidad entera, ya no se quedaría detrás de un mostrador, ahora él colocará su propia vida por delante para cuidar una humanidad que en Cristo ha sido curada y comprada a precio de Sangre.    

Solo la mirada de Jesús que nos apacienta y su determinante llamado, hace de la vida ordinaria enfrentada y enfrascada en el desgaste rutinario una vida extraordinaria, una vida capaz de orar y vivir cantando día a día como el salmista: “Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 106).

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