Jesucristo utilizó la imagen o el ejemplo del grano o semilla de mostaza para hablar de dos realidades importantes relacionadas con la vida cristiana: El reino de los cielos y la fe.
Con respecto al reino de los cielos Jesucristo dice:
«El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas» (Mt 13, 31-32).
Con respecto a la fe, el evangelio según San Mateo relata que un padre de familia presenta a los discípulos de Jesús a su hijo menor de edad para que ellos hicieran un exorcismo, pero ellos no logran expulsar a un demonio. Entonces el hombre recurre a Jesús y le pide a Él que liberara a su hijo de esa presencia demoniaca; obviamente Jesús sí lo logra.
Posteriormente los discípulos le preguntan a Jesús el por qué ellos no pudieron realizar ese exorcismo, y Jesús les responde: «Porque yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: ‘Desplázate de aquí allá’, y se desplazará, y nada os será imposible» (Mt 17, 20). Aquí Jesús está ‘reprendiendo’ a sus discípulos porque no tuvieron la suficiente fe para realizar el exorcismo.
Jesús, pues, aclara que el fracaso de dicho exorcismo se debió a su poca fe; ellos tenían fe, pero no la suficiente para hacer el milagro.
¿Jesús al utilizar el ejemplo del grano de mostaza qué es lo que nos quiere enseñar sobre la fe? Observemos que Jesús no estaba hablando del tamaño del grano de mostaza; Él, al hablar de dicho grano, hablaba de las características que debe tener la fe.
¿Entonces, según el ejemplo del grano de mostaza, cómo debe ser nuestra fe?
Nuestra fe debe tener tres características principales:
1.- El grano de mostaza, según los conocedores, es una semilla que no admite manipulaciones genéticas, no se puede ‘cruzar’ con otras semillas, no es una semilla híbrida; es decir, la semilla de mostaza no se puede cruzar con ninguna otra semilla. Por tanto nuestra fe debe ser genuina, auténtica, pura. Nuestra fe en Jesucristo no debe estar manchada o mezclada de errores o de ideas o doctrinas extrañas a la verdad que Él nos enseñó.
2.- El grano de mostaza es la semilla más resistente que existe; incluso, aunque sea pisoteada, no se daña. Esto nos dice que nuestra fe debe ser una fe fuerte, debe ser una fe resistente, una fe que venza situaciones contrarias.
3.- El grano de mostaza cuando se siembra crece muy rápido, y se convierte en un árbol grande y fuerte. Por tanto, nosotros los cristianos necesitamos tener una fe que crezca rápido y que sea una fe adulta y madura. La fe verdadera debe ser como una chispa que, aun siendo pequeña, es capaz de incendiar un bosque.
Así que, en resumen, Jesús está hablando de que la fe debe ser resistente, crecer robusta, y ser genuina. Una fe así hace milagros; y el mayor milagro que una fe así debe realizar es la salvación de la persona, y la transformación de su entorno según la voluntad y la enseñanza de Dios. Así que cuando la Sagrada Escritura dice que gracias a la fe nada nos será imposible, ella se está refiriendo a que el cumplimiento del propósito de Dios en nuestras vidas es posible.
Ahora bien, Jesús al hablar de que la fe mueve montañas, obviamente Él está hablando de manera metafórica, pues en ningún momento ninguno de los santos, personas de una gran fe, ha logrado mover una montaña de un lugar a otro. Esta metáfora quiere decir que si clamamos desde la fe por la solución de un problema, por más grande que sea, éste será solucionado.
Por otra parte, la fe no es una varita mágica para que se nos cumplan nuestros caprichos; la fe es creerle a Dios. ¿Y qué es creerle a Dios? Es estar de acuerdo con su voluntad, proyecto, sabiduría y enseñanza para concretarlas.
Y la fe debe superar las pruebas de la vida; ella tendrá que ser probada: “Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pe 1, 7). La persona con la fe verdadera es aquella que, aunque no reciba de parte de Dios la respuesta esperada y en el momento deseado, sigue confiando en Dios; y reconoce que Dios está obrando en su vida de la manera más conveniente. La fe es, a pesar de todo, poner la confianza en Dios, de tal manera que la persona creyente no se da por vencida, ni se desespera aun cuando no vea de manera inmediata, a alguna petición, la respuesta esperada.
La verdadera fe mantiene de manera ininterrumpida la correcta relación con Dios, y por tanto la persona sigue orando fervientemente aun cuando se sienta débil, teniendo la seguridad de que Dios a su tiempo y a su manera otorgará lo más conveniente; y entre lo más conveniente tenemos la salvación.
P. Henry Vargas Holguín