Fe

¿De verdad Jesús estuvo en los infiernos?

jesus desciende a los infiernos
Escrito por Padre Henry Vargas

El credo de los apóstoles dice que Jesús fue crucificado, muerto y sepultado, DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS, al tercer día resucitó de entre los muertos, etc.

¿Cómo es posible que Jesús, siendo Dios, haya estado durante tres días en los infiernos? Pero no nos confundamos. A pesar de que en el credo de los apóstoles esté escrita la palabra ‘infiernos’ no se está hablando del infierno (el lugar eterno de los condenados), como tampoco se está diciendo que el infierno conste de varios niveles o que sean varios los estados.

Lastimosamente, al menos en español, existe una confusión; cosa que no pasa en otras lenguas, al menos en italiano. En italiano, en el credo de los apóstoles, no se dice que Jesús bajó ‘agli inferni’ (el plural de infierno) sino que Jesús bajó ‘agli inferi’, es decir a los lugares inferiores.

En español, en vez de decir que Jesús bajó a los infiernos, sería más apropiado decir que Jesús bajo a los lugares inferiores o a los abismos.

¿Pero de qué lugares inferiores estamos hablando?

Estamos hablando de la morada de los muertos (en griego Hades y en hebreo Seol). Son términos que encontramos en la Sagrada escritura:

“¿Podrá alguien vivir sin ver la muerte? ¿Quién escapará a las garras del Seol?” (Sal 88, 49). “Después de morir nadie te recuerda y en el Seol ¿quién te alabará?” (Sal 6, 6). “¿Quién bajará al abismo?” (Rm. 10, 7).

El Hades o el Seol es el lugar, no físico, de espera de las almas de los justos que murieron antes de Cristo.

Entre esos justos estaban los patriarcas, los profetas, reyes y todos aquellos que murieron en paz con Dios, entre ellos San José.

¿Y qué esperaban esas almas que vivieron antes de la encarnación del Hijo de Dios en la historia humana? La salvación. Todos necesitaban, como las almas del nuevo testamento, la salvación de Cristo para poder entrar al cielo (Hch 2, 24; Flp 2, 10, 1 Pe 3, 19-20, Ap 1, 18, Ef 4, 9-10).

“Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su libertador en el seno de Abrahán, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos. Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados ni para destruir el infierno de la condenación, sino para liberar a los justos que le habían precedido” (Catecismo, 633).

Es que quienes se encontraban en el Seol estaban privados de la visión de Dios y esperaban también ser redimidos.

El descenso de Jesús a esos lugares inferiores o a esa morada de los muertos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación. Es, por tanto, la última fase de la misión mesiánica de Jesús, que duró unas cuantas horas, pero que fue inmensamente amplia en su significado real, pues se trataba de la extensión de la obra redentora a todos los seres humanos del Antiguo testamento.

Jesús (cuyo cuerpo había quedado en el sepulcro) llegó a ese lugar para abrirles las puertas del cielo a esas almas, tomando así a los justos del Antiguo Testamento; es decir, a aquellos que habían vivido en conformidad con la voluntad de Dios antes de su encarnación.

¿Pero hay algún fundamento bíblico que afirme que Cristo descendió a los infiernos? Claro que los hay, y son varios los fundamentos:

“Yo soy el primero y el último, el que vive. Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades” (Ap. 1, 17-18).

Tenemos también el discurso de Pentecostés del Apóstol Pedro quien, refiriéndose al Salmo 16, afirma que el profeta David “vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción” (Hch. 2, 31).

El Salmo 67 dice: “Tú has subido a la altura, conduciendo cautivos” (Sal 67, 19); y a propósito de este texto, San Pablo afirma:

“¿Qué quiere decir ‘has subido’ sino que antes bajó a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo” (Ef. 4, 8-10).

En su designio de salvación, Dios dispuso que Jesús realmente muriera, en su naturaleza humana, que conociera el estado de muerte, el estado de separación entre alma y cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que expiró en la Cruz y su resurrección. El paso de Jesús por el Hades o el Seol es lo que la Iglesia contempla, medita y/o revive cada Sábado Santo.

Debido a que Jesús murió se debe, a manera de duelo, guardar silencio el Sábado Santo. Es un duelo semejante al duelo cuando perdemos a un ser querido; se trata de revivir el duelo que experimentaron su Sma. Madre, los apóstoles y el resto de discípulos. Pero también al mismo tiempo el Sábado Santo es el tiempo en que la Iglesia vive la espera gozosa de la celebración de la Resurrección de Jesús, el Cristo.

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