Cuando se trata de «atraer», se desborda la imaginación. Al parecer, hay una cierta tendencia –quizá manía o pretexto, vaya usted a saber– que se ha puesto de moda, y que literalmente está «convirtiendo» a un creciente y cada vez más notorio sector del clero en el mundo en una especie de ‘apóstoles de todas las causas’. Y, como si estuvieran obligados a alinearse con cuanta supuesta «injusticia» se denuncie, no pocos acaban actuando erráticamente.
Es el caso de los que se han dedicado a «visibilizar» a los ‘excluidos’. De los que ahora hablan desdoblando el lenguaje («todos y todas»). De los que, en nombre de la paz, justifican y condonan crímenes atroces: reclutamiento de menores, violaciones, abortos, ejecuciones sumarias, secuestros… De los que al amparo de una presunta «memoria histórica», canonizan el relato de quienes pretenden reescribirla para justificar sus desafueros desde una óptica ‘revolucionaria’.
Para llamar la atención ante la que ven como «violación de la dignidad y ‘exclusión’» de los que se identifican como ‘lgtbi’, o de los indígenas, algunos sacerdotes prescinden de los ornamentos sacerdotales y optan por vestirse adoptando sus modas y usos. Es ya común ver «vestiduras sacerdotales» que no incorporan como motivos los símbolos sagrados ni tienen relación alguna con los tiempos ni la disciplina litúrgica; en su lugar, incorporan colores y símbolos relativos a convicciones ateas, a la promoción de ideologías, así como a creencias y prácticas paganas.
Algunos incluyen ritos, danzas, música, pañoletas, decoración, escenografía y hasta dramatizaciones que trastocan por completo la Sagrada Liturgia en un espectáculo de carnaval. Suponen que con ello «incluyen», y dan testimonio de la comprensión que la sociedad supuestamente les estaría negando «a los excluidos».
Pero al perder de vista el referente doctrinal y la moralidad objetiva de los actos y de las costumbres sobre los que se muestran tan sensibles, no sólo incurren en una laxa empatía, sino en su aceptación acrítica y en una explícita aprobación tanto del error como del pecado, bajo un supuesto ideológico –no teológico– que implica, al menos, tres graves consecuencias:
1. Tergiversa un atributo divino como la Misericordia, a la que presenta como algo informe, abierta sin más, sin tono ni contenido, «para todos», y como si ella obrara mágicamente sobre «todos».
2. Falsea la idea del amor «incondicional» de Dios, que es Su Esencia (Dios es Amor) y en su lugar ofrece un edulcorado permisivismo.
3. Adultera la auténtica relación con un Dios real, bueno, amoroso, misericordioso y, por lo tanto, justo, quien es la fuente de todo Bien y, como tal, la Verdad en sí mismo, hacia la que tiende moralmente la Persona humana, por encima de cualquier pulsión «natural» por más fuerte que ésta sea.
De modo que lo que un ya amplio sector del clero en el mundo supone sería «alzar la voz» contra ‘las desigualdades y las injusticias’, lo único que realmente logra es neutralizarlos en el cumplimiento de su misión de acrecentar y de apacentar el rebaño del Señor. Distraídos de su ministerio sacerdotal, acaban apartados de las realidades sagradas y de los contenidos esenciales de la Fe para, finalmente, sucumbir a la apostasía.
Esos tales no son mayoría, pero gritan como si lo fueran. Pero aún si incluso lo alcanzaran, ello no les concedería la razón. El gravísimo problema estriba en el silencio de quienes pudiendo y debiendo hablar, no lo hacen; de quienes, desconcertados, por temor, por una mal entendida obediencia o, peor aún, por comodidad, callan ante el error y enmudecen para proclamar la verdad.
El hecho realmente doloroso y lamentable es que el esplendor de la Verdad está siendo opacado con falsas doctrinas, y ésta, suplantada por «iniciativas» ideológicas y causas «social o políticamente correctas», muy ajenas y distantes de la verdadera justicia y de su labor sacerdotal. Ya casi no queda quién defienda la Verdad. Y al que se atreve a hacerlo, se le fustiga y se le excluye del «club» de los que bajo un supuesto «diálogo» con el mundo lo que hacen es prevaricar con él.
En los Estados Unidos, en Europa y en América Latina, se ha extendido un espectro de «creatividad», que parte del supuesto de que «los fieles no entienden lo que están celebrando». Pero esto es una falacia que conduce a una falsa pedagogía: porque con dicho pretexto se abusa de la Liturgia, se prescinde de sus formas y riqueza de contenido, y se la acaba vaciando o intercambiando por maneras que van desde lo más pueril hasta el discurso que, en nombre de «la paz», convierte la pastoral en un activismo de izquierda.
Es un hecho doloroso, pero cierto: los cristianos, movidos o llevados por el siglo, es decir, «surfeando» sobra las olas de los tiempos, nos hemos dejado arrastrar por ellas en lugar de remontarlas. Es así como hemos prescindido de la fuente del agua viva, cambiándola por cisternas sucias y rotas. Nos hemos convertido en acuciosos «apóstoles de todas las causas», abandonando nuestra Misión: ser testigos de La Verdad.
Fotografía tomada del sitio web del Regnum Christi.
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