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“Oikophilia”, el amor al hogar es lo digno de conservar; no una autoflagelación cultural ante el declive de Occidente

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La oikophilia, el amor al hogar, es fundamental para contrarrestar la severidad de la oikofobia, el odio al hogar, que impera actualmente. Aunque pueda parecer un fenómeno nuevo y absurdo, en realidad es natural que las sociedades occidentales exitosas desarrollen este auto-odio cultural cuando empiezan a declinar.

Es un mal social que ha surgido y desaparecido en Occidente desde la antigüedad. Algunos conservadores se resisten a esta idea porque parece restar fuerza a sus ataques contra la auto-flagelación cultural. Desean soldados en vez de pensadores, lo cual no beneficia al conservadurismo. Si queremos combatir la oikofobia, debemos entender qué es realmente.

Si no la comprendemos, podríamos limitarnos a atacarla, creyendo que algo absurdo eventualmente se derrumbará. Pero eso sería no entender nuestro momento histórico y fallar en ver qué contramedidas son necesarias para frenar el declive social actual.

Una contramedida es adoptar visiones positivas, incluyendo la oikophilia. Como la oikofobia se ha vuelto tan arraigada en nuestra era, la oikophilia se ha transformado en un imperativo aún mayor. La oikophilia implica el amor al hogar, las amistades y rituales que lo acompañan, y la importancia de la religión. En términos políticos, significa cuidar el hogar a través de asociaciones privadas y caridad local en vez de control gubernamental centralizado.

Pero notemos que antes dije frenar, no detener, el declive. Un paradigma social está llegando a su fin. El orden liberal de posguerra al que mi generación y la anterior estaban acostumbrados continuará decayendo, aunque tenga altibajos. Estamos ante un momento liminal, como el que enfrentaron Platón, Tácito, Agustín de Hipona y Joseph de Maistre.

Pienso en ellos porque nos ayudan a entender que no sólo enfrentamos una visión distorsionada del mundo, sino el fin de una era. Por eso, no sólo combatimos la oikofobia y el «wokismo», su última iteración, sino que también nos dedicamos a construir de nuevo y preservar lo viejo que pueda salvarse al cruzar el umbral de este momento liminal. Soy más optimista sobre mi país, Estados Unidos, que sobre Europa Occidental, en parte porque nuestra oikophilia conservadora aún tiene bases lo suficientemente amplias para ganar aliados en altas esferas, como vimos en nuestra reciente victoria electoral, y tiene cimientos religiosos más sólidos. Pero los oikófobos y los «woke» continuarán la batalla, así que Europa especialmente debe estar lista para crear fuentes alternativas de significado.

La oikophilia no es atávica, aunque a veces contenga un toque de nostalgia, sino que se trata de llevar al futuro cosas e instituciones perdurables, y de ganar permanencia y arraigo al ser parte de algo permanente. Esto implica dejar atrás cosas como muchas instituciones educativas que no sobrevivirán el umbral. Lo permanente pervive a través de nosotros y nuestros hijos, así que existe una relación simbiótica dentro de la oikophilia donde el individuo y la institución se aseguran la existencia mutua. La oikophilia significa que, a través de instituciones locales comunes, nos alejamos del hiperindividualismo propio de todas las eras de declive en Occidente.

En concreto, esto significa nutrir las asociaciones privadas que puedan sobrevivir el momento liminal, preservar lo mejor del arte y la arquitectura sin cerrarse a la innovación, construir nuevas élites en reemplazo de las viejas —porque toda sociedad necesita élites, pero requerimos mejores que las actuales que celebran la mediocridad por ser ellas mismas mediocres—, tener muchos hijos, con formas de vida religiosas y espirituales.

También significa rechazar sin contemplaciones a los inmigrantes hostiles a Occidente. Todo amor, incluyendo la philia de la oikophilia, tiene un aspecto negativo, porque busca destruir o eliminar cualquier amenaza al objeto amado. De hecho, nuestra oikophilia no sólo debería rechazar a inmigrantes individuales hostiles a Occidente, sino excluir en general la inmigración desde el mundo islámico, porque lo que suele ocurrir —aunque hay excepciones— es que incluso aquellos inmigrantes que parecen adoptar Occidente son plagados por memorias culturales reales o percibidas, que salen a la superficie cuando las relaciones civilizacionales empeoran, como invariablemente ocurre.

Al igual que en Estados Unidos la gente se mudará a estados republicanos desde estados demócratas porque los primeros están mejor administrados, pero de todos modos siguen votando demócrata porque eso constituye su memoria cultural incuestionada —»mi padre era demócrata clintoniano, mi abuelo demócrata de JFK»—, también un número notable de inmigrantes islámicos aparentemente bien integrados y occidentalizados se volverán contra su civilización adoptiva cuando Oriente Medio se encienda o cuando alguien se atreva a levantar la cruz por encima de la media luna. (He explicado en otra parte con cierto detalle por qué el Islam es incompatible con Occidente). Es importante señalar que, por contra-intuitivo que parezca, todo esto es parte del amor. Y para quienes piensan que hablo por prejuicio, sólo esperen.

Volviendo al aspecto positivo de la philia, entre los mencionados caballeros de la historia pienso especialmente en Agustín de Hipona, quien se enfrentó a la idea de que la civilización en la que había vivido toda su vida se estaba desmoronando a su alrededor, especialmente con el impactante saqueo de Roma por los visigodos en el 410. No siempre parece haberse dado cuenta plenamente de que una era estaba llegando a su fin, pero su Ciudad de Dios fue en parte respuesta e intento de salida ante ese aprieto. Buscó una nueva fuente de consuelo, una moral diferente, una salvación más allá de Roma. Uno de sus esfuerzos fue construir significado local en un Imperio moralmente en declive; algo similar podría decirse de algunas de las escuelas helenísticas unos siete siglos antes, en particular el epicureísmo y el estoicismo.

Y creo que algo de ese imperativo debería estar en nuestra moderna oikophilia, porque ésta es algo local, lejos de las depredaciones del imperio, lejos del exceso de nuestras élites actuales. Y aquí, una vez más, no sólo el oikos sino también la philia deben enfatizarse. Muchos —académicos en particular— temen usar palabras como amor, belleza y verdad, porque usarlas indica un compromiso, que sería una espina en el costado de su usual relativismo moral y cultural. Les parece poco científico o erudito utilizar estas palabras, sin darse cuenta de que, si un compromiso de usarlas es poco científico, un compromiso de no usarlas es igual de poco científico, porque ser científico es ir adonde lleva la evidencia, y uno no debe excluir la posibilidad de que la evidencia pueda conducir a cualquier parte, incluyendo al amor y al compromiso.

De hecho, los oikófobos y los relativistas tienden a definirse por lo que odian, los oikófilos y los religiosamente inspirados por lo que aman. Los oikófobos sólo sienten la philia patriótica en la medida en que han cambiado radicalmente el oikos —engañándose con que ser genuina y auténticamente alemán es dar la bienvenida a inmigrantes extranjeros, o que ser genuina y auténticamente británico es preferir el pollo tandoori—. Similarmente, la izquierda en Estados Unidos ha cooptado el típico lenguaje patriótico distorsionando el oikos, afirmando, por ejemplo, que criticar al Islam o querer restringir la inmigración es «antiamericano», aunque muchos Padres Fundadores fueron vehementes en su crítica al Islam y ha habido muchas medidas restrictivas en torno a la inmigración en la historia estadounidense, no en último lugar en el nacimiento mismo del país.

En efecto, cuando miro las preciadas viejas instituciones que aún existen, la literatura, el arte y la arquitectura que aún se encuentran a nuestro alrededor, ¿cómo no voy a auto-definirme principalmente por el amor? ¿Cómo no podemos ser oikófilos y cómo no vamos a querer llevar al otro lado del umbral el objeto de nuestro amor? Así que mientras resistimos la oikofobia y el declive social, y mientras se envía a los soldados, no olvidemos el lado constructivo de tal resistencia, pues esto es lo que significa o debería significar la oikophilia: la búsqueda de permanencia, la capacidad de volver a enamorarse.

Fuente: On the Importance of Oikophilia

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