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Zarco y Corrêa de Oliveira: dos perspectivas sobre el matrimonio y la vida, dentro o fuera de “La Ciudad de Dios”.

Un grato encuentro en Puebla, la ciudad de los ángeles, y la memoria alegre de un amigo en Sao Paulo.


Cuando estudiaba la Licenciatura en Filosofía y Letras, en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, quien escribe estas líneas recibió, de un compañero que le doblaba la edad y que se destacaba por su dedicación –aun cuando afectado por angustias y tristezas que se manifestaban en su rostro cansado y melancólico–, un libro del insigne escritor mexicano Francisco Zarco (1829-1869) en el que se seleccionaban algunos de sus escritos literarios más destacados.

Dado que el libro era un préstamo, fue devuelto a su dueño después de leer buena parte de sus ensayos y estampas costumbristas con la seguridad de que, fácilmente, podría encontrarse en alguna librería de antiguo o en alguna biblioteca; sin embargo, no fue sino hasta trece años después, en la ciudad de Puebla de Zaragoza (México) que, en la librería de la editorial Porrúa, se dio el reencuentro con los Escritos literarios de Francisco Zarco (México: Porrúa, 1999), que costó nada más que $35 mexicanos, algo así como $6.000 colombianos, lo cual es prácticamente un regalo, dado el inmenso valor de esta joya de la literatura latinoamericana, tan escasa y rica en su contenido.

A pesar de ser liberal y tener un compromiso político orientado por esta tendencia o ideología, Zarco fue formado en una cosmovisión católica de la realidad muy presente en la identidad mexicana, como deja claro Carlos Fuentes sobre Iberoamérica, al señalar que “aun cuando somos ateos somos cristianos”. Zarco no era ateo, es más, en sus análisis sobre la luz, las nubes, las flores, los pájaros, el alma, la mujer y la música, dignos de ser considerados como genuinas fenomenologías, está presente Dios como causa incausada de todo lo que existe, que deja su huella en los más mínimos detalles de su creación –lo cual recuerda las maravillosas descripciones y profundas reflexiones que, en el mismo tenor, realizaba el Profesor Plinio Corrȇa de Oliveira en sus clásicos artículos: “Ambientes, costumbres y civilizaciones”–. No obstante, puede notarse ya la influencia que la segunda revolución o Revolución Francesa tuvo en personajes como Zarco, en los que, si bien vive un catolicismo tradicional y tridentino, van tomando fuerza las ideas liberales y autonomistas que empiezan a excluir al cristianismo como categoría de análisis de algunos elementos de la realidad.

Un buen ejemplo de lo dicho son sus dos estampas costumbristas, conectadas lógicamente por medio de la conversación que Zarco tiene con un par de amigos que han contraído nupcias. En “Confidencias de un marido” y “Confidencias de una esposa“, Zarco reflexiona sobre la facilidad con que el tiempo, aunque sea corto, se lleva la pasión, el enamoramiento y el romance en una pareja de esposos. Su descripción de las situaciones conflictivas en el matrimonio es realista, precisa, no ahorra palabras a la hora de enumerar las actitudes y comportamientos que pueden molestar al hombre y a la mujer, explicando también que muchas de ellas se dan por malentendidos entre los cónyuges, no obstante, aunque sus estampas rompen el mito romántico que todavía permeaba las artes y las letras del mundo, al final de la segunda arriban a una conclusión cierta, pero insuficiente, pues dejan un sinsabor y un cierto dejo de desesperanza frente a la unión conyugal, más cercana al nihilismo que hundiría sus raíces en el suelo europeo durante la segunda mitad del siglo XIX, lo cual fue una nota característica esencial de un cierto romanticismo más decadente que el inicial, surgidos de dos velocidades distintas de la Revolución:

“Recordando los motivos de disgusto de Enrique, y la conversación con Carolina, pensaba yo de cuando en cuando que ambos se ocupaban de pequeñeces; pero conociendo la horrible facultad del hombre de sentir lo que parece demasiado pequeño, traté de averiguar quién de los consortes exageraba su situación, quién se quejaba sin motivo; y después de figurarme el disgusto de uno y otro, llegué a convencerme de que “uno y otro tenían razón para fastidiarse, y de que es una quimera creer en amor constante y duradero, porque el triste destino del hombre es cansarse de todo: del dolor y del placer; de sentir y de pensar; del aislamiento y del amor; de la mujer y de sí mismo” (190).

Zarco confunde el amor con la emoción intensa y la gratificación sensible propias del enamoramiento, que trasciende hacia fases maduras del amor, en las que, si bien no se pierde del todo la dimensión emotiva del amor, éste adquiere más el cariz de la opción consciente y racional por unirse a una persona y buscar, como dice San Agustín de Hipona, amarla en Dios, buscando que en ella se haga la voluntad del creador. No es el amor, fundamentalmente, una gratificación sensible, mucho menos una búsqueda interesada de placer, aun cuando las emociones intensas y el placer físico hagan parte del amor. Olvidar esta verdad radical lleva a muchos a lo que el psiquiatra español Enrique Rojas ha denominado “adicción al romance”, esto es, a pasar de pareja en pareja sin freno moral alguno, pretendiendo hallar en una nueva relación el paraíso perdido y la perfección absoluta presente solo en Dios. A otros, y este parece ser el caso de Zarco, los conduce a una desesperanza y falta de confianza en lo relativo al amor humano, actitudes equivocadas que surgen de los dos vicios contrarios a la esperanza, que Santo Tomás define como presunción y desesperación.

En su artículo “Divorcio y romanticismo“, Plinio Corrȇa de Oliveira, también con realismo y sin desdibujar en nada la verdad, presenta una visión totalmente cristiana de una situación que puede ser difícil y que ha afectado a todos los casados en algún momento de su vida conyugal, recordando que el amor verdadero se prueba en la entrega total, pero también que la insuficiencia de una creatura para dar la felicidad es un dato básico entregado por la Revelación y que recuerda el destino final de la existencia humana, que para algunos incluye el matrimonio: la salvación eterna donde la dicha será infinita y donde no habrá huella alguna de infelicidad, hastío, tristeza o insatisfacción.

“Se dice comúnmente que la familia es la base de la sociedad. Los matrimonios nacidos del sentimentalismo egoísta y romántico son la base de la Ciudad del Demonio, en que el amor del hombre a sí mismo es llevado hasta el olvido de Dios. Los matrimonios nacidos del amor de Dios, y del amor sobrenaturalmente santo al prójimo, hasta el olvido de sí mismo, son la base única de la Ciudad de Dios” (9).

En todo lo que un buen católico lee debe tener como lente, siempre, la hermenéutica cristiana, esto es, la interpretación coherente con la Sagrada Escritura y la Tradición, la misma que enseña que ciertos libros deben ser evitados totalmente por no aportar nada en la vida espiritual o dañarla considerablemente. El catolicismo liberal de Zarco, que influye también en su idea sobre las relaciones humanas, tiene elementos de verdad innegables, pero carece, por momentos, de la perspectiva sobrenatural que está siempre presente en autores como Plinio Corrȇa de Oliveira, hombre todo católico, apostólico y plenamente romano, quien en sus análisis nunca dio un paso por fuera de la recta doctrina y de la ortodoxia, pues su catolicismo, lejos de ser liberal, fue el catolicismo genuino, el catolicismo de la contrarrevolución, que sin afincar su esperanza en este mundo, no abandona la esperanza en la vida eterna, que llena de alegría y color los momentos más oscuros del peregrinaje terrestre.

Bibliografía
  • Corrȇa de Oliveira, Plinio. “Divorcio y Romanticismo”. TFP Informa. No. 65 pp. 8-9.
  • Zarco, Francisco. Escritos literarios. México: Porrúa, 1999.

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