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Sí, dije castidad ¿te molesta?

No vivir la pureza es, por ende, atentar contra sí mismo, impidiendo la auténtica felicidad, como se hace mucho más patente en los casos de adicción sexual o cuando se ha tenido una vida sexual desordenada con trágicas consecuencias para la vida humana…

De momento, yo misma lo tuve por anormal

…Mi educación era totalmente convencional.

Me enseñaron a no creer en el pecado. Yo

creo que algo así no se mencionó nunca.

Todo lo que no nos parecía bien,

se tenía por falto de gusto o por patológico…

Y, sin embargo, no encuentro otra palabra;

tiene que ser una especie de manía.

Pero al mismo tiempo me sobrecoge el miedo

de que eso sea más real que todo aquello

en lo que yo creía hasta ahora…

Es el sentimiento…de claudicación…ante alguien

o algo fuera de mí. Y yo siento que he de…expiar

¿Es ésta la palabra exacta?

Celia Coplestone en The Cocktail Party de T.S. Eliot

Aproximándose a una definición.

Todos los seres humanos tienen inclinaciones que les permiten alcanzar el fin para el cual han sido creados. Así, el deseo de comer, de alimentarse, revela que quiere vivir y permanecer. El hombre tiende a defenderse y, por eso, tiene una fuerza y una combatividad naturales para protegerse de los peligros. También tiende a desplegarse en el amor, conservando su especie y, es a raíz de esa inclinación natural, que desea la unión con el sexo opuesto que comienza por la atracción física. Sin la medida que cada una de estas tendencias necesita se corre el riesgo de que sean destructivas para el hombre.

El deseo de preservar la especie en el acto sexual se denomina apetito genésico. La castidad es el hábito que asegura la perfección y el recto uso de este apetito y es una buena inclinación para obrar sexualmente de acuerdo al uso de la razón, no llevado simplemente por deseos inmediatos e impulsos. Clasificándola dentro de la virtud cardinal de la templanza, Santo Tomás de Aquino la define como “virtud especial con una materia específica, es decir, los deseos de deleites que se dan en lo venéreo” (Suma de Teología II-II c. 151 a. 2 resp.)

El fuego es una energía cuyos efectos pueden ser buenos o malos. El fuego en manos de un herrero puede ser muy útil, pues transforma el hierro en materia incandescente y permite que con él se hagan artesanías u otros artefactos, pero el fuego sin control es destructivo y mortal. Eso mismo pasa con la tendencia sexual si está o no está dominada por la razón. La castidad, por tanto, ayuda a encausar los afectos, a una vivencia ordenada del deseo humano natural de amar y ser amado.

Opción por la castidad.

La castidad está en coordenadas positivas, es una respuesta de amor que realiza a la persona, por lo tanto, no hay que entenderla como una renuncia a algo o en sentido negativo, más bien, es un objetivo, algo bueno, deseable y conveniente que se quiere para sí mismo y que contribuye a que las relaciones interpersonales ―pero, más concretamente, las relaciones con el sexo opuesto― se den en un marco de respeto en el que el otro es persona y puede ser valorado en toda su dignidad.

La opción por la castidad o pureza ―como también se la ha llamado tradicionalmente― es una opción por el encuentro auténtico consigo mismo y con los demás que pone de manifiesto las notas más auténticas de la naturaleza humana y del modelo que tiene el hombre para perfeccionarse, razón por la cual, lejos de ser esta virtud especial una tara o un atentado contra lo más propio del hombre ―como algunas ideologías han sostenido― es, más bien, un hábito perfectivo de la humanidad que, como toda excelencia moral, contribuye, de modo sobresaliente, a la felicidad como realización plena y fecunda de todas las potencialidades humanas donadas por Dios.

A este respecto y separándose de una lectura meramente deontologista o rigorista de la virtud de la castidad, que la concibe como un precepto muy encomiable, pero que, al fin y al cabo implica contrariar lo que el hombre es sensu stricto, por esencia, vale la pena recordar con el teólogo y místico alemán conocido como Maestro Eckhart que

“las personas no deben pensar tanto lo que han de hacer como lo que deben ser”

(citado en Pieper, p. 8)

y con el filósofo Josef Pieper, también germano, que

“el hombre virtuoso es tal que realiza el bien obedeciendo a sus inclinaciones más íntimas”

Pieper, (p. 10).
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En este maravilloso trabajo de Filosofía Moral, Josef Pieper desarrolla las virtudes cardinales y teologales de la mano de los grandes doctores de la Iglesia, especialmente, de Santo Tomás de Aquino.

La opción por la castidad tiene sentido porque hay un proyecto de vida y una respuesta a la pregunta “¿Quién quiero ser?” Por eso, sin negar que su vivencia es una gravísima obligación moral que se desprende del Sexto Mandamiento de la Ley de Dios, que prohíbe los actos impuros, es insuficiente aproximarse a ella desde el mero moralismo del deber y, por el contrario, es necesario entenderla desde el realismo del “ser”.

En otras palabras, se elige la castidad y se opta por ella porque se la descubre como un camino de realización, como una virtud coherente con la naturaleza humana, con aquello que el hombre es y ―valga señalarlo con un énfasis importante― como fuente inagotable de alegría genuina.

No vivir la pureza es, por ende, atentar contra sí mismo, impidiendo la auténtica felicidad, como se hace mucho más patente en los casos de adicción sexual o cuando se ha tenido una vida sexual desordenada con trágicas consecuencias para la vida humana, pues, además de sentirse culpable, la persona en esta condición experimenta una enorme frustración, dado que comprende con toda claridad y, no pocas veces, con lágrimas, que su vida no es lo que debió ser, que hubiera querido encaminarla por otro rumbo y que sus inclinaciones más íntimas apuntaban al verdadero amor, al amor casto, al amor puro, no al egoísmo en el que tal vez se ha sumido.

En el Hortensius de Cicerón, obra clásica que representa una primera conversión de orden filosófico en la vida de Aurelio Agustín, quien llegó a ser San Agustín de Hipona, Doctor de la Iglesia, pueden leerse estas conmovedoras palabras que adquieren su sentido pleno a la luz de la Revelación cristiana:

He aquí que todos, no filósofos precisamente, pero sí dispuestos para discutir, dicen que son felices los que viven como quieren.

¡Profundo error! Porque desear lo que no conviene es el colmo de la desventura.

No lo es tanto no conseguir lo que deseas como conseguir lo que no te conviene. Porque mayores males acarrea la perversidad de la voluntad que bienes la fortuna

(citado en De la Vida Feliz II, 10).

Señorío de sí mismo.

Para vivir la castidad no basta, simplemente, con esforzarse por tener una serie de hábitos relacionados con lo sexual. Además y, precisamente para lograr esto, son necesarias otras cualidades que preparan el terreno a la castidad como son la generosidad, la mortificación, la humildad, la capacidad de perdonar etc. porque en todas ellas hay un factor común, que es el dominio o señorío de sí mismo, la capacidad de dar orden a las propias tendencias desordenadas que el hombre experimenta por la concupiscencia, como pueden ser el egoísmo, la pereza o la soberbia.

En relación a este aspecto de la conquista de la castidad, el P. Miguel Ángel Fuentes señala en La Castidad ¿posible?, libro muy recomendable para la vida espiritual y la madurez psicológica: “No se puede, por ejemplo, ser realmente casto si uno no es manso” (p. 21).

Con esto se hace patente que el camino de la perfección moral implica la búsqueda de todas las virtudes y no solo de una o de unas pocas, si bien las personas brillan más por una o por otra a lo largo de su vida.

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P. Miguel Ángel Fuentes, sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado y autor de numerosos libros sobre Moral y Psicología.

A las consideraciones que aquí se exponen con el cimiento de la enseñanza católica perenne, puede objetarse, incluso, sin mala intención y con sinceridad que, aunque la castidad es muy valiosa y no se tiene nada contra ella, es imposible vivirla porque el deseo sexual es tan fuerte y natural que es incontenible.

No se niega que, en efecto, el apetito genésico tenga una enorme potencia, pero no por ello hay que desconocer que el ser humano tenga el entendimiento y la voluntad para ponerse por encima de los instintos. Los novios que, en este momento, quizá, están faltando a la castidad de distintas formas y, posiblemente, incurriendo en la fornicación como trato carnal fuera del matrimonio, harían bien en considerar con toda seriedad y mirándose a los ojos las palabras del P. Fuentes en la obra ya mencionada:

“Si (una pareja de novios) dice que ‘no pueden contenerse’ o que ‘necesitan’ expresar sus deseos sexuales (o sea, tener relaciones), es una clara señal de que un día tal vez tampoco puedan contener su mano castigadora o sus deseos de vengarse, o simplemente de tirarse ‘una cana al aire’ con una mujer atractiva, del mismo modo que ahora sienten deseo de desfogar su pasión sexual” (p. 22).

En la vida personal de todo hombre y, sobre todo, de los más jóvenes, es fundamental la práctica de la castidad, la vivencia del señorío de mí mismo en todos los ámbitos de la vida personal, el cultivo de la virtud de la templanza, pues si no se la vive ahora, nadie garantiza que luego, con el paso de los años, se podrá mantener la fidelidad matrimonial o el celibato, dependiendo del estado de vida de cada uno y está más que comprobado que los problemas en este sentido han empezado en las etapas iniciales de la vida y, más precisamente, en la adolescencia, afectada hoy por el constructivismo, como pedagogía inspirada en un modelo antropológico marxista que niega la existencia del pecado original y promueve el sexo libre desvinculado del matrimonio, llegando en la actualidad a su expresión más decadente en la ideología de género, a la que bien puede caracterizarse como fomento de la perversión sexual que está saliendo muy cara a la sociedad y cuyos costos aumentan vertiginosamente, amenazando con ocasionar el eclipse definitivo de la civilización cristiana.

El cultivo de la voluntad y el manejo emocional-afectivo.

Para educar la voluntad hay que tener en cuenta el silencio como virtud. No se entiende silencio como ausencia de ruido sino como pedagogía de la voluntad, es un estado armónico de las facultades humanas en el que las pasiones, las emociones y los afectos son ordenados por la razón, es la orientación positiva de la persona a cumplir el Plan de Dios.

Puede, entonces, hablarse, con base en distintos autores contemporáneos, de silencio de palabra (Hablar cuando hay que hablar y callar cuando hay que callar), pero también de mente (pensar bien, rectamente y con orden), de pasiones (controlar las tendencias desordenadas), de cuerpo (vivir el dominio de la dimensión física sin convertirse en esclavo de los apetitos corporales).

Los hábitos de silencio van fortaleciendo la voluntad y ayudan a que el mundo afectivo humano sea orientado por la razón. Sobra decir la importancia que esto tiene para vivir la castidad, silencio del apetito genésico.

El mundo afectivo también se educa por medio de dos virtudes fundamentales: La fortaleza y la templanza, en torno a las cuales giran una serie de hábitos como son la constancia, la perseverancia, la magnanimidad, la sobriedad etc.

Templanza proviene del latín temperantia cuya forma verbal es temperare: hacer un todo armónico de una serie de componentes dispares. Y de aquella significación literal originaria habrá que partir para entender los vocablos latinos de temperamentum y temperatura (recta proporción, adecuada estructura), temperatio (ordenamiento con sentido) y temperator (moderador, artífice), con lo cual puede entenderse la castidad como la medida justa en lo concerniente al deseo y expresión sexuales, pues, incluso, la insensibilidad, entendida como el rechazo del placer hasta el extremo de desechar lo necesario para la conservación de la naturaleza (Suma de Teología II-II c.142 a. 1 resp.) es un vicio, un pecado que ha estado presente en herejías como el donatismo y el catarismo, actualizándose en el llamado género de los asexuales que, para un cristiano sin la formación suficiente, podría aparecer como práctica virtuosa en tiempos de desórdenes sexuales tan variados, pero que contradice la tendencia natural humana a la vida conyugal y la procreación que, en el celibato, no se niegan  ni se condenan, sino a las que se renuncia en vistas a un bien mayor, pues sería absurdo afirmar que un célibe deja de ser un ser sexuado o se convierte en un asexual.

Incluso, este criterio es fundamental para saber si es prudente que un hombre sea ordenado sacerdote o que una persona haga votos religiosos a perpetuidad o si lo más conveniente en su caso es que contraiga matrimonio, pues este se adecúa más a su naturaleza y, en ello, ni hay pecado ni hay error.

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Bandera del colectivo asexual.

Conclusión.

 Una de las notas distintivas de la época actual es el paso del cogito ergo sum moderno (“pienso, luego existo”) al sensus ergo sum (siento, luego existo).

Se privilegia la experimentación de sensaciones fuertes y emociones intensas frente a las consideraciones intelectuales y la armonía de una vida ordenada. Sobre este importante tema, el psicólogo y psiquiatra español Aquilino Polaino Lorente afirma:

“El emotivismo constituye un craso error, por cuanto que supo­ne la ignorancia de lo que es la afectividad.

Lo propio de la afec­tividad es actuar con una cierta indocilidad y rebeldía para some­terse a la razón y a la voluntad.

Pero, al mismo tiempo y en otro  sentido, la vida afectiva depende de la razón y la voluntad, que son las funciones que naturalmente han de dirigirla y gober­narla.

Exigir una completa autonomía de la afectividad, desarticula­da de la voluntad y de la razón, no puede generar otra cosa que numerosos conflictos, algunos de los cuales se inscriben incluso en el ámbito de lo patológico”

(p. 88)

Nunca hay que dejar las decisiones al acaso o al impulso del momento, la razón siempre debe primar. Graves errores en la vida sexual de las personas se deben a que dimiten de la razón, no quieren hacer uso de ella, simplemente optan por los estímulos sensitivos detrás de los cuales muchas veces hay trampas. Se debe educar la razón y ejercitarla siempre.

La castidad no es represión, imposición, mera norma, castigo o ley. Es un camino para vivir el amor de verdad, para encontrar la belleza de las demás personas y permitirles que puedan encontrar la propia. Su cultivo pasa por muchos ámbitos de la vida como se ha podido ver. De la mano de El Señor es posible vivir esta virtud tan importante hoy y prepararse para amar de verdad todos los días en las infinitas facetas del amor humano que perfecciona el amor a Dios, suma belleza que colma todo deseo natural de perfección estética y comunión física, psicológica y espiritual.

Bibliografía.

De Aquino, Santo Tomás. Suma de Teología IV. Parte II-II (b). Trad. Antonio Osuna Fernández-Largo y otros. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1994.

De Hipona, San Agustín. Obras de san Agustín I. Trad. Victorino Capánaga. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1957.

Eliot, Thomas Stearns. The Cocktail Party. New York: Harvest Books, 1950.

Fuentes, Miguel Ángel. La Castidad ¿posible? Mendoza: Ediciones del Verbo Encarnado, 2006.

Pieper, Josef. Las virtudes fundamentales. Trad. Carlos Melches y otros. Madrid: RIALP, 2017.

Polaino Lorente, Aquilino. En busca de la autoestima perdida. Bilbao: Desclée de Bouwer, 2003.

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