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Hoy parece haber un afán por diagnosticar “disforia de género” y por inducir a niños y jóvenes a creer que la tienen y, en consecuencia, a aceptar hacer una “transición”. Pero esto es una forma de manipulación psicológica producto del exacerbamiento ideológico predominante.
El trastorno de identidad de género (TIG), es un fenómeno relativamente “natural”, al menos durante la etapa de crecimiento, desarrollo y maduración biológica, en la que el cuerpo no sólo crece, sino que todo el organismo y la fisiología experimentan cambios.
Los cambios del crecimiento obviamente también son hormonales, y tienen efectos en la autopercepción, en la autoimagen y en la autoestima de cada joven al tiempo que en su psiquismo y sus emociones, pues se producen a la par con el desarrollo psicológico. Cuando la persona integra estos cambios, cuando equilibra sus tendencias temperamentales y estructura su carácter, alcanza la madurez psicológica. Esta es la auténtica “identidad”, es decir, cuando desarrolla y consolida una personalidad propia, que será la que habrá de desplegar y proyectar.
Pero hoy, en este proceso natural se ha interpuesto la ideología de género que, amparada legalmente en algunos países, ha avalado la tendencia a medicalizar lo que presume, sin fundamento empírico ni serio, es una “disforia”. Y ello acarrea, como sí se ha demostrado en quienes lo han hecho, daños y consecuencias irreversibles. Y lo están haciendo con niños.
Según múltiples estudios, el 98% de los niños concluyen su etapa de maduración aceptando su sexo biológico cuando llegan a la pubertad, si no se les somete a un condicionamiento psicológico o a una “transición” social o médica. De modo que no hay por qué decirle a un niño que “en realidad es del sexo opuesto”, ni someterlo a una “transición” química con bloqueadores de pubertad, induciéndole así a avanzar hacia una “transición médica” completa.
La ideología “trans” refuerza estos enfoques, mientras niega y señala como simples “estereotipos” a los sexos masculino y femenino. Así, instrumentaliza el proceso natural de maduración y adultera el de madurez, adelantándose a “identificar” como “trans” a cualquier niño que manifieste las inquietudes propias que ello le suscita. Irónicamente, lo que se presenta como una postura “progresista”, va en contra de los datos propios de la naturaleza biológica y psíquica, desconociendo e interfiriendo en el desarrollo normal de la persona.
Hay una gran riqueza en el orden natural y humano, que no nos corresponde interferir, modificar o adulterar. Cada persona es un mundo en sí misma, en plena potencia si es joven, y en acto si ha madurado. Pero siempre en tensión hacia el bien y el perfeccionamiento, si crece en un entorno sano.
Fuente: The Trans Debate – by Diane Yap – Critical Rice Theory
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