Con base en el sermón del R.P. Basilio Méramo
“Y habrá señales en el sol, la luna y las estrellas y, sobre la tierra, ansiedad de las naciones, a causa de la confusión por el ruido del mar y la agitación (de sus olas). Los hombres desfallecerán de espanto, a causa de la expectación de lo que ha de suceder en el mundo, porque las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces es cuando verán al Hijo del Hombre viniendo en una nube con gran poder y grande gloria. Mas cuando estas cosas comiencen a ocurrir, erguíos y levantad la cabeza, porque vuestra redención se acerca. Y les dijo una parábola: ‘Mirad la higuera y los árboles todos: cuando veis que brotan, sabéis por vosotros mismos que ya se viene el verano. Así también, cuando veáis que esto acontece, conoced que el reino de Dios está próximo. En verdad, os lo digo, no pasará la generación esta hasta que todo se haya verificado. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán’”
Del Santo Evangelio según San Lucas 21, 25-33.
Comienza el nuevo año litúrgico, alrededor de la Fiesta de la Natividad de Nuestro Señor y estos cuatro domingos de Adviento son como una pequeña Cuaresma de sacrificio y mortificación. Por eso, la supresión, también, por restricción, de las bodas solemnes. No que se prohíba casar, pero sí la solemnidad; todo esto como preparación a través del sacrificio, la mortificación, lo que está un poco diluido por la alegría popular, el festejo y jolgorio sano de la Natividad.
Todo el mundo se alegra en Navidad, hasta los comerciantes y, aquí, en Colombia, se respira ese espíritu de Navidad que, en los países nórdicos y anglosajones no, pero no hay que olvidar ese carácter penitencial y, por eso, los colores morados de los ornamentos, para que nos preparemos bien a la Natividad de Nuestro Señor y ¡Oh sorpresa! ―que no es ninguna sorpresa―, ¿Cómo es posible que en Navidad, primera venida, encarnación y nacimiento de Nuestro Señor y plenitud, la Iglesia nos hable del Fin de los Tiempos? El bebé está por nacer y, la Iglesia, en tremebundo pesimismo, me habla de muerte, de fin, fin de este siglo malo, bajo el imperio del príncipe de este mundo que es Satanás ¿Cómo es eso? Sencillo: No puede separarse primera venida de segunda. La primera venida evoca la segunda venida, dos dogmas de fe que no se pueden escatimar ni ocultar ni dejar pasar de lado, entonces, por eso, la Iglesia comienza y termina el año apocalípticamente, o sea, entonces, que la liturgia está hablando. Otra cosa es que las inteligencias degradadas de un clero muy ignorante no lo han visto, no por simple ignorancia, sino por error conceptual inoculado desde el principio: negar el reino y la divinidad de Cristo Rey, que se ponen de manifiesto, sobre todo, en el libro del Apocalipsis.

A propósito, las palabras de Monseñor Viganó en los últimos días: “Francisco no ha confirmado a nadie en la fe. Ha claudicado del ejercicio del papado” (https://gloria.tv/post/GaX9FUiLpgtG1Bz2EwxEmNe7B) y, añade Mons. Viganó, que eso está en plena consonancia con la Masonería, con el plan de la religión universal, idolátrica, sincretista ¿Más claro? Eso nos demuestra la hecatombe que hay en el vértice de la Iglesia, el papado, que ha sido establecido, precisamente, para confirmar a los hermanos en la fe y, el Evangelio de hoy nos habla, también, de las señales en el cielo, la consternación del cosmos. El P. Leonardo Castellani dice que, en griego, significa “las virtudes o las fuerzas uránicas del universo”, allí donde los ángeles tienen el poder de la materia, haciendo alusión al poder que hay de la fusión atómica, la bomba atómica, como si fuera una de las cosas que Luzbel le hizo intuir a los científicos y nada raro tiene, porque los ángeles son los que manejan esta maquinaria del universo en la teología patrística y hay una compenetración entre el cosmos y los ángeles y, de esos ángeles, unos sucumbieron, pero quedaron con ese poder y, por eso, el príncipe de este mundo, que era uno de los regidores de todo el cosmos universal, le pudo decir a Nuestro Señor: “Todo esto te daré si me adorares” (Mt. 4,9), como gobernador ―fallido, pero gobernador― del universo o, por lo menos, de esta tierra y lo que hay alrededor.
Es este un evangelio paralelo al del Domingo pasado, (Mt. 24, 13-25. Correspondiente al XXIV después de Pentecostés en el calendario litúrgico tradicional) y, antes, en Lc. 21, 20, Nuestro Señor está hablando de la caída de Jerusalén, que será pisoteada por los gentiles hasta que se cumpla el tiempo del juicio de los gentiles, de las naciones, como nos lo hace ver el P. Castellani y, ya hemos visto que Jerusalén ha dejado de ser hollada, ya son los judíos los que reinan y gobiernan y es su capital, así que, más apocalíptico no puede ser y de esto se verán señales en el cielo, físicas, metafóricas o ambas cosas. De todos modos, hay que saber que las Escrituras nos hablan en un sentido literal que, muchas veces es, también, simbólico, imágenes que representan una realidad, pero no son la realidad ―por ejemplo, la bandera de la patria no es la patria en sí misma, pero la representa―, entonces, el lenguaje de las Escrituras tiene un literalismo simbólico, que no hay que confundir con lo alegórico y, por eso, este tipo de alusiones hay que mirarlas en ese significado y contexto, tomando en cuenta, además, la compenetración que existe entre los astros y los ángeles. Por eso, el sol representa a la Iglesia, luz del mundo que se oscurecerá al final de los Tiempos, según dice la Sagrada Escritura.
Todo esto producirá consternación cosmológica y, en su punto álgido, veremos a Cristo venir en toda su gloria y majestad. Aquí lo dice textualmente: “Erguíos, elevad vuestras cabezas, pues vuestra redención se aproxima” (Lc. 21, 28) y, es por eso, que este es el Evangelio sucinto de la esperanza de San Pablo y de todas las Escrituras. La hecatombe equivale, pues, a “los dolores de parto” (Gál. 4,19) que culminan en la esperanza, en la alegría, en la vida, en la renovación, en la restauración de todo el cosmos y de esta tierra a su estado primigenio, como salió de la mano de Dios, sin la maldición, sin la muerte. Es ahí cuando se da el triunfo de la Iglesia de Cristo Rey y de Nuestra Señora de Fátima que se resume en el lema de San Pío X: “Instaurare Omnia in Christo”, o sea, restaurar, reestructurar o recapitular todo en Cristo. Es, precisamente ese triunfo lo que odia Satanás, porque perderá su principado y la muerte será vencida.

Lo apocalíptico, pues, es esperanzador. Lo trágico es la pre-parusía (segunda venida de Nuestro Señor) y uno de los mayores dolores es la corrupción de la jerarquía eclesiástica, que no está al servicio de Dios como ministro, sino que está manipulando la doctrina como el celador que se haga dueño del edificio, haciendo pasar al que quiere y prohibiendo el paso al que quiere; no cumple su función, abusa de su función, como la cocinera que me imponga a mí el menú del banquete. Habría que decirle: “¡Tú cocina, pero lo que yo te diga!”. Es un clero fariseo, tergiversador de la Palabra de Dios, no al servicio de Dios y de la verdad.
El P. Castellani ya decía que, en la caída de Jerusalén, se presagiaba la hecatombe del Fin del Siglo y, así como “la generación” a la que se refirió Nuestro Señor (Mt. 24, 34) no pasó sin ver la ruina de Jerusalén con la invasión de Tito, la generación de los fieles a Dios en medio de la crisis actual será testigo de la destrucción del mundo tal como lo conocemos y presenciará la venida del Verbo salvador. Esto confirma la indefectibilidad de la Iglesia, representada en los pocos fieles que conserven la fe en medio de la apostasía que hoy vivimos y que crecerá. Por eso es importante la denuncia de Mons. Viganó que ya mencionaba.
Hoy en día, pese a lo que dijo Mons. Viganó, hay una idolatría al Papa o papolatría según la cual el Papa no puede equivocarse. Para muchos, lo que dice el Papa es más importante que lo que dice Nuestro Señor Jesucristo, pero el pequeño rebaño fiel de la Iglesia remanente se mantendrá indefectible en el respeto a la Revelación, pues pasarán todas las cosas, pero no la Palabra de Dios. Así pues, debemos aspirar a pertenecer a esa Iglesia remanente, pero sin que eso nos lleve a creernos los únicos o los mejores, es decir, sin alimentar una mentalidad sectaria que se ve en algunos grupos de la Tradición, lo cual la está llevando a dividirse. No hay que excluir a nadie, pues eso depende de la gracia de Dios. Tengamos, entonces, cordura y equilibrio en la verdad que nos hace libres y nos da esperanza en medio del apocalipsis y los dolores de parto, mientras aguardamos la venida de Nuestro Señor en gloria y majestad.