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“¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?” –Lope de Vega

Pesca Milagrosa Lc 5 Rafael
Escrito por Redacción R+F

Aún resuena el precioso soneto de Lope de Vega que atrapa la atención y la amonesta, invitando a percatarse del infatigable Corazón Sacerdotal y alma de Buen Pastor de Jesús, que no cesa de llamar a nuestra puerta e insistir en ofrecernos Su Amistad.

Durante esta semana en la que celebramos el Día del Idioma –y en la que tradicionalmente también, y a su sombra, el Día del Libro–, nos permitimos uno que otro excurso literario.

Y dadas la amplitud, la riqueza y la disponibilidad de recursos literarios que ofrece el idioma Español, así como la abundancia de obras bellísimas de una factura estética y espiritual perfectas como las que marcaron el llamado Siglo de Oro Español, compartimos con nuestros lectores algunos de tan preciosos textos.

Félix Lope de Vega y Carpio, escritor y sacerdote, cuya vida inquieta y turbulenta no le impidió legar una abundante y prolija cantidad de obras preciosas durante el Siglo de Oro Español.

En esta ocasión, y precisamente a unos días de haberse celebrado la Pascua de Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, resuenan de manera especial y maravillosa los preciosos versos del soneto de Lope de Vega, reconocido desde su primera línea, que no sólo atrapa la atención, sino que la amonesta invitando a percatarse del infatigable Corazón Sacerdotal y alma de Buen Pastor de Jesús, que no cesa de llamar a nuestra puerta e insistir en ofrecernos Su Amistad.

Lo hemos tomado del DIRECTORIO FRANCISCANO, de La Oración de cada día, junto con el comentario y análisis literario de Fr. Ángel Martín, o.f.m. Les invitamos a disfrutarlo, y a meditar en esta bella composición, una pequeña obra maestra, que hoy se nos ofrece a la meditación y a la oración.


¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

Félix Lope de Vega y Carpio

Comentario y Análisis Literario de
Fr. Ángel Martín, o.f.m.

Entre las rimas sacras de Lope, es éste un poema que, por su aparente simplicidad, por la espontánea fluencia de sus versos y la sinceridad de los sentimientos expresados en ellos, ha sonado siempre como sencilla oración popular, lejos de toda afectación y fácil a la inteligencia de cualquier lector. Sus frases transcurren sin tropiezo, sin esfuerzo expresivo alguno, con elocución supuestamente fácil, a pesar de la clásica dificultad de la estructura del soneto. Su facilidad no tiene otra explicación que la que dota a su autor de un dominio total del idioma y una destreza singular en el arte de versificar.

El tema, mil veces vivido por el poeta, tan proclive al desvío como al arrepentimiento, expone una de tantas situaciones de incomodidad interior, ante la sucesión de sus vivencias de hombre pecador que se sabe llamado por Dios, una y otra vez, a la conversión inaplazable. El enfoque compositivo destaca la amorosa y paciente espera silenciosa de Cristo, sujeto a todos los agravios que infiere la infidelidad, con tal de alcanzar al fin una atenta respuesta. En su espiritual desconsuelo, el poeta imagina la dureza de su indiferencia como la actitud de quien sabe a Jesús desamparado a la intemperie fría de la noche, sufriendo el relente tras la puerta, mientras se excusa una y otra vez, sin lograr desalentar por eso las esperanzas de Cristo. Por eso iniciará el poema preguntando ya a Jesús la razón por la que se empeña tanto en procurar su amistad: “¿Qué tengo yo?”, pregunta el poeta.

La expresión afectiva ha elegido, por eso, los recursos patéticos de la pregunta, en el primer cuarteto, y la admiración en el resto de las otras tres estrofas, para destacar mejor la hondura sentimental del alma acongojada por su empecatado extravío. La composición va dando curso a un desarrollo graduado de efectos sensibles que rematan su dramatismo en un diálogo con el ángel de la guarda, de intervenciones contrapuestas, que va de los intentos suplicantes que interpretan a Cristo a los desplantes renuentes y esquivos del hombre de fe, pero tibio cristiano que fue siempre Lope.

La supuesta presencia de Jesús apostado a la puerta, es una imagen asimilable a la que se expresa en la parábola evangélica del buen pastor, en línea con otro soneto suyo que inicia su andadura precisamente invocando a Jesús como pastor de los suyos: “Pastor que tus silbos amorosos…” El poema concluye con un quiasmo bellísimo, lleno de contraste y equilibrio expresivos.

Entre las rimas sacras de Lope, es éste un poema que, por su aparente simplicidad, por la espontánea fluencia de sus versos y la sinceridad de los sentimientos expresados en ellos, ha sonado siempre como sencilla oración popular, lejos de toda afectación y fácil a la inteligencia de cualquier lector. Sus frases transcurren sin tropiezo, sin esfuerzo expresivo alguno, con elocución supuestamente fácil, a pesar de la clásica dificultad de la estructura del soneto. Su facilidad no tiene otra explicación que la que dota a su autor de un dominio total del idioma y una destreza singular en el arte de versificar.

El tema, mil veces vivido por el poeta, tan proclive al desvío como al arrepentimiento, expone una de tantas situaciones de incomodidad interior, ante la sucesión de sus vivencias de hombre pecador que se sabe llamado por Dios, una y otra vez, a la conversión inaplazable. El enfoque compositivo destaca la amorosa y paciente espera silenciosa de Cristo, sujeto a todos los agravios que infiere la infidelidad, con tal de alcanzar al fin una atenta respuesta. En su espiritual desconsuelo, el poeta imagina la dureza de su indiferencia como la actitud de quien sabe a Jesús desamparado a la intemperie fría de la noche, sufriendo el relente tras la puerta, mientras se excusa una y otra vez, sin lograr desalentar por eso las esperanzas de Cristo. Por eso iniciará el poema preguntando ya a Jesús la razón por la que se empeña tanto en procurar su amistad: “¿Qué tengo yo?”, pregunta el poeta.

La expresión afectiva ha elegido, por eso, los recursos patéticos de la pregunta, en el primer cuarteto, y la admiración en el resto de las otras tres estrofas, para destacar mejor la hondura sentimental del alma acongojada por su empecatado extravío. La composición va dando curso a un desarrollo graduado de efectos sensibles que rematan su dramatismo en un diálogo con el ángel de la guarda, de intervenciones contrapuestas, que va de los intentos suplicantes que interpretan a Cristo a los desplantes renuentes y esquivos del hombre de fe, pero tibio cristiano que fue siempre Lope.

La supuesta presencia de Jesús apostado a la puerta, es una imagen asimilable a la que se expresa en la parábola evangélica del buen pastor, en línea con otro soneto suyo que inicia su andadura precisamente invocando a Jesús como pastor de los suyos: “Pastor que tus silbos amorosos…” El poema concluye con un quiasmo bellísimo, lleno de contraste y equilibrio expresivos.

Quienes han recorrido la biografía del genial poeta y dramaturgo, reconocen la sinceridad con que, en su soledad y vejez no siempre feliz, el escritor recurría a la plenitud expresiva del arte poética para confesar confuso por qué atrevidos recovecos se empeñó en conducir su propia montura. La grandeza de su obra con que ha premiado al mundo entero, le redime no poco de sus desatenciones para con Dios y sus semejantes.


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