Espiritual

Oración personal y familiar Domingo 17 de mayo

VI Semana de Pascua

Domingo 17 de mayo de 2020

 

  1. + Señal de la cruz

 

  1. Ven, Espíritu Santo. Ven, Espíritu Creador, visita las almas de tus fieles llena con tu divina gracia, los corazones que creaste.

Tú, a quien llamamos Paráclito, don de Dios Altísimo, fuente viva, fuego, caridad y espiritual unción.

 

  1. En presencia de Dios, pedimos perdón:

Yo confieso ante Dios todopoderoso

y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión;

por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes, hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor. Amén

 

  1. Proclamamos el evangelio de Jesucristo según san Juan 14,15-21

Catequesis para mayores de 12 años

Jesús promete rogar al Padre, para que recibamos su Espíritu y así caminar firmes y acompañados en la vida de fe. Yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad.

Para conocer mejor al otro Paráclito, escucharemos la explicación sobre el Credo que hace el padre Raneiro Cantalamesa, predicador de la Casa Pontificia:

“Creo en el Espíritu Santo que es Señor y dador de vida.”

El credo no dice que el Espíritu Santo es “el” Señor (un poco antes, en el credo se proclama: “creo en un solo Señor Jesucristo”). Señor indica aquí la naturaleza, no la persona; dice qué cosa es, no quién es el Espíritu Santo. “Señor” quiere decir que el Espíritu Santo comparte la Señoría de Dios, que está en el Creador, no como creatura; en otras palabras, que es de naturaleza divina.

A esta certeza la Iglesia había llegado basándose no solamente en la Escritura, sino también en la propia experiencia de salvación. El Espíritu, escribía san Atanasio, no puede ser una creatura porque cuando somos tocados por él (en los sacramentos, en la Palabra, en la oración) sentimos la experiencia de entrar en contacto con Dios en persona, y no con un intermediario suyo. Si nos diviniza, quiere decir que es el mismo Dios…

La expresión sucesiva, según la cual el Espíritu Santo “da la vida”, es traída de diversos pasajes del Nuevo Testamento: “es el Espíritu que da la vida”; “la ley del Espíritu da la vida en Cristo Jesús”; “el último Adán se volvió espíritu dador de vida”; “la letra mata, el Espíritu vivifica”.

Nos hacemos tres preguntas. Primero, ¿qué vida da el Espíritu Santo? Respuesta: da la vida divina, la vida de Cristo. Una vida sobre-natural, no una super-vida natural; crea al hombre nuevo, no al superhombre de Nietzsche “inflado de vida”. Segundo, ¿dónde nos da tal vida? Respuesta: en el bautismo, que es presentado de hecho como un “renacer del Espíritu”, en los sacramentos, en la palabra de Dios, en la oración, en la fe, en el sufrimiento aceptado en unión con Cristo. Tercero, ¿cómo nos da la vida, el Espíritu? Respuesta: haciendo morir las obras de la carne. “Si con la ayuda del Espíritu hacen morir las obras de la carne vivirán” (san Pablo, Romanos 8,13).

“… y procede del Padre (y del Hijo) y con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado.”

Pasemos ahora a la segunda afirmación del credo sobre el Espíritu Santo. Hasta ahora el símbolo de fe nos ha hablado de la naturaleza del Espíritu, no aún de la persona; nos ha dicho qué es, no quién es el Espíritu, nos ha hablado de lo que acomuna (une) al Espíritu Santo al Padre y al Hijo, el hecho de ser Dios y de dar la vida. Con la presente afirmación se pasa a lo que distingue al Espíritu Santo del Padre y del Hijo. Lo que lo distingue del Padre es que procede de Él, lo que lo distingue del Hijo es que procede del Padre no por generación, sino por espiración, para expresarnos en términos simbólicos, no como logos (idea) que procede de la mente, sino como el soplo procede de la boca.

Es el elemento central del artículo del credo, aquello con lo que se define el lugar que el Paráclito ocupa en la Trinidad. Esto nos dice que el Espíritu Santo no es un pariente pobre de la Trinidad. No es un simple “modo de actuar” de Dios, una energía o un fluido que atraviesa el universo como pensaban los estoicos; es una “relación subsistente”, por lo tanto una persona.

No tanto la “tercera persona singular”, sino más bien “la primera persona plural”. El “Nosotros” del Padre y del Hijo.       Cuando, para expresarnos de manera humana, el Padre y el Hijo hablan del Espíritu Santo, no dicen “él”, sino “Nosotros”, porque Él es la unidad del Padre y del Hijo. Aquí se ve la fecundidad extraordinaria de la intuición de san Agustín para quien el Padre es quien ama, el Hijo el amado y el Espíritu el amor que los une, el don intercambiado. Sobre esto se basa la creencia de la Iglesia occidental, según la cual el Espíritu Santo procede “del Padre y del Hijo”.

El Espíritu Santo quedará como el Dios escondido, aun si logramos conocer los efectos. Él es como el viento: no se sabe de dónde viene y adónde va, pero se ven los efectos cuando pasa. Es como la luz que ilumina todo lo que está adelante, quedando ella escondida. Por esto es la persona menos conocida y amada de los Tres, a pesar de que sea el Amor en persona. Nos resulta más fácil pensar en el Padre y en el Hijo como “personas”, pero es más difícil pensar en el Espíritu.

No existen categorías humanas que puedan ayudarnos a entender este misterio. Para hablar de Dios Padre nos ayuda la filosofía que se ocupa de la causa primera (el “Dios de los filósofos”); para hablar del Hijo tenemos la analogía humana de la relación padre – hijo y tenemos también la historia, porque el Verbo se hizo carne. Para hablar del Espíritu no tenemos sino la revelación y la experiencia. La misma Escritura nos habla de él sirviéndose casi siempre de símbolos naturales: la luz, el fuego, el viento, el agua, el perfume, la paloma.

Comprenderemos plenamente quién es el Espíritu Santo solamente en el paraíso. Más aun lo viviremos en una vida que no tendrá fin, en una profundidad que nos dará inmensa alegría. Será como un fuego dulcísimo que inundará nuestra alma y la colmará de gozo, como cuando el amor arrolla el corazón de una persona y esta se siente feliz.

“… y ha hablado por medio de los profetas.”

Estamos en la tercera y última gran afirmación sobre el Espíritu Santo. Después de haber profesado nuestra fe en la acción vivificadora y santificadora (el Espíritu que es Señor y da la vida), ahora se indica también su acción carismática. De ella se nombra un carisma para todos, aquel que Pablo considera el primero por importancia o sea, la profecía.

También del carisma profético se menciona solamente una etapa: el Espíritu que “ha hablado por medio de los profetas”, en el Antiguo Testamento. La afirmación se basa sobre diversos textos de la Escritura, y en particular en 2 Pedro 21: “Movidos por el Espíritu Santo, hablaron algunos hombres de parte de Dios”.

Catequesis para menores de 12 años

  • Se proclama el evangelio y se ayuda a los niños a recomponer el relato, buscando los detalles.
  • Se explica desde las ideas centrales de la catequesis de adultos (el texto anterior).
  • Reflexionamos las palabras: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes.”
  • En silencio meditamos con el corazón el significado de estas palabras y las compartimos.

Oración: Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día. No me dejes solo que me perdería. Hasta que alcance los brazos de Jesús, María y José.

 

  1. Cada uno de la familia dice una acción de gracias. Dios Padre, te damos gracias por

.

  1. Ahora, cada uno hace una petición. Dios misericordioso, te pedimos por

.

  1. Presentación de las ofrendas. En la Pascua, Jesús se ofrece como cordero sacrificado al Padre por nosotros. Ahora nosotros, unidos a Cristo, también podemos hacernos Eucaristía. En este momento, cada uno de la familia, dice cuál es la ofrenda que le presenta a Dios. Ejemplos: ayudar en casa, estudiar, rezar alguna oración, llamar a alguien para saludarlo, hacer un pequeño sacrificio, estar al servicio, etc..

 

  1. Oramos como Jesús nos enseñó: Padre nuestro…

 

  1. Nos damos la Paz del Señor, como gesto de amor.

 

  1. Oramos a nuestra Madre: Dios te salve María…

 

  1. Comunión espiritual: Creo, Jesús mío, que estás en el Santísimo Sacramento; te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que ahora no puedo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. (breve silencio). Y ahora, como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que jamás me separe de ti.

 

  1. Oremos: Dios todopoderoso, concédenos continuar celebrando con intenso fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado, de manera que prolonguemos en nuestra vida el misterio de fe que recordamos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

 

Sagrada Familia de Nazaret: Ruega por nosotros.

 

  1. Los padres se bendicen entre ellos y bendicen a los hijos, haciendo una cruz en la frente. Nos hacemos la Señal de la cruz diciendo: + El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la Vida eterna. Amen.

 

Sugerencias:

  1. Prepararse en familia para participar de la Santa Misa: leer previamente las lecturas, hacer una oración antes de que comience, ofrecer la Misa por las intenciones de la familia, preparar el altar familiar, vestirse adecuadamente, etc.
  2. Escuchar: Athenas – Espíritu Santo   https://www.youtube.com/watch?v=jtt7zyFeNls

 

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