La espera de la vuelta del Señor, de su retorno, nos conduce en esta peregrinación a reflexionar sobre la relación entre el tiempo presente, entendido como tiempo de la Iglesia y el futuro que nos aguarda.
El discurso cristiano sobre las realidades últimas, llamado escatología, nos lanza como creyentes a discernir los signos de los tiempos con el propósito de saber esperar al novio que llega, mientras el desafío cristiano implica el poder vivir con las lámparas llenas y encendidas como vírgenes precavidas (Mt, 25, 10), y con el compromiso de una vida capaz de presentarle frutos obtenidos (Mt 25, 20-21), porque es innegable que Dios a todos nos ha bendecido con capacidades y potencialidades.
La espera Cristiana es en síntesis vivir la alegría de una vida entregada en el día a día por amor a Jesús, trabajando por el Reino en el anuncio de la salvación y predicando la conversión, la santidad y la exigencia de la caridad.
Las lecturas cotidianas de la Santa Palabra que nos ofrece la liturgia al acercarnos al adviento refieren a ello; a nosotros nos corresponde prepararnos, seguir trabajando como lo entiende San Pablo ante la certeza de la parusía (2 Ts 3, 10-12), permanecer atentos y vigilantes, y crecer en la seguridad que nos viene de la gracia que custodia la amistad con Jesús. Nos corresponde incrementar en el corazón la confianza en la Misericordia Divina y vivir soportados en la firmeza de su Palabra que no defrauda:
“Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida”. Luego les dijo: “Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo”.
Lc 21, 5-11
Es innegable que cuanto describe el Señor posee un realismo con nuestro tiempo y contextos sociales, geopolíticos y hasta eclesiales, sin embargo; tenemos la certeza del orante; “aunque fuese por valle tenebroso ningún mal temería, pues tú vienes conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan” (Sal 23, 4).
Considerando la Palabra y la tensión escatológica en que se encuentra nuestra vida cristiana, he vuelto sobre un mensaje dado por Jesús a Santa Faustina en la primera mitad del siglo pasado:
“Antes de venir como justo juez, vengo como Rey de la Misericordia. Antes de que venga el día de la Justicia, en el cielo se le dará a los hombres esta señal: se apagarán todas las luces en el Cielo y habrá una gran oscuridad sobre la Tierra. Entonces aparecerá la señal de la cruz en el Cielo y de los orificios donde fueron clavadas las manos y los pies del Salvador, saldrán grandes luces que por algún tiempo iluminarán la Tierra. Esto sucederá poco antes del último día”.
DSF 83
Vivimos el Tiempo de la Misericordia; San Juan Pablo II, nos recordó esa generosidad del Mayor Atributo Divino e introdujo a la Iglesia por este caminar de conversión sincera del corazón ante la generosidad de un Dios perdonador que no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. El Señor se compadece de nuestra Miseria, no nos trata como merecen nuestros pecados, pero Él aguarda que demos el paso de una vida nueva y en gracia.
Sin pretender ser un profeta de calamidades, como sentenció el papa Juan XXIII a mitad de Siglo pasado –tal vez movido por las revelaciones marianas, que recordaban las consecuencias dramáticas en imágenes apocalípticas a causa del pecado de la humanidad extraviada-, hemos de recordar; que la puerta de la Misericordia no siempre estará abierta, los textos bíblicos nos dan pistas de ello.
Un día será tarde como lo fue para el rico Epulón (Lc 16, 24-26), o para aquellas vírgenes necias a las que se les cerró la puerta (Mt 25, 11-12), o para aquel que su talento enterró (Mt 25, 30). Queramos o no; un día dejaremos de estar ante las oportunidades del tiempo de la misericordia y nos situarnos ante el Justo Juez, como asegura Jesús en el mensaje a Santa Faustina en el numeral citado.
Así mismo, podemos interpretar que la espiritualidad de la misericordia es una tabla de salvación lanzada a la humanidad, en ella se nos invita a leer en el libro de la Pasión del Señor; esto es contemplar al Crucificado, sumergir en sus Heridas nuestra vida, reparar por el daño cometido, ofrecer su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad como propiciación por nuestros pecados y los del mundo entero.
Meditar en la Pasión dolorosa del Señor es encontrar la fuente de luz para nuestros tiempos confusos y oscuros. Pidamos a nuestro Salvador Misericordioso que de los orificios donde fueron clavados sus manos y sus pies, salgan grandes luces que iluminen desde ya nuestra conciencia y a toda la humanidad. Qué ese gran acontecimiento de su Cruz luminosa como signo en el cielo, se manifieste constantemente en nuestra oración. ¡Viva Cristo Rey!