Espiritual

¿La religión sirve de algo? ¿Tiene una razón de ser hoy?

La creación de Adán Miguel Angel
Escrito por Padre Henry Vargas

“La relación con Dios, la religión, es algo más que un soporte para nuestros valores morales; abarca otros muchos ámbitos de nuestra vida”.

El ser humano es capaz de Dios. ¿Y por qué? Porque hay una “unión íntima y vital con Dios” (Gaudium et Spes 19, 1). El ser humano tiende, gracias a su sentido de trascendencia, a Dios. Dios está cerca de todo ser humano, cerca de su razón y de su corazón. Esta presencia misteriosa de Dios puede ser reconocida en el interior del ser humano. Bien lo decía San Agustín, en ‘Las Confesiones’: «Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».

“El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar”. 

Catecismo de la Iglesia Católica, 27.

El ser humano tiene una dimensión religiosa que vive o desarrolla desde las más antiguas civilizaciones, lo que supone imposible que el ser humano sea un ser no religioso, ya que el verdadero sentido de la existencia humana está en que Dios nos creó para vivir en armonía y en comunión con Él, participando de su vida divina. El hombre  no puede ignorar ni, menos aún, negar esta peculiaridad que le define.

La religión ha estado, por obvias razones, ligada a la cuestión de Dios. Ella, en efecto, no es otra cosa que el reconocimiento de nuestra dependencia de Dios, de nuestro ser de creaturas. Si Dios es nuestro Creador y Señor, nuestro supremo legislador, nosotros estamos obligados, en virtud de justicia, a actuar en consecuencia, a reconocer tal hecho y a darle el homenaje y el respeto de nuestra sumisión.

Si Dios es nuestro Creador y Señor, no podemos ignorarlo o comportarnos con Él de igual a igual. El respeto y la obediencia que se le deben a Dios, en virtud de su dominio supremo y absoluto sobre nosotros, es lo que da la consistencia o esencia a la religión, es lo que la define. El ser humano religioso respeta a Dios, lo adora con todo su ser y observa su ley impresa en su conciencia; y esto es bueno. Regirse por las normas divinas es el mejor modo de vivir (Santiago 1, 25).

De manera, pues, que el ser humano es un ser religioso por antonomasia, por naturaleza. El ser humano, ya que  siente la necesidad de reflexionar en su esencia, en su principio y en su fin; que tiene conciencia de su ser “hombre”, le lleva a pensar necesariamente en la divinidad, a pensar que hay alguien más y que hay algo más allá. Le lleva a pensar que las cosas no están por casualidad, sino que hay un Ser que las creó, las ordenó, y que ese ser es Dios.

Se da, pues, aquí en este artículo por descontada la aceptación de la existencia de Dios, porque si Dios no existiera no existiría, en consecuencia, ninguna religión.

Hacerse, pues, la pregunta que encabeza el artículo equivale, en definitiva, a preguntarse ‘¿Sirve de algo creer en Dios?

Alguien podría decir, por ejemplo, ‘para ser bueno no hace falta tener ninguna religión’. Hay, en efecto, un número considerable de personas buenas que viven a cabalidad los valores humanos y, sin embargo, no les atrae para nada ni Dios ni la religión. Son buenas personas aunque han auto atrofiado su sentido de trascendencia.

Algún otro diría que la religión no sirve de nada porque no influye tangiblemente en nuestras actividades diarias, ni interviene en las decisiones ordinarias (vitales, profesionales, económicas) que tomamos. Y esto pasa cuando la religión queda sobretodo relegada al ámbito privado o íntimo, donde su esencia se convierte en una cuestión meramente intelectual, donde se cruzan argumentos que no repercuten en la vida; pero esto ni es lo correcto, ni es lo lógico.

En una concepción materialista del mundo (en la que se admite que el fin de la vida consista sólo en generar progreso, bienestar  y/o placer; y en buscar los medios que conduzcan a ello), Dios y la religión no solo sirven de muy poco o nada sino que además, con sus principios y exigencias, se convierten en obstáculos, en un palo en la rueda al llamado “libre” desarrollo del ser humano.

Pero, por el contrario, todo cambia con una visión espiritual de la realidad que ve en Dios su origen y su fin. ¿Y por qué? Porque Dios es el Ser Supremo, el creador de todas las cosas; aquel que le ha dado al ser humano la existencia y a quien él debe rendir cuenta de la observancia de la ley moral inscrita en su corazón, a través de la cual Dios le expresa o manifiesta el objetivo y/o el sentido de la vida, el para qué vivir.

Dios es “la norma” absoluta que determina lo que es bueno y lo que no lo es, lo que define lo que es verdadero y lo que no lo es, lo que da luz para destacar lo hermoso de lo que no lo es.

El escritor ruso Fiodor Dostoievski, en su obra ‘Los hermanos Karamasov’, evidencia la urgencia y la importancia del “problema” o de la cuestión de Dios diciendo:

“Si Dios no existiese todo sería lícito”.

Fiodor Dostoievski, novelista ruso.

Lo que equivaldría a decir que si Dios existe no todo es lícito.

Pero la relación con Dios, la religión, es algo más que un soporte para nuestros valores morales; abarca otros muchos ámbitos de nuestra vida.

No se puede, por tanto, reducir la religión a sólo un ‘actuar bien’; ni, menos aún, hacer de la filantropía una especie de religión. Es un error esta reducción porque, según este planteamiento, sería mucho más religioso un ateo que sea “buena persona” que un cristiano que no lo sea.

Por tanto, con Dios, todo toma consistencia y significado; sin Él todo se hace vano. Con Dios la vida tiene una perspectiva, sin Él se tiene otra totalmente opuesta, diferente, trágica. Esto explica por qué la cuestión de Dios ha estado siempre en el centro de las preocupaciones más importantes del pensamiento de todos los pueblos y en todos los tiempos. Ha sido además el interés fundamental de la investigación filosófica.

Es, pues, ineludible que todo ser humano tenga que confrontarse con la cuestión de Dios y tomar partido; nadie se debe eximir de ello. Quien confiadamente toma partido en el asunto de Dios es y debe ser un ser religioso, pero no de cualquier manera ni en cualquier religión (no todo da igual). Sobre cuál es la religión verdadera, eso ya es otra cuestión a tratar.

El tema de Dios y de la religión es, pues, la cuestión central o fundamental de la existencia humana; es la cuestión de la cual depende la orientación de la vida. Hasta que el ser humano no se haya confrontado con la divinidad no se es ser humano a plenitud, no será un ser racional que se deje guiar, no por el instinto, sino por la inteligencia.

Una persona religiosa basándose en la verdad (doctrina), con equilibrio, con coherencia y con su bagaje y madurez espirituales debe propender, junto a todos los seres humanos de buena voluntad, por profundizar en lo humano.

La persona religiosa, por el mero hecho de existir y de estar implantada en la sociedad, irá por la vida anunciando, con hechos, el perdón, la solidaridad, el respeto y, desde el amor, su condición de prójimo a favor de las demás personas (1 Juan 4, 8).

Resumiendo: a la pregunta, ¿sirve de algo la religión? Hay que contestar: ¡Claro que sirve! La religión responde verdaderamente a las aspiraciones más profundas del ser humano. Sirve, pues, la religión para dar explicación razonable al mundo (visible e invisible) que nos rodea.

Sirve, además de lo anteriormente dicho, para responder a preguntas trascendentales que todo ser humano debe formularse, antes o después. La religión responde a preguntas como: ¿Por qué estoy en esta vida? ¿Quién o qué soy? ¿Para dónde voy? ¿Tiene sentido lo que hago hoy? ¿Cuál es la verdad, LA GRAN VERDAD? ¿Qué es lo que debe guiar nuestra vida?

Los anteriores interrogantes fundamentales, nos ayudan a pensar en Alguien y a relacionarnos con Él. La religión (el cristianismo), no es una ideología, es un encuentro personal con Cristo vivo (quien es LA VERDAD). No se es religioso,

“no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.

“Deus Caritas Est”, 1. Benedicto XVI.

La vida religiosa (cristiana) no es, ni debe ser, algo abstracto, sin fundamento, etéreo; tiene que ser la base de la vida.


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