Apegándome a lo que Jesús enseñó a sus apóstoles con respecto a la oración, y a la sencillez de su enseñanza, quisiera recordar lo que Él nos dijo:
“Cuando vayas a orar, entra en tu aposento y ora a tu Padre que ve en lo secreto”.
Mateo 6, 6
“Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos…”.
Mateo 6, 9
Y cuando se refiere a la oración comunitaria, nos dice que nos reunamos en su nombre.
No dice que debemos entrar en relajación profunda, ni hacer ejercicios de respiración. De hecho, sus momentos más fuertes de oración, fueron en la agonía del Getsemaní y en la Cruz. Lugares estos en los que no podía hacer ejercicios de respiración y menos pudo tener relajación corporal alguna.
Nos estamos dejando llevar por prácticas que no tienen que ver con las enseñanzas de Cristo.
Para orar necesitamos una sincera disposición de corazón, y saber ciertamente que en el instante mismo que nos damos la bendición e invocamos el nombre de Dios, Uno y Trino, ya estamos en el misterio de la esfera espiritual.
Sería absurdo creer que si no entramos en una especie de trance, no estamos orando. Entonces dónde quedaría lo que nos dice el salmo 34: ¿»Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”?
El seguir a Jesús implica hacer lo que él enseñó y lo que él mismo hacía.
Santa Teresa de Ávila, doctora de la Iglesia, en su libro “Camino de Perfección”, que es un tratado místico de cómo llegar a la contemplación profunda, solo habla de orar el «Paternoster».
Jesús no tiene fórmulas, ni métodos, ni posturas. Jesús es claro en su evangelio y sí nos exige cordura y lealtad.
Aclaro que está exhortación es para católicos practicantes.
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