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«La distribución del Cuerpo de Cristo pertenece solo al sacerdote»
Santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia
De la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino
Tercera parte – Los Sacramentos
Pregunta 82 – El Ministro del Sacramento de la Eucaristía
Artículo 3 – Si la distribución de este sacramento pertenece sólo al sacerdote
[51039] IIIª q. 82 a. 3 arg. 1
OBJECIONES por las que parece que la distribución de este sacramento no pertenece sólo al sacerdote. En realidad:
1. La sangre de Cristo pertenece a este sacramento no menos que el cuerpo. Pero la sangre de Cristo es dispensada por los diáconos, tanto que San Lorenzo le dijo a San Sixto: «Prueba si has elegido a un buen ministro, a quien confiaste la distribución de la sangre del Señor». Por lo tanto, la distribución del cuerpo del Señor no es solo de los sacerdotes.
[51040] IIIª q. 82 a. 3 arg. 2
2. Los presbíteros son constituidos ministros de los sacramentos. Ahora bien, este sacramento se realiza en la consagración de la materia, no en uso, a la que se refiere su distribución. Por lo tanto, no es responsabilidad del sacerdote distribuir el cuerpo del Señor.
[51041] IIIª q. 82 a. 3 arg. 3
3. Este sacramento, escribe Dionisio (Eccles. Hier.), tiene «virtud perfectiva» como la confirmación. Pero la confirmación de los bautizados no es responsabilidad del sacerdote, sino del obispo. Por lo tanto, también corresponde al obispo y no al sacerdote dispensar este sacramento.
[51042] IIIª q. 82 a. 3 s. c.
AL CONTRARIO:
En los cánones (De Consecr., dist. II) leemos: “Ha llegado a nuestro conocimiento que algunos sacerdotes dan el cuerpo del Señor a un laico o a una mujer para que lo lleve a los enfermos. Por lo tanto, el Sínodo prohíbe que continúen estos abusos: el sacerdote debe comulgar a los enfermos por sí mismo”.
[51043] IIIª q. 82 a. 3 co.
RESPUESTA:
La distribución del cuerpo del Señor pertenece al sacerdote por tres razones.
Primero, porque, como se ha dicho, consagra en la persona de Cristo. Ahora bien, Cristo, así como consagró su propio cuerpo, así lo distribuyó a otros de sí mismo. Por lo tanto, así como la consagración del cuerpo de Cristo pertenece al sacerdote, así también a él le corresponde distribuirla.
Segundo, porque el sacerdote se constituye en un intermediario entre Dios y el pueblo. Por lo tanto, así como a él le corresponde ofrecer a Dios los dones del pueblo, así también le corresponde a él dar al pueblo los santos dones de Dios.
En tercer lugar, porque por respeto a este sacramento no se toca con nada que no esté consagrado: y por eso el corporal, el cáliz y las manos del sacerdote se consagran para poder tocar este sacramento. Por lo tanto, a nadie más se le permite tocarlo, excepto en caso de necesidad: si, por ejemplo, estuviera a punto de caer al suelo, o en otras circunstancias similares.
[51044] IIIª q. 82 a. 3 ad 1
SOLUCIÓN DE LAS DIFICULTADES:
1. El diácono, como próximo del orden sacerdotal, tiene algunos deberes de este oficio, a saber, la facultad de dispensar la sangre, pero no la de dispensar el cuerpo, a no ser en caso de necesidad por mandato del obispo o del presbítero.
Primero, porque la sangre de Cristo está contenida en el cáliz. Por lo tanto, no está en contacto con el que lo distribuye, como lo hace el cuerpo de Cristo.
Segundo, porque la sangre significa la redención que viene al pueblo de Cristo: tanto es así que el agua se mezcla con la sangre para indicar al pueblo. Ahora bien, puesto que los diáconos están entre el sacerdote y el pueblo, la distribución de la sangre es más adecuada a los diáconos que la distribución del cuerpo.
[51045] IIIª q. 82 a. 3 ad 2
2. Es deber de la misma persona dispensar y consagrar la Eucaristía por la razón que hemos mencionado.
[51046] IIIª q. 82 a. 3 ad 3
3. Del mismo modo que el diácono participa un poco de la virtud «iluminadora» del sacerdote en cuanto dispensa sangre, así también el sacerdote participa en el «gobierno perfectivo» del obispo, en cuanto dispensa la Eucaristía que perfecciona al hombre en sí mismo, uniéndolo a Cristo. Por otra parte, los otros perfeccionamientos (refinamientos) que disponen al hombre en relación con su prójimo están reservados al obispo.
Ver tambén:
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