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¿José estaba preocupado por el embarazo ‘inesperado’ de María?

Ante aquellas portentosas manifestaciones del Señor a cada uno, lo que corresponde pensar es que ambos debían hallarse aún pletóricos y en éxtasis, y no “preocupados” o sumidos en respetos humanos. Para disipar cualquier asomo de duda, la pronta y expedita respuesta de ambos es bastante elocuente: José, quien –al despertar del sueño– actúa de inmediato y sin dudar; y María, quien –con plena libertad y convicción– afirma obediente: «Yo soy esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho».

Piadosamente quizás –pero de una manera totalmente equivocada–, algunos se han detenido en una sutil consideración con respecto al embarazo de María, particularmente en el momento de la concepción, según la cual ella lo habría ‘asumido’ «corriendo el riesgo de ser lapidada por haber quedado “embarazada soltera” en medio y en el contexto de una sociedad “machista”». En el mejor de los casos, lo habría hecho aún a riesgo de una posible confusión que podría haberle significado el repudio y una amenaza contra su vida, en una cultura que lapidaba sin mayores consideraciones a una mujer que quedara embarazada por fuera del matrimonio.

Pero, aunque la Teología nos ha presentado el hecho en términos casi exclusivamente humanos, según los cuales habría un repudio a causa de un presunto adulterio, el relato del Evangelio no sólo es claro, sino que zanja y descarta cualquier sutileza de este tipo; por su parte, la Sagrada Tradición y algunas revelaciones privadas también permiten contemplar y comprender mejor la magnitud y el significado de la intervención sobrenatural que subyace en estos hechos.

Veamos lo que nos dicen, respectivamente, los capítulos 1 de los Evangelios tanto de San Lucas como de San Mateo, y lo que cada uno de ellos establece con claridad.

Relato de Lucas:

Un ángel anuncia el nacimiento de Jesús

26 “A los seis meses, Dios mandó al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret, 27donde vivía una joven llamada María; era virgen, pero estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David. 28El ángel entró en el lugar donde ella estaba, y le dijo:

¡Salve, llena de gracia! El Señor está contigo.

29María se sorprendió de estas palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. 30El ángel le dijo:

María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios. 31Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 32Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo, y Dios el Señor lo hará Rey, como a su antepasado David, 33para que reine por siempre sobre el pueblo de Jacob. Su reinado no tendrá fin.

34María preguntó al ángel:

—¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre?

35El ángel le contestó:

El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Dios altísimo se posará sobre ti. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios. 36También tu parienta llamada Isabel va a tener un hijo, a pesar de que es anciana; la que decían que no podía tener hijos, está encinta desde hace seis meses. 37Para Dios no hay nada imposible.

38Entonces María dijo:

Yo soy esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho.

Con esto, el ángel se fue”.

Relato de Mateo:

Origen de Jesucristo

18El origen de Jesucristo fue éste: María, su madre, estaba comprometida para casarse con José; pero antes que vivieran juntos, se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo. 19José, su marido, que era un hombre justo y no quería denunciar públicamente a María, decidió separarse de ella en secreto. 20Ya había pensado hacerlo así, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por esposa, porque su hijo lo ha concebido por el poder del Espíritu Santo. 21María tendrá un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados».

22Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por boca del profeta:

«La virgen quedará encinta
y tendrá un hijo,
al que pondrán por nombre Emanuel».

(que significa: «Dios con nosotros»).

Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y tomó a María por esposa. Y sin haber tenido relaciones conyugales, ella dio a luz a su hijo, al que José puso por nombre Jesús”.

* * *

Como podemos apreciar en ambos relatos, hay por lo menos tres razones por las que debemos descartar tales hipótesis:

  1. No hubo en la mente de María ni en la de José –ni en el tiempo transcurrido entre la Anunciación a María y el aviso dado a José–, ni un resquicio que les permitiera albergar siquiera la más mínima preocupación al respecto. De hecho, el evangelio destaca:

«Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y tomó a María por esposa. Y sin haber tenido relaciones conyugales, ella dio a luz a su hijo, al que José puso por nombre Jesús».

  1. Menos aún, entre dos personas santas que –aunque prudentes y previsivas– habían sido respectivamente visitadas y anunciadas por parte del ángel del Señor, quien reiteró no sólo el linaje real de José, “descendiente de David”, y su papel, a quien le correspondería poner el Santo Nombre de Jesús, es decir, ejercer y dejar clara su autoridad paterna sobre el Señor encarnado, sino que también destacó el despliegue de grandeza y poder por parte del Dios altísimo, y confirmó a María en Gracia y a José en su misión:

«José, descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por esposa, porque su hijo lo ha concebido por el poder del Espíritu Santo. 21María tendrá un hijo, y le pondrás por nombre Jesús».

Ante aquellas portentosas manifestaciones del Señor a cada uno, lo que corresponde pensar es que ambos debían hallarse aún pletóricos y en éxtasis, y no “preocupados” o sumidos en respetos humanos. Para disipar cualquier asomo de duda, la pronta y expedita respuesta de ambos es bastante elocuente: José, quien al despertar del sueño actúa de inmediato y sin dudar; y María, quien –con plena libertad y convicción– afirma obediente:

«Yo soy esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho».

  1. El “temor” de José, que le llevó a tomar la determinación de “abandonar en secreto” a María,

«José, su marido, que era un hombre justo y no quería denunciar públicamente a María, decidió separarse de ella en secreto».

obedece precisamente al hecho de que “era un hombre justo”. Esto es, no un fariseo apegado a la letra de la ley; si así lo fuera, no le hubiese importado proceder a “denunciar públicamente a María”, hecho que desmiente claramente el relato.

José se hallaba de frente ante el Misterio, tal como le ocurrió a Moisés cuando se topó con “la zarza que ardía y no se quemaba”, y desde la cual Dios le llamó, ordenándole:

«Quítate las sandalias de los pies, porque la tierra que pisas es Santa».

(Éxodo 3, 5; Josué 5, 15; Hechos 7, 33).

La primera cita es la de Moisés. La segunda, confirma a su sucesor, Josué. La última cita bíblica corresponde al “Discurso de Esteban”, quien enfatiza:

«Moisés temblando, no se atrevía a mirar».

Ante un hecho semejante, pues aún desconocía el designio de la Maternidad Divina, José –que era justo, que conocía y era plenamente consciente de la Santidad de María, y que con toda seguridad debía recordar vivamente en ese momento aquel otro hecho sobrenatural con el que el Señor demostró que él era el elegido para ser su esposo– debió sobrecogerse, aunque no tanto como para perder el sueño, pues fue durante el mismo que el ángel le aclaró no sólo el misterio sino su papel, su misión y su concurso en el mismo.

De acuerdo con alguna revelación privada y lo que la Tradición nos ha transmitido sobre José, su solución humana –la de un hombre justo– consistió en apartar de María toda sombra de duda, asumiendo él sobre sí la responsabilidad. En términos jurídicos, no sólo ya “eran marido y mujer” por efecto del compromiso, como lo han destacado los relatos de los Evangelios, sino que –en términos teológicos– José ya estaba completamente envuelto, imbuido y al tanto de su nueva situación, y de este modo asume la plena responsabilidad de su compromiso esponsal así como la vocación y la función sacerdotal que le correspondía como cabeza de familia.

Qué nos dice el Papa emérito Benedicto XVI

Como corolario de estas reflexiones, y para comprender mejor el inmenso regalo que significó para la humanidad el “fiat” de María y el justo avenimiento de José con las realidades sagradas y los designios de la Divina Voluntad, vienen muy bien las palabras del Santo Padre Benedicto XVI, quien en su calidad de Teólogo aborda la cuestión en el libro “La Infancia de Jesús”, dejándola bien clara, y sobre la cual conviene retomar al menos dos aspectos: la vida familiar de Jesús, sobre cuyo origen nadie tenía dudas; y el origen divino de Jesús, por cuyas obras desconcertaba a los que aún no lo veían con los ojos de la fe.

Dice el Papa:

“La pregunta por el origen de Jesús, como interrogante acerca de su origen más íntimo, y por tanto sobre su verdadera naturaleza, aparece también en otros momentos decisivos del Evangelio de Juan, y desempeña igualmente un papel importante en los Evangelios Sinópticos. En Juan, como en los Sinópticos, esta cuestión se plantea con una singular paradoja.

Por un lado, contra Jesús y su pretendida misión habla el hecho de que se conoce con precisión su origen: en modo alguno viene del cielo, del «Padre», de «allá arriba», como él dice (Jn 8, 23). No: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?» (Jn 6, 42). Los Sinópticos relatan un debate muy similar en la sinagoga de Nazaret, el pueblo de Jesús. Jesús no había interpretado las palabras de la Sagrada Escritura como era habitual, sino que, con una autoridad que superaba los límites de cualquier interpretación, las había referido a sí mismo y a su misión (cf. Lc 4, 21). Los oyentes –muy comprensiblemente– se asustan de esta relación con la Escritura, de la pretensión de ser él mismo el punto de referencia intrínseco y la clave de interpretación de las palabras sagradas.

Y el miedo se transforma en oposición: «“¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y de José y Judas y Simón? Y sus hermanas, ¿no viven con nosotros aquí?” Y esto les resultaba escandaloso» (Mc 6, 3). En efecto, se sabe muy bien quién es Jesús y de dónde viene: es uno más entre los otros. Es uno como nosotros. Su pretensión no podía ser más que una presunción. A esto se añade además que Nazaret no era un lugar que hubiera recibido promesa alguna de este tipo. Juan refiere que Felipe dijo a Natanael: «Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.» La respuesta de Natanael es bien conocida: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1, 45 s). La normalidad de Jesús, el trabajador de provincia, no parece tener misterio alguno. Su proveniencia lo muestra como uno igual a todos los demás».

Luego de esta clarísima explicación, viene un poco más adelante un bellísimo y conmovedor pasaje en el que, con palabras verdaderamente sobrecogedoras, el Papa esclarece y reafirma la Santidad de María (y, con ella, reitera también la de Jesús):

“La genealogía de Mateo es una lista de hombres, en la cual, sin embargo, antes de llegar a María, con quien termina la genealogía, se menciona a cuatro mujeres: Tamar, Rahab, Rut y «la mujer de Urías». ¿Por qué aparecen estas mujeres en la genealogía? ¿Con qué criterio se las ha elegido? Se ha dicho que estas cuatro mujeres habrían sido pecadoras. Así, su mención implicaría una indicación de que Jesús habría tomado sobre sí los pecados y, con ellos, el pecado del mundo, y que su misión habría sido la justificación de los pecadores.

Pero esto no puede haber sido el aspecto decisivo en su elección, sobre todo porque no se puede aplicar a las cuatro mujeres. Es más importante el que ninguna de las cuatro fuera judía. Por tanto, el mundo de los gentiles entra a través de ellas en la genealogía de Jesús, se manifiesta su misión a los judíos y a los paganos. Pero, sobre todo, la genealogía concluye con una mujer, María, que es realmente un nuevo comienzo y relativiza la genealogía entera.

A través de todas las generaciones, esta genealogía había procedido según el esquema: «Abraham engendró a Isaac…». Sin embargo, al final aparece algo totalmente diverso. Por lo que se refiere a Jesús, ya no se habla de generación, sino que se dice: «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1,16). En el relato sucesivo al nacimiento de Jesús, Mateo nos dice que José no era el padre de Jesús, y que pensó en repudiar a María en secreto a causa de un presunto adulterio. Y, entonces, se le dijo: «La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo» (Mt 1,20). Así, la última frase da un nuevo enfoque a toda la genealogía. María es un nuevo comienzo. Su hijo no proviene de ningún hombre, sino que es una nueva creación, fue concebido por obra del Espíritu Santo.

No obstante, la genealogía sigue siendo importante: José es el padre legal de Jesús. Por él pertenece según la Ley, «legalmente», a la estirpe de David. Y, sin embargo, proviene de otra parte, de «allá arriba», de Dios mismo. El misterio del «de dónde», del doble origen, se nos presenta de manera muy concreta: su origen se puede constatar y, sin embargo, es un misterio. Sólo Dios es su «Padre» en sentido propio. La genealogía de los hombres tiene su importancia para la historia en el mundo. Y, a pesar de ello, al final es en María, la humilde virgen de Nazaret, donde se produce un nuevo inicio, comienza un nuevo modo de ser persona humana”.


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