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La polémica ceremonia de apertura de los recientes Juegos Olímpicos ha sido vista por muchos como una muestra del creciente menosprecio hacia la religión, especialmente hacia el cristianismo, en la sociedad contemporánea.
Y es que el espectáculo inaugural incluyó una controvertida puesta en escena que parodiaba la Última Cena de Jesús con sus discípulos, con una clara intención de burla sacrílega. Esto ha sido considerado por líderes religiosos y sectores conservadores como un agravio directo a los símbolos más sagrados del cristianismo.
No es casualidad que esto haya ocurrido precisamente en Francia, cuna de la Ilustración y tradicionalmente asociada a la promoción del laicismo y el racionalismo crítico hacia la religión. Allí se exalta la irreverencia. Ya desde la Revolución Francesa se gestó una fuerte corriente antirreligiosa y anticlerical que buscaba reducir la influencia social y política del catolicismo.
Esa visión sesgada de la Ilustración sobre conceptos como la tolerancia y la libertad llevó a una persecución despiadada de los católicos durante el periodo del Terror. Como señala el historiador Alvear Téllez, «detrás de la tolerancia y de la libertad de conciencia y de religión modernas se esconde la mano de plomo de la intolerancia contra el cristianismo y el judaísmo».
El afán por instaurar un «reino laico» basado solo en la razón y la ciencia, desterrando toda noción de trascendencia, condujo a una animadversión contra los creyentes, vistos como un obstáculo para el progreso. De ahí al fanatismo revolucionario que justificaba el derramamiento de sangre, hubo solo un paso.
Ese mismo espíritu antirreligioso, ahora bajo la etiqueta del progresismo y la corrección política, es el que parece manifestarse en episodios como el de los JJOO. Se trata de una muestra más de esa agenda globalista que busca deconstruir los fundamentos morales de la civilización occidental para reemplazarlos por una nueva moral «laica» y «emancipada».
Por eso no sorprende que también en nuestros días los creyentes que defienden posturas acordes a sus principios en debates sobre aborto, matrimonio gay o ideología de género sean acusados de «intolerantes» y se intente silenciarlos.
Es el retorno de esa dinámica jacobina donde bajo la máscara de la libertad se esconde una feroz intolerancia hacia todo aquello que trascienda el humanismo inmanentista. Una intolerancia que históricamente ha desembocado una y otra vez en crímenes atroces contra los disidentes religiosos.
Ante este panorama, la respuesta no puede ser caer en un derrotismo autocomplaciente o abstenerse de la participación política. El camino es renovar el compromiso con los valores cristianos y luchar por instaurar una cultura de la vida y la dignidad humana en todos los ámbitos.
Solo reevangelizando a las sociedades desde sus raíces podremos contrarrestar esta nueva ofensiva jacobina y construir un futuro más humano para todos.
Fuente: El escándalo de la Inauguración de los Juegos Olímpicos como símbolo del odium religionis
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