Cultura

América Latina: Telos y Carácter. Contra la Leyenda Negra de la Revolución

In memoriam Monseñor Darío Múnera Vélez (1935-2014),

Rector General de la Universidad Pontificia Bolivariana entre 1988 y 1998,

quien, en 1992, instara a la comunidad universitaria

a celebrar el V Centenario de

la Evangelización de América,

aun sin el apoyo de tantos de sus docentes.

Darío, del latín Darius (el que mantiene el bien).

Entendiendo el concepto de carácter en su significado, originariamente griego, de χαρακτήρ como marca, señal, signo indicador de un origen, e incluso en la acepción que de la misma palabra ofrece la RAE, a saberse, “conjunto de cualidades o circunstancias propias de una cosa, de una persona o de una colectividad, que las distingue, por su modo de ser u obrar, de las demás”, resulta válido hablar de un carácter latinoamericano constituido, por diversos factores, pero, fundamentalmente, por una fe común, por una religión compartida.

Dicho carácter se convierte en potencia en continua actualización y su aceptación sincera, sin resentimientos ni negaciones de ninguna clase, es decir, aprobando todo lo que se es, permitirá al pueblo latinoamericano lanzarse hacia una meta que está en plena sintonía con su identidad y no puede entenderse sin su asimilación. La noción de carácter que brinda la psicología sirve pues, de base, para este proyecto de crecimiento y desarrollo y resulta vital, para evitar que ideologías foráneas provenientes de otras latitudes se hagan pasar por proyectos autóctonos de reivindicación de la identidad latinoamericana, como es el caso de la nefasta y ya muy bien conocida Teología Marxista de la Liberación, de marca europea, no latinoamericana.

El estudioso del carácter Paul Grieger afirma en su magistral obra Estudio práctico de caracterología, acerca de esta noción importantísima:

“Constituye lo que en el hombre es anterior a su historia; lo sólido y permanente; lo que resiste al cambio y es susceptible por consiguiente, al menos en la medida en que logramos conocerlo, de proporcionarnos las bases estables en qué apoyar la deducción, si no de los actos del hombre considerado, al menos de las condiciones más profundas que los hacen posibles y determinan la línea general de su conducta” (22).

Lo mismo que en clave antropológica, no se puede responder a la pregunta “¿Hacia dónde voy?” sin antes responderse, con todo lo que esto implica “¿Quién soy?”. El descubrimiento de la propia identidad toma importancia si se considera, con Bauman, que la identidad es “la verdad de la existencia que todavía no ha llegado, que constituye una tarea, una misión, una responsabilidad. Al igual que los demás estándares, la identidad permanece obstinadamente por delante: es preciso correr hasta quedarse sin aliento para alcanzarla” (91).

En la posmodernidad no es posible hablar de un principio al cual ser fiel y en el que cobra sentido la búsqueda de la identidad, su loca carrera “hacia lo que está por venir” desemboca en el absurdo de no encontrar un referente, un norte. Con este breve discurrir se pretende demostrar que al hablar de Latinoamérica sí se puede encontrar dicho principio y es este el que indica a los latinoamericanos cuál es el horizonte, cuál es la meta o telos (τέλος) en que se vinculan su origen, su tradición y su destino. Este principio está marcado por el carácter mestizo, por la síntesis que no solo es étnica sino también, y sobre todo, cultural, o como señalara el pensador peruano Alberto Wagner de Reyna, “espiritual” (66).

En resumen, esta breve reflexión propone que la religión, expresión de la historia, ha sido, es y será para siempre un elemento constitutivo que va configurando una cultura particular. La pregunta por la identidad de América Latina debe dirigirse a su matriz cultural si quiere encontrar una respuesta válida. Ese es el núcleo del asunto. Los estados nacionales que se configuraron en el siglo XIX tienen un sustrato común que es una cultura, cuyos rasgos generales se fueron perfilando al correr del tiempo en un impresionante proceso que se dio, de manera semejante, en toda Iberoamérica, incluyendo algunas regiones más al norte, como California, Texas, La Florida, Nuevo México y otros territorios.

La Fe, el Fruto Maduro de una Evangelización Constituyente

Al hablar de síntesis en la forja de América Latina no se pretenden igualar los aportes de ibéricos e indígenas; ciertamente el concepto de síntesis da a entender que con la fusión de las dos tradiciones culturales se produjo una nueva realidad, pero en este encuentro hubo factores que jugaron un papel más importante porque estaban encima de otros. El principal factor fue, sin duda, la fe en el Señor Jesús, transmitida a través de la Iglesia, sin ignorar la importancia de los distintos planos de la vida social que contribuyeron al mestizaje y a la construcción de un carácter totalmente nuevo, heredero de España y de las culturas precolombinas.

La importancia de la evangelización constituyente en la consolidación del carácter latinoamericano no es una idea históricamente acomodada; varios son los que defienden su importancia. Christopher Dawson, el célebre historiador inglés indica, aunque en el contexto europeo, que la fe fue el elemento aglutinante que dio unidad a distintos grupos humanos del Viejo Continente: “Los pueblos del Norte no poseyeron literatura escrita, ciudades, ni arquitectura de piedra. Eran, en una palabra, ‘bárbaros’ y solo por el Cristianismo y los elementos de alta cultura transmitidos por la Iglesia, Europa occidental adquirió unidad y forma” (23).

Ortega y Gasset diferenciaba, con rigor, el plano de las ideas y el de las creencias, pues “las ideas se tienen, en las creencias se está” (3). Siguiendo el camino que señala Ortega, puede decirse que en el plano de las ideas es muy fácil negar la influencia de la fe o decir que fue impuesta en todos los casos, si bien este hecho es parcialmente cierto, pero las creencias subyacen en lo más profundo del carácter, dando base a toda idea sobre la realidad que pueda tener el hombre latinoamericano. Siguiendo a su maestro de juventud, el filósofo español Julián Marías enfatiza en la permanencia y solidez de las creencias:

En la vida del más creador de los pensadores, las creencias ocupan el puesto decisivo… Los pueblos hispánicos, por extraña fortuna, han conservado con sorprendente vivacidad un fondo de creencias vitales que palpa todo el que tenga un poco de experiencia de pueblos, y esto es lo que les da esa realidad que los caracteriza, a pesar de sus enormes limitaciones y defectos (330).

La unidad latinoamericana que pervive a pesar de las divisiones y desgarramientos a nivel económico, político y social se debe a una “matriz cultural del continente” que Juan Pablo II identificó con la Iglesia Católica, a unas creencias comunes que configuran la forma de pensar y actuar del hombre latinoamericano, cuya aproximación al pobre y desvalido, por ejemplo, se distancia enormemente de la que tiene, con excepciones, claro está, el pueblo norteamericano, influenciado por un pensamiento puritano ―heredado del protestantismo inglés― de la predestinación y la prosperidad para unos cuantos. Por el contrario, el hombre católico, educado por las misiones de franciscanos, dominicos, jesuitas y otras congregaciones religiosas aprendió la caridad por la palabra y el testimonio de aquellos hombres que dieron su vida por los maltratados, enfrentándose incluso con grupos de terratenientes abusivos, cuya existencia no es legítimo negar o maquillar. El ejemplo de las reducciones jesuíticas al sur del continente tiene importancia a este nivel:

Estas fueron iniciadas hacia 1609 como una de las experiencias evangelizadoras más atractivas y que en algo recuerdan a los hospitales de Tata Vasco. En ellas se da un sistema de gran autonomía política, y parejo al proceso de anuncio dela Palabra y de iniciación sacramental se produce un proceso de educación cívica y artesanal de gran envergadura. Con toda claridad se percibe cómo en las ‘reducciones’ de este tipo evangelizar es civilizar en todo el sentido de la palabra. Los desarrollos económicos de las ‘reducciones’ rivalizan con sus logros culturales (Figari 56).

La fe del latinoamericano no es, entonces, un barniz superficial que “decora” o enmascara un panorama de atrocidades y vejaciones perpetradas por el Reino Español. Las velas estampadas con la cruz que impulsaban las embarcaciones hispánicas trajeron consigo las semillas del Evangelio, regadas a lo largo y ancho del continente para echar raíces con el tiempo y dar fruto en una cultura católica que aún le reza a la Morenita del Cobre y a la Virgen de Guadalupe. En América Latina cobran vigencia las palabras del Apóstol Pablo, quien se refiere a Cristo como “el que de ambos [pueblos] hizo uno, derribando de en medio el muro de separación, la enemistad” (Ef. 2,14).

Bibliografía

Bauman, Zygmunt. La posmodernidad y sus descontentos. Trad. Marta Malo de Molina Bodelón y Cristina Piña Aldao. Madrid: Ediciones Akal, 2001.

Dawson, Christopher. La religión y el origen de la cultura occidental. Trad. Elena Vela. Madrid: Encuentro, 2011.

Figari, Luis Fernando. Evangelización, Promoción Humana y Reconciliación. Lima: VE, 1992.

Grieger, Paul. Estudio Práctico de Caracterología. Medellín: Bedout, 1963.

Marías, Julián. Hispanoamérica. Madrid: Alianza Editorial, 1986.

Nuevo Testamento. Traducción directa del Original Griego por Monseñor Juan Straubinger.

Ortega y Gasset, José. Ideas y Creencias. Buenos Aires: Acroworld, 2002

Wagner de Reyna, Alberto. La filosofía en Iberoamérica. Lima: Imprenta Santa María, 1949.

 

 

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