Espiritual Fe Razón

La Iglesia y los Santos

Escrito por Sin Medida

Nuestros santos en el cielo muy probablemente se frustran por que les pedimos intercesión muchas veces para nimiedades, cosas sin mayor importancia para nuestra salvación, siendo que su mayor interés, así como el de Dios, es en realidad vernos finalmente entre ellos, en el cielo

Sobre todo se nos invita a reconocer que tenemos una nube tan ingente de testigos que nos alientan a no detenernos en el camino, nos estimulan a seguir caminando hacia la meta.

                                                                                                                                                   – Gaudete et Exsultate, 3.

Por Javier Currea de 19 años, estudiante de química en la Universidad Nacional de Colombia, Integrante de Sin Medida

lgo que nos separa como católicos frecuentemente de otras denominaciones cristianas es nuestra creencia en la comunión de los santos y nuestra devoción a ellos. A menudo se nos cataloga de idólatras por esta causa, y este es uno de los primeros argumentos que surgen en cualquier discurso protestante de crítica a nuestra Iglesia, apelando a la siguiente cita bíblica: No te harás escultura ni imagen alguna. (…) No te postrarás ante ella ni le darás culto. (Ex. 20:4-5) ¿Qué tan idólatras resultamos siendo?

Pues bien, como buenos cristianos, honestos y humildes, hemos de admitir los defectos para luego poder decir con firmeza las virtudes de las que Dios nos ha revestido. En ese orden de ideas, debemos aclarar que, si bien nuestra Iglesia hace el mayor esfuerzo para enseñar y difundir la doctrina verdadera, especialmente entre los bautizados, es imposible que de la cantidad ingente de católicos en el mundo no surjan posiciones diversas, y sobre todo, que no se cometan errores, ya sea por ignorancia o por otros motivos, tanto dentro como fuera.

Por esto mismo es nuestra responsabilidad aprender de nuestra fe y esforzarnos por ser coherentes con ella. Entre más vivamos de lo que Cristo mismo nos ofrece, más cambiaremos el mundo mostrándole Su Faz.

Veneración y adoración son diferentes

Ya entrando en tema, tiene que aclararse nuestra posición frente a las imágenes y también la diferencia entre veneración y adoración. En contraposición al pasaje del Éxodo ya citado, nos encontramos con la serpiente de bronce hecha en obediencia a Dios (Núm. 21:4-9), por ejemplo. El mismo Dios que acaba de prohibir toda imagen y escultura ordena la creación de una figura de metal para la curación de su pueblo. ¿Cuál es acaso la diferencia entre la serpiente de bronce y el becerro de oro? Que la serpiente, además de ser orden divina, al ser contemplada y otorgar sanación llevaba al israelita necesariamente a agradecer a Dios, lo llevaba a Él, mientras que el becerro de oro fue forjado con la intención opuesta: reemplazarlo, evadirlo. Lo mismo con las personas de los santos como tal, incluyendo a la Santísima Virgen María. Para esto el pbro. Michael Schmitz propone un excelente ejemplo[1]:

Suponga que usted se encuentra en una sala de exposición, y que da la casualidad que el artista autor de las pinturas expuestas está presente. Imagine que usted está observando su obra maestra, un óleo realmente impresionante, y comienza a elogiarlo. ¿Sería lógico que el artista se enojara por esto, pretendiendo que usted solo lo admire a él en persona y no su destreza como pintor? Lo más probable es se sienta halagado de todas formas. Y usted, ¿al observar la pintura está halagando a los pigmentos o las fibras del lienzo? Me atrevería a decir que no, que estaría elogiando la habilidad del autor, en realidad.

La veneración, que es profundo respeto y admiración, hemos de sentirla por los santos y por los ángeles, y de ninguna forma resulta pecaminosa porque tiene como fin elevar las almas a Dios, de forma que la persona venerada es medio para llegar a Dios, no es el fin.

La adoración, que es reconocer a la persona adorada como todo frente a la nada propia, solo se le rinde directamente a Dios, y adorar a cualquier otro ser fuera de Él es idolatría. En la adoración prestamos culto a Dios en sí mismo, y en la veneración , a Él también, pero en la obra de santificación realizada en sus creaturas[2].

Iglesia, cuerpo místico de Cristo

El llamado a la santidad es universal, y la santidad que Dios logra en los seres humanos forma parte de su obra creadora. Si no podemos admirarlo como Dios en los santos, tampoco podemos admirarlo como Dios en la aurora ni en la belleza del canto de un ave, y me temo que tampoco podríamos esperar que Él lograra la santidad en nuestras vidas si no creemos que ya lo ha hecho innumerables veces con las de otros, comenzando con la de su Madre. La clave está en que esto siempre nos lleve a Él al final, y para esto es determinante nuestra forma de ver a los santos.

San Pablo, en su primera carta a los Corintios nos dice que nuestra Iglesia es el cuerpo místico de Cristo y además nos aclara un poco lo que esto implica, sobre todo cómo, al ser partes de un mismo cuerpo, a todos les afecta que cada parte esté bien o mal (1 Cor 12:12-26).

El Catecismo de la Iglesia Católica nos aclara esto aún más: la Iglesia es una comunidad, y en esta comunidad se da la comunión de bienes tanto materiales como espirituales[3]. Así como al entrar en la comunidad pongo mis recursos al servicio de los demás, la fe, los sacramentos, los carismas y la caridad hacen parte de esta comunión.

Esto quiere decir que mi santidad o mi mundanidad afectan a toda la Iglesia, así como un corte pequeño en el pie puede afectar a todo el cuerpo si se infecta y provoca fiebre, o como el buen funcionamiento del corazón o de la dentadura permite que todo el cuerpo permanezca sano. Ninguno de vosotros vive para sí, y ninguno muere para sí (Rm 14:7); La caridad no busca su interés (1 Co 13:5).

Más aún, esta comunión existe también entre la Iglesia de la tierra y la del cielo: Hasta que el Señor venga (…) sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras que otros están glorificados, contemplando claramente a Dios mismo, uno y trino, tal cual es.[4] (…) En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de Fuente y Cabeza, toda la Gracia y la vida del Pueblo de Dios.[5]

Muy acertadamente cita también nuestro Catecismo a Santo Domingo de Guzmán y a Santa Teresita del Niño Jesús[6]: “No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida”, y “Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra”, respectivamente.

Además: Los santos que ya han llegado a la presencia de Dios mantienen con nosotros lazos de amor y comunión. (…) Podemos decir que estamos rodeados, guiados y conducidos por los amigos de Dios. No tengo que llevar yo solo lo que, en realidad, nunca podría soportar yo solo[7]Podemos ver ahora que la comunión de los santos es un regalo enorme para nosotros, Iglesia militante. Sin embargo, hoy en día con respecto a ellos muchos cultivan algo que, si me es permitido, llamaré “devoción apocada”. A lo que me refiero al decir esto es más entendible con este otro ejemplo:

La devoción apocada

Suponga usted ahora que tiene una caries terriblemente avanzada en un molar, y el dolor que le produce es tan fuerte que usted ya se está viendo obligado a cambiar y deteriorar su dieta. Tan grave es la situación que usted, angustiado, agenda una cita con el mejor odontólogo local, del cual usted tiene excelentes referencias. Usted llega puntual a su cita, le comenta su problema al doctor, él lo examina y confirma sus sospechas, y usted de repente se levanta de la silla del consultorio, se retira la servilleta que siempre colocan ellos bajo el cuello, y cuando el odontólogo ya alistaba los implementos para el tratamiento, usted le pide simple y únicamente una acetaminofén. El odontólogo lo mira a usted perplejo y seguramente frustrado de no ayudarlo como él sabe que podría, pero si todo lo que usted le permite es darle una acetaminofén, él no puede otra cosa.

Muchísimos creyentes hoy en día tienen presente a tal santo para tales situaciones, a tal santa para estas circunstancias, y a tal otro para cierto tipo de necesidades, y dada la ocasión, oran para que el santo en cuestión interceda por la gracia solicitada, y aunque la gracia Dios la conceda y el fiel se llene de agradecimiento, la cosa no va más lejos. Esto también es completamente válido, así como la acetaminofén seguramente ha contribuido bastante a mejorar la salud de la humanidad contemporánea, pero no me arriesgo demasiado al decir que el odontólogo era capaz de muchísimo más que una acetaminofén.

Nuestros santos en el cielo muy probablemente se frustran por que les pedimos intercesión muchas veces para nimiedades, cosas sin mayor importancia para nuestra salvación, siendo que su mayor interés, así como el de Dios, es en realidad vernos finalmente entre ellos, en el cielo, ayudando ya a otras almas en camino. Santo Tomás de Aquino es el santo patrono de estudiantes y profesores.

Yo, como universitario, puedo pedirle que interceda para que Dios me ayude a aprobar mi semestre académico, pero en realidad el mayor provecho que podría sacar es aprender de su vida, aprender cómo él llegó a Dios desde su situación, situación como la mía, para así crecer verdaderamente yo en la fe gracias a mi hermano Tomás.

Los santos no están para ayudarnos a sobrevivir, sino para hacernos de amigos y compañeros en nuestra subida al cielo. De ellos se puede recibir ejemplo, mayor amor a Jesús y a María, y también ayuda mediante su intercesión, todas estas cosas precisamente para que lleguemos a la santidad también, a que Jesús sea santo en nosotros. ¡Es increíble lo que hace nuestro Señor cuando una persona le regala su vida! Esto es lo que verdaderamente buscan todos lo que en realidad nos aman, desde Dios y la Virgen para abajo.

 

[1] https://www.youtube.com/watch?v=3K9yGNPaIcA Consultado por última vez el 20 de enero del 2018.

[2] https://es.aleteia.org/2017/06/16/adoracion-devocion-y-veneracion-existe-diferencia/ Consultado por última vez el 20 de enero del 2018.

[3] Catecismo de la Iglesia Católica, 949-953.

[4] Lumen Gentium, 49.

[5] Lumen Gentium, 50.

[6] Catecismo de la Iglesia Católica, 956.

[7] Gaudate et Exsultate, 4.

 

Crédito por las imágenes:

  1. Samuel Zeller en unsplash.com
  2. https://infovaticana.com/2016/09/03/teresa-calcuta-misionera-la-caridad-sin-limites-los-mas-pobres/
  3. https://pixabay.com/es/m%C3%A9dico-paciente-hospital-ni%C3%B1o-899037/

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