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Vandalismo y Desestabilización vs. Autoridad y Orden: más que buenas intenciones

“Llegados a los 100 días, aunque las dificultades persistan, el presidente debe tener por lo menos una visión del horizonte y una idea de cómo afrontarlo, siendo coherente con sus propuestas de campaña”.

La historia de la frustración de las expectativas de los ciudadanos ante un presidente que se presenta con unas ideas y gobierna con otras, no puede repetirse. El precio se pagaría con ríos de sangre y montañas de escombros. El palo no está para cucharas. Y el caldeado ambiente incendiario que nos circunda podría degenerar en un estallido social por cuenta de la imprudencia e incluso descarada desfachatez de un ministro fiscalista que contradice a todas luces al Jefe de Gobierno, el mismo al que se le van acabando los argumentos para respaldarlo.

Y no todo se puede explicar o justificar, simplemente, aduciendo que se encontró “la olla desfondada”, como si de continuar ejecutando todos los desafueros del anterior gobierno se tratara. Se trata justamente de lo contrario, y fue precisamente para ello que los colombianos eligieron a Iván Duque Márquez.

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Llegados al plazo de los primeros 100 días de gobierno, se va haciendo imperativamente necesario para el Presidente Duque pasar de las intenciones a las decisiones, de las palabras a los hechos y de las promesas de campaña a su coherente y diligente ejecución, buscando para ello no explicaciones que justifiquen salidas contrarias al ideario y al programa presentado en campaña, sino alternativas serias que desmonten el costosísimo, ineficaz, inútil e innecesario aparato burocrático-estatal dejado por Santos.

Los desastrosos y demasiado tolerados hechos de “orden” público, ya repetitivos por demás, no tienen nada que ver con presupuestos financieros sino ideológicos, y demuestran claramente la existencia de un plan gradual y sistemático de desestabilización del gobierno y de las instituciones, que se nutre de la vacilante y ambigua actitud presidencial.

Tampoco tienen verdadera relación con aspiraciones ni con auténticos ideales educativos, salvo para hacer evidente su carencia absoluta y servirse de ella instrumentalizándola como pretexto “revolucionario”. Pero ya el señor Duque accedió y dispuso un considerable aumento, con el que tampoco quedaron contentos los protestantes aduciendo el incumplimiento de promesas pendientes por parte “del gobierno”, es decir, de Santos.

En tal sentido, y ante la gravedad de los hechos, el talante democrático del Presidente Duque, expresado en su convicción de ser de “extremo centro” y ratificado en Francia al aducir que no pretende tener un Estado “policivo”, no puede derivar hacia un buenismo ingenuo o hacia una condescendencia cuasi servil –como lo ha parecido por momentos–.

El necesario equilibrio de carácter y de gobierno que demanda este particular momento político y social de nuestra historia le pasaría en breve al Presidente una costosa factura, como ya lo vienen demostrando las inequívocas y “casualmente” precisas declaraciones de dirigentes de izquierda como el congresista autor de las narco-novelas televisivas, Gustavo Bolívar, y las del mismísimo Petro, quien se ha atrevido a llamar “fascista” a la madre que, correa en mano, se presentó indignada a buscar y a sacar a su hijo de entre los vándalos y encapuchados en la Universidad Industrial de Santander, pues los “revolucionarios” no verían en sus gestos (del Presidente) grandeza o afán de conciliar los antagonismos agudizados por Santos, sino que a su búsqueda del equilibrio le sacarían partido como “extrema debilidad” o “estupidez”. Y a esa actitud es a la que están apostando para romper la cuerda por la parte más delgada.


Llegados a los 100 días, aunque las dificultades persistan, el presidente debe tener por lo menos una visión del horizonte y una idea de cómo afrontarlo, siendo coherente con sus propuestas de campaña que, al fin y al cabo, fueron por las que se decantaron los ciudadanos llevándolo a la primera magistratura. Así de fino hay que hilar, y al Presidente le corresponde demostrar una clara línea de acción y de autoridad que, lamentablemente, aún son muy difusas.

Imagen principal: La Vanguardia.


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