Espiritual Fe

Santificarnos en la norma.

“Sin embargo, para no escandalizarlos, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti”.


Mt 17, 22-27

Las ideologías que trastornan el mundo y en especial a América Latina, tienden a ofrecer un ideal de sociedades con más derechos, -hasta antinaturales e irracionales-, mientras mienten con la evasión de los deberes.

Lo curioso es que quienes caen alienados en ese discurso dulzón pero venenoso terminan por advertir una penosa realidad; aquel “otro mundo posible” e idealista de los populistas no es más que una tormentosa pesadilla cuando se concretiza, un canto de sirenas que solo hunde en el abismo profundo, comenzando por sus atentados a la libertad y su sistema asfixiante y totalitario.

Esos modelos fallidos terminan por recordarnos con muchísimo dolor que la vida concreta implica equilibrio y aceptación generosa de las responsabilidades y deberes, porque la existencia de los seres humanos se santifica y crece en la norma.

El hombre en nuestro tiempo tentado a la comodidad y al menor esfuerzo debe comprender que hay una armonía que no se debe romper por más sacrificios que nos implique. Es cierto que debemos procurar estructuras más justas, pero no es cierto y saludable que se deban eliminar aquellas que considero contrarias a mis caprichos y apetencias.

Las sociedades que se relajan en las normas y en la espiritualidad que se vuelve sosa o relativista, terminan enfermando y degenerando en muerte.

La Palabra de hoy, en la respuesta de Jesús a Pedro, y en esa acción de pagar el importe mosaico del Templo con una acción providencial de Dios, nos enseña que no debemos evadir nuestra responsabilidad de construir Iglesia y sociedad con generosidad, que hasta en este deber nuestro Padre Providente nos auxilia, en esta casa común tenemos responsabilidades, tambien en el Templo.

Somos hombres de Iglesia en el corazón del mundo y hombres en el mundo pero del corazón de la Iglesia, llamados a construir Reino de Dios. Evitemos desnaturalizar nuestro cristianismo, cerremos filas contra esas falsas espiritualidades desencarnadas, evitemos el divorcio entre fe y vida.

Nuestra espiritualidad católica que mira a lo eterno no como una fuga del mundo nos pone siempre un polo a tierra; los cristianos comprendemos que estamos llamados a vivir en lo concreto de nuestra cotidianidad nuestra mayor conciencia de ser y obrar como hijos de Dios.

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