¿La Virgen María podía haber cometido algún pecado en su vida ya que ella como cualquier otro ser humano, estaría inclinada a cometer errores y debilidades? ¿Si el diablo tentó a Jesucristo también habría podido tentar a María para hacerla pecar? ¿Y en caso de que la respuesta a esta última pregunta sea afirmativa ella habrá caído en algún pecado?
Para aclarar el tema recurramos a un documento del magisterio de la Iglesia: La bula Ineffabilis Deus.
El Papa Pío IX, en la bula Ineffabilis Deus, que proclama la Inmaculada Concepción de la Virgen, dice: “Así, la colmó tan maravillosamente con los tesoros de su divinidad, más que a todos los espíritus angélicos, más que a todos los santos, con la abundancia de todas las gracias celestiales, y la enriqueció con una profusión maravillosa, para que estuviera siempre exenta de toda mancha, completamente exenta de la esclavitud del pecado, toda bella, toda perfecta y en tal plenitud de inocencia y santidad que no se puede, exceptuando la de Dios, concebir una mayor, y ningún entendimiento que no sea el del mismo Dios puede medir tal grandeza”.
De manera que la Iglesia cree, como dogma de fe, que la Santísima Virgen María, desde que fue concebida en el útero de su Madre Santa Ana, fue la llena de gracia, y como tal estuvo libre del pecado original y de sus consecuencias que verificamos en la humanidad después de que nuestros primeros padres cayeron en pecado.
Pero María no fue la llena de gracia solo en algún momento puntual de su vida sino lo fue también durante toda su vida hasta el día de su tránsito al cielo. Esto quiere decir que Dios preservó durante toda la vida a la Virgen María de las inclinaciones pecaminosas y la protegió del peligro de caer en pecado.
María entró a este mundo libre del pecado original, por tanto se encontraba libre de todo pecado desde el momento de su concepción porque fue llamada a dar a luz al hijo único de Dios. María no nació libre de pecado por sus propios méritos sino por un necesario privilegio de Dios en vista de que ella debía ser la digna morada del redentor entrando en la historia humana.
Y María fue consciente de su dignidad, de su origen y de su identidad; fue consciente de su relación con Dios así como de la relación de Dios con ella través de su hijo; y, finalmente, ella también fue consciente de los designios de Dios para con ella (es decir de su misión). Por todo lo anterior, María, quiso corresponderle a Dios libre, voluntaria, perfecta, consciente y constantemente cada día de la vida; y, además, al estar fortalecida por la gracia de Dios, María no podía caer en tentación.
Seguramente María, como le pasó a su divino hijo que fue tentado por el diablo, también fue tentada, pero ella no podía acceder, pues era la llena de gracia, la llena de Dios. Ella, desde ese estado, pudo tomar las decisiones acertadas no solo en su vida cotidiana sino también en los momentos más cruciales, duros y dolorosos.
En María el pecado mortal queda excluido porque al estar llena de Dios no podía pecar. En María, salvaguardando las debidas proporciones, pasa como con Jesús quien al ser Dios no podía pecar. Nos dice la plegaria eucarística cuarta que Jesús era idéntico a nosotros en todo menos en el pecado. Pero María tampoco podía cometer algún pecado venial pues “Donde hay pecado venial, hay una cierta falta de gracia; pero María estaba llena de gracia; así que no había pecado en ella” (San Alberto Magno, en su libro Mariale).
Según el libro del Génesis, hay una total y perpetua enemistad entre la Virgen María y Satanás (Gen 3, 15), y esto nos hace pensar que, implícitamente, en la Virgen María había un fuerte, decidido y constante rechazo a todo lo que, de manera directa como indirecta, pudiera venir del diablo. Ella se podía defender de todo ataque del maligno; así que el diablo nunca pudo contra ella.
“Sabemos que a María le fue conferida más gracia para vencer por todos sus flancos al pecado” (San Agustín).
“Pienso que descendió sobre ella una abundante bendición de santificación, que no solo santificó su nacimiento, sino que preservó su vida de todo pecado; cosa no concedida a ningún otro nacido de mujer. Por tanto, era conveniente que la reina de las vírgenes, por el privilegio de una santidad singular, llevara una vida sin pecado alguno, ella que daría a luz al Redentor del pecado y de la muerte y obtendría para todos el don de la vida y la justicia” (San Bernardo).
“La sabiduría [en este caso, el Verbo] no entrará en el alma malévola ni en el cuerpo sujeto al pecado” (Doctor Angelico).
Padre Henry Vargas Holguín.