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La paciencia en tiempos de pandemia: oportunidad de crecer en virtud

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Escrito por Sin Medida

En la coyuntura actual es especialmente pertinente reflexionar una vez más acerca de esta virtud, al ser la oportunidad perfecta para ponerla en práctica y fortalecerla. Ante la incertidumbre, el cambio de nuestras rutinas y escenarios ocasiona que seamos más susceptibles a las situaciones adversas que no deseamos o que no podemos controlar; como el avance de un virus. A su vez, nos vemos especialmente sensibles a los pequeños detalles que también nos generan conflicto: las actitudes de aquellos que nos rodean, un pequeño gesto o tono que consideramos inadecuado, las fallas de la tecnología, el tiempo perdido, nuestras propias caídas y fallas. Todo se acentúa, y parece que la percepción que tenemos de todo esto se multiplica. Sin embargo, así como es una situación que parece poner a prueba más que nunca nuestra paciencia, es también una oportunidad única para crecer en esta virtud.

Por Paula Valentina Flórez
Estudiante de Ingeniería Química e Historia de la Universidad Nacional e integrante
del grupo católico interuniversitario Sin Medida.

“Alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación; constantes en la oración”.

Romanos 12, 12

«Señor, dame paciencia»: suele ser una frase frecuentemente escuchada y repetida, en medio de sentimientos de desesperación e impaciencia. Esta frase es un claro ejemplo que permite ver cuán común es el término “paciencia” en nuestro vocabulario, y aun así el poco conocimiento que se tiene sobre su significado, siendo esta virtud escasamente practicada y entendida. Bien dedicaban algunos Padres de la Iglesia secciones completas de sus estudios a la virtud de la paciencia, que Santo Tomás de Aquino denomina como aquella que “impide al hombre alejarse de la recta razón (…) y sucumbir a las dificultades y a la tristeza”, y que, según San Agustín, nos invita a vivir las dificultades con buen ánimo”, con paz y amor, sin dejarse turbar ni entristecer. Sin embargo, el concepto de la paciencia ha sido deformado al entenderse culturalmente como la acción de soportar, aguantar o resignarse ante una persona, actitud o situación conflictiva que se nos presenta.

En la coyuntura actual es especialmente pertinente reflexionar una vez más acerca de esta virtud, al ser la oportunidad perfecta para ponerla en práctica y fortalecerla. Ante la incertidumbre, el cambio de nuestras rutinas y escenarios ocasiona que seamos más susceptibles a las situaciones adversas que no deseamos o que no podemos controlar; como el avance de un virus. A su vez, nos vemos especialmente sensibles a los pequeños detalles que también nos generan conflicto: las actitudes de aquellos que nos rodean, un pequeño gesto o tono que consideramos inadecuado, las fallas de la tecnología, el tiempo perdido, nuestras propias caídas y fallas. Todo se acentúa, y parece que la percepción que tenemos de todo esto se multiplica. Sin embargo, así como es una situación que parece poner a prueba más que nunca nuestra paciencia, es también una oportunidad única para crecer en esta virtud.
El otro más cercano: La paciencia con el prójimo

“Con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, sobrellevándoos unos a otros con caridad”.

Efesios 4, 2
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Con la instauración del confinamiento o cuarentena, nos vemos obligados a compartir más con aquellos que viven con nosotros, es decir, nuestra familia. Fácilmente nos vemos turbados ante las actitudes que no nos agradan de aquellos con quienes nos debemos relacionar: es fácil escuchar en nuestras conversaciones
constantes quejas acerca de algún familiar, algún compañero de estudio o trabajo, del vecino, entre otros. Esto, en vez de mostrarnos los errores de aquel de quien nos referimos, pueden dejarnos ver nuestra poca paciencia para convivir con él/ella. En muchas ocasiones nos falta amor para tratar con aquellos más cercanos a nosotros, y creemos que por esta calidad de cercanos, entonces tienen la obligación
de satisfacer nuestras impaciencias; por el contrario, eso nos compromete a servir con mayor vigilancia, amor y entrega.

Esto no implica aceptar los malos tratos, los actos violentos o cualquier clase de injusticia. Por el contrario, es una invitación a luchar contra estas situaciones con una mirada y una actitud distinta, esforzándonos por mantener la calma en nuestro interior para lograr comunicar de la mejor manera posible nuestras inconformidades y buscar las soluciones más pertinentes.

Según Tertuliano: “Toda injuria hecha con la mano o con la lengua, encontrándose con la paciencia el mismo encuentro la desvanece y la deshace, como flecha arrojada que dando en la piedra de constantísima dureza, se embota o se despunta” (De patientia. VIII).

Adquirir una postura paciente al afrontar y solucionar conflictos permite pensar con mayor sosiego y dejar a un lado la impulsividad en nuestra toma de decisiones y en la expresión de nuestros sentimientos y nuestras percepciones. Recordando así mismo que debemos abogar con amor y calma por la santidad de aquel con quién buscamos resolver alguna problemática.

San Pablo nos aclara al respecto y dice:

Y no es propio de uno que sirve al Señor pelearse, sino ser amable con todos, hábil para enseñar, paciente. (2 Timoteo 2, 24).

No siempre es fácil llevar estas situaciones, pero los santos nos enseñan que es una oportunidad para ofrecer a Dios esos momentos en los que se nos dificultan las actitudes del otro, mientras elevamos una plegaria al Espíritu Santo pidiendo la gracia de llevar a dicha persona con amor y caridad.

Santa Faustina menciona en su diario (1311) una situación particular y muy sencilla, donde muestra este ofrecimiento: ella hace referencia a una hermana ubicada en un reclinatorio al lado del suyo quien carraspeaba y tosía continuamente y la distraía en la oración, la Santa consideró en cambiarse de lugar, no obstante, decidió mantenerse allí y ofreció a Dios este gesto como un acto de paciencia, lo que le llevó consolación a su corazón. Con detalles pequeños como este nos damos cuenta que es posible ofrecer lo más pequeño para crecer en la virtud de la paciencia.

Además, debemos recordar la dignidad de aquellos que nos rodean, vale la pena esforzarnos por dejar de lado aquello que nos molesta de esta persona y recordar todo lo bueno que le caracteriza como hijo de Dios, y alabar al Padre por permitirnos convivir con nuestros hermanos, por más difíciles que sean. Pues finalmente, la paciencia proviene y se perfecciona en la caridad que es el amor mismo, y en el amor todo es posible, incluso vivir con buen ánimo los defectos del otro. Ahora bien, esto puede dificultarse si vemos al prójimo a los ojos de sus defectos y errores, más Cristo nos invitó a verlo a Él en nuestros hermanos y en todos aquellos que nos rodean, por más fáciles o difíciles que sean: Jesús se nos presenta en cada una de las criaturas humanas, siendo así, ¿cómo no actuar con paciencia.

El conocimiento de mis limitaciones: La paciencia consigo mismo

“Tened paciencia con todo el mundo, pero principalmente con vos misma: quiero decir que no perdáis la tranquilidad por causa de vuestras imperfecciones y que siempre tengáis ánimo para levantaros”
(San Francisco de Sales. El arte de aprovechar nuestras faltas, 11)

Ahora bien, muchas veces es difícil darse cuenta que la impaciencia que se suele tener con los demás en ocasiones puede originarse en la impaciencia con uno mismo. No soportamos nuestras limitaciones ni nuestras caídas, viéndonos abatidos fácilmente ante cualquiera de nuestras fallas. Especialmente cuando se sigue el camino de la santidad, ante el primer tropezón en nuestra virtud nos vemos caídos e incapaces de seguir la senda que agrada a Dios, lo que nos aleja de su misericordia y nos dificulta aún más poder acoger su amor en nuestros corazones.

Pues bien, algunos santos nos enseñan la necesidad del auto-conocimiento; bien hablaba de esto Santa Teresa de Jesús y Santa Teresita de Lisieux, quienes hacen referencia a nuestra pequeñez. El tener presente la debilidad humana se convierte en un regalo y un medio valioso de paciencia, que es necesaria para mantener la perseverancia en el camino de Cristo.

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Tener presente esto, nos lleva a alejarnos de la turbación y a continuar con mayor amor y confianza en la bondad divina. Nuestro Dios se gloría aún más en los pequeños y quienes se reconocen como tal, dado que la soberbia no reina en sus corazones y son conscientes que nada pueden sin la acción divina, y dejan al mismo Espíritu Santo actuar en sus vidas. Vale la pena alegrarnos en nuestra pequeñez, en nuestra limitación, de otra forma, no tendríamos tantas oportunidades de entregarnos a la acción de Dios y sentirnos amados y acompañados por Él.

Con respecto a esto, San Francisco de Sales nos brinda lecciones de gran importancia para practicar esta virtud consigo mismo: en primer lugar, hace referencia a la necesidad de reconocer y soportar nuestras fallas, de modo que no nos sorprendamos de nuestras caídas:

Hay, pues, que tener paciencia, y no pretender desterrar en un solo día tantos malos hábitos como hemos adquirido” (El Arte de aprovechar nuestras faltas, 6).

Se hace necesario reconocer que nuestro camino no es plano, ni fácil, y por tanto caeremos muchas veces, por ello más vale aceptar cuan débiles somos y asumir esto con amor y tranquilidad, lo que nos permite trabajar más fuertemente por nuestra mejora y sostenernos más de Dios ante nuestras limitaciones.


Lo anterior, no implica relajarse ante los errores, olvidarlos o resignarse ante ellos, sino reconocerlos y enfrentarlos con amor y determinación. El mismo santo comenta:

“Porque una cosa es no asombrarse de las faltas y otra muy distinta no detestarlas y repararlas” (El Arte de aprovechar nuestras faltas, 8).

De modo que para reconocer con mayor facilidad aquello a corregir, debemos tener la vista clara, con la paz de aceptar que no lograremos la completa perfección hasta encontrarnos con Cristo en la eternidad, si hemos caminado durante la vida de su mano.


Todo esto es necesario, ya que debemos recordar que durante nuestro tiempo terrenal siempre estaremos sometidos a prueba, y por ello el camino a la perfección debemos iniciarlo nuevamente cada día con la perseverancia que solo nos da la paciencia, siendo esta necesaria para soportar cuanta caída se presente, después de todo

“los únicos que no reciben heridas son los que no combaten” (San Juan Crisóstomo).

De modo que, mantengamos siempre en mente los consejos de San Francisco de Sales:

“Si alguna vez sentís impaciencia, no os turbéis por ello: procurad rehacernos rápidamente y con suavidad. Hay que llevar con paciencia la lentitud de nuestra perfección. Si caemos en las redes de algunas imperfecciones, no saldremos de ella a base de inquietud, sino que, al contrario, nos enredamos más”. (El Arte de aprovechar nuestras faltas, 11-13).

Lo que no puedo controlar: La paciencia y el sufrimiento

También nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce la paciencia; la paciencia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza. Una esperanza que no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado. (Romanos 5, 3-5).

¿Cuántos de nosotros podemos eliminar el virus que hoy nos aqueja? ¿Cuántos podemos evitar un terremoto? Hay situaciones que aparecen en nuestras vidas que simplemente no es posible controlar y solo debemos afrontar. Ante esto tenemos la posibilidad de vivir las situaciones con paciencia y resiliencia o con tristeza y frustración. El primer escenario nos permite vivir con mayor paz al unir nuestros sufrimientos al Señor Jesús mientras que el segundo escenario nos sume en la tristeza y la desesperación.

Para esto debemos comenzar con aceptar aquellas cosas que no ocurren como nos gustaría, esas contrariedades que logran dañar nuestra tranquilidad. Desde un pequeño problema tecnológico hasta el sufrimiento más grande. Fácilmente este tipo de situaciones arrebatan la paz interior de nuestro corazón, no obstante, estamos llamados a tener paciencia en sea cual sea la situación que se nos presente, recordando que

“No es verdadero paciente el que sufre lo que quiere y de quién el quisiere” (La imitación de Cristo. Libro tercero. Cap XXI.).

En todo caso, ¿hasta qué punto nuestra impaciencia resolverá nuestras contrariedades?, seguramente solo alcanzaremos mayor desánimo y desesperación, al recordarnos constantemente las dificultades. Mientras que, si nos mantenemos pacientes y con tranquilidad, seguramente tendremos mayor fortaleza para sobrellevarlas y para hacer lo mejor que podamos en medio de la situación adversa.

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Ahora para mantener la paciencia, es importante tener en mente que ningún sufrimiento es eterno, y ninguna dificultad dura para siempre. De todas maneras, la vida es un pequeño instante en comparación a lo que nos espera en la eternidad. Fácilmente olvidamos el fin de nuestras vidas, el verdadero sentido: alcanzar el amor mismo, la alegría en la presencia de Dios por los siglos de los siglos. Fuimos creados para para unirnos a aquel que nos creó, pero caemos en limitar nuestra vista a la vida previa a la eternidad y por ello nos sumimos en la desesperación del sufrimiento. Mantengamos una perspectiva eterna de nuestra vida en cada uno de nuestros instantes y acciones, de esta manera, todo adquiere un mayor sentido y su propósito se maximiza. Así será posible vivir con paciencia y ánimo, sabiendo que más temprano que tarde nuestras dificultades habrán sido sobrellevadas de la mano de Jesús para llegar hasta Él.

Cabe aclarar que de Dios no proviene el sufrimiento, más Él lo toma para sacar de allí un bien, lo transforma y le da un significado. Esto fue precisamente lo que hizo Cristo en la cruz, quién vivió toda injuria y dificultad con amor y por amor. Así, Él nos da la oportunidad de hacernos partícipes de su cruz, Cruz que salvó al mundo, al unir nuestros sufrimientos a Sus Sufrimientos.

En Cristo encontramos el mejor significado del sufrimiento y el mejor ejemplo para vivir con paciencia la situación frente a la que hoy nos enfrentamos. A su imagen podemos buscar agradecer por las bendiciones recibidas en este tiempo de confinamiento, por aquello que aún tenemos y por aquello que nunca nos faltará: su amor infinito y su compañía incondicional. Bien le escuché a un sacerdote decir alguna vez que la vida terrena es un periodo temporal de amor y sacrificio, mientras esperamos con seguridad y alegría que la vida celestial será una eternidad de gozo y amor. ¡No perdamos la esperanza! Esperemos en Él este tiempo de dificultad, y en lugar de aquejarnos por algo que no podemos cambiar, dejemos que Cristo transforme esta situación y le dé un significado de vida y amor, significado que nos permite ver todo con nuevos ojos y aceptarlo con el buen ánimo de la paciencia. Preocupémonos por día a día ser mas santos y vivir cada instante presente con amor, sin dejarnos turbar por posibles contrariedades futuras, pues Jesús nos dice:

“No os preocupéis por el mañana, porque el mañana trae su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad” (Mateo 6,34).

El abandono en Dios: El sentido de la paciencia

Encomienda al Señor tu camino, confía en Él, que Él actuará y hará despuntar tu justicia como la aurora, y tu derecho como luz de mediodía. Descansa en el Señor y espera en Él. (Salmo 37, 5-7).

Esta paciencia parece casi imposible de alcanzar; ¿por qué soportar las actitudes que no me agradan? ¿Cómo vivir con paz tantas dificultades? Ante estas preguntas no hay respuesta humana posible, no obstante, si encontramos una respuesta divina. Solo Dios por el Espíritu Santo es capaz de armarnos del valor y del ánimo para vivir verdaderamente la paciencia, como lo subraya San Agustín:

“Para la paciencia verdadera no se basta la voluntad humana si no es ayudada e inflamada desde arriba, porque el Espíritu Santo es su fuego, y si no se enciende con Él para amar el bien imposible, no puede tolerar el mal que padece” (La Paciencia. XVII).

Así bien, el siguiente paso es pedirle al Espíritu Divino la gracia de aguantar lo inaguantable y esperar contra toda esperanza.

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La buena noticia es que el amor de Dios es tan grande que se muere por abrazarnos con sus regalos y sus dones, está dispuesto a entregarnos todo cuanto le pidamos y cuanto necesitemos, la verdadera cuestión es si estamos dispuestos a recibir esta gracia venida del amor mismo:

¿Tenemos nuestro corazón dispuesto a recibir la paciencia de Dios? ¿Confiamos lo suficiente en Él como para vivir con la certeza de que su amor es todo lo que nos basta? Sigamos el ejemplo de María, quien confió ante las incertidumbres más grandes y quien tuvo la paciencia de sufrir aún cuando una espada atravesaba su corazón. ¿Quién más que una madre, nuestra Madre, puede guiarnos por el camino de esta virtud?

Acudamos a Ella para alcanzar la enseñanza del Espíritu Santo. Recordemos que no estamos solos y no debemos recargar todo en nuestras propias fuerzas, si no, del propio peso se caerían nuestros propósitos e intenciones. Pero en Dios, hasta lo imposible cobra sentido, el más débil se convierte en el más fuerte, y hasta la paciencia más extraordinaria se hace fácilmente alcanzable.

Cuando se confía en Dios “nada nos turba, ni nos espanta”: ni el otro, ni mis limitaciones, ni el sufrimiento, ya que tenemos claro que todo está en manos del Amor mismo, del Padre todopoderoso.

Referencias:
• Biblia de Navarra
• San Agustín, La Paciencia. Tomado de: ugustinus.it/spagnolo/pazienza/index2.htm
• Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología IV: Tratado de la Fortaleza, cuestión 136.
• Jose Tissot, El Arte de Aprovechar Nuestras Faltas: Enseñanzas de San Francisco de Sales.
• Apartados de:
o Diario personal de Sor Faustina. Tercer cuaderno. 1311.
o La imitación de Cristo – Tomás de Kempis

Otros:
• San Cipriano de Cartago, Les avantages de la patience. Tomado de:
*http://jesusmarie.free.fr/cyprien_de_carthage_avantages_de_la_patience.html
• Tertuliano, La Paciencia. Tomado de:
http://www.tertullian.org/articles/manero/manero4_de_patientia.htm
• R. Garrigou-Lagrange O.P., Las tres edades de la vida interior.
• Imagen destacada: https://concepto.de/paciencia-2/
• Imagen 1: https://padresehijos.site/suenos/sonar-con-padre-fallecido/sonar-con-padremuerto-que-te-abraza-5-interpretaciones/
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