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La Solemnidad del Corpus Christi, celebración de la presencia real de Cristo en la eucaristía.

Corpus Christi of Orvieto1

Surge como un deseo de la Iglesia, que como esposa mística de Cristo, quiere exaltar la presencia real en el Santísimo Sacramento en un día diferente al jueves santo, fecha en la que recordamos su institución en la Ultima Cena, pero que termina por pasar casi desapercibida debido a la importancia que cobra por esos días la celebración de los misterios de la Pasión, muerte y resurrección.

A pesar de la devoción y amor tributada a la celebración de la Santa Misa ya desde los primero siglos, la Iglesia siempre quiso resaltar que la consagración del pan y del vino iba más allá de una mera formalidad y que su carácter y esencia tenía un fundamento sagrado y completamente sobrenatural. Es así como termina por instituirse la celebración en la Iglesia desde el siglo XIII impulsada por una serie de milagros y el impulso perseverante de una mística medieval de nombre Juliana de Cornillón que marcan la historia de la piedad eucarística.

El Padre Pedro y el milagro de Bolsena.

Seguramente el más destacado de estos portentos es el “Milagro de Bolsena” ocurrido en el 1263 en Italia, y que lleva al Papa Urbano IV a dar el paso definitivo para promulgar la celebración en la Iglesia universal de la festividad del Corpus Christi.

La misa de Bolsena por Raffaello Sanzio (1512)

A mediados del siglo XIII, el Padre Pedro de Praga peregrinó a Roma pidiendo la gracia de ser fortalecido profunda y claramente sobre la verdad de fe relacionada con la presencia real del Cuerpo, Sangre y divinidad de Jesús en el Santísimo Sacramento. De regreso a Bohemia, mientras celebraba la santa Misa en la cripta de Santa Cristina (Bolsena), y justo después del momento de la consagración (transustanciación del pan y del vino), la providencia quiso asistirlo de manera sobrenatural y lo fortaleció interiormente con una gracia sin par: la hostia consagrada por sus manos sacerdotales empezó a derramar gotas de sangre sobre el corporal que yacía sobre el altar. Era una prueba irrefutable de la presencia real del cuerpo de Cristo y una señal imperecedera delante de los fieles que asistían a la celebración y que, aún hoy después de ocho siglos, acuden a la catedral de Orvieto para adorar tan magna reliquia.

El Papa Urbano IV que se encontraba providencialmente en Orvieto, y quien era gran devoto de la eucaristía, pidió que le trajeran la reliquia. Los fieles de Bolsena, vivamente impresionados por el prodigio, llevaron en procesión el corporal hasta el vicario de Cristo quien sin titubear, y movido por una gracia interior, confirmo lo que desde hace algún tiempo le había confiado la virtuosa abadesa de Cornillon, Santa Juliana de Lieja.

Esta mística belga había tenido la oportunidad de confesar al archidiácono Pantaleón (futuro Urbano IV) lo que Dios le venía revelando desde su más tierna infancia: a la Iglesia le urge celebrar una solemnidad en honor de la eucaristía para que el año litúrgico pueda brillar en todo su esplendor y en donde se rinda la adoración debido al sacramento del amor hermoso, el Santísimo Sacramento del Altar.

Reliquia del Altar donde celebró el Padre Pedro de Praga.

Es así como el Papa publica la bula “Transiturus” y encomienda a Santo Tomás de Aquino la composición del oficio e himno propio (Tantum Ergo) para la celebración de la solemnidad el jueves siguiente a la octava de Pentecostés. (actualmente trasladada al domingo siguiente para garantizar la participación de los fieles)

Milagros, mística, duda de fe y magisterio, construyen conjuntamente los cimientos de una fuerte piedad eucarística que se sobrepone a los siglos y estimula a los fieles creyentes a adorar a la Eucaristía, progresar en la práctica de las virtudes y resarcir por las ofensas cometidas contra el Santísimo Sacramento.

“Jesús se ha convertido en nuestro alimento espiritual para proclamar la soberana dignidad del hombre, para reivindicar sus derechos y sus justas exigencias, para transmitirle el secreto de la victoria definitiva sobre el mal y la comunión eterna con Dios”

San Juan Pablo II (Orvieto 1990)

Hizo traer el corporal y, al constatar los hechos, instituyó la Solemnidad de Corpus Christi!

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