Desde tiempos inmemoriales las grandezas de Nuestra Señora han sido enarboladas por los cristianos en todos los rincones del mundo. El privilegio y prerrogativa de la maternidad divina trajo consigo una serie de especulaciones y tesis al respecto de sus virtudes y dones. En lo concerniente al privilegio de la Inmaculada Concepción, fue mucho lo discutido entre partidarios del sí y del no; incluso, el propio Tomás de Aquino, fue de los mayores contradictores.
Para el siglo XIII, los Frailes menores (Franciscanos) fueron los elegidos por la providencia para llevar adelante la causa de glorificación de la Virgen Santísima a manos del gran teólogo y místico Duns Scoto. Su formación como teólogo y filósofo en las universidades de Cambridge , Oxford y París, le permitieron beber del néctar de los más grandes e ilustres pensadores de la época. Ahora bien, su devoción y amor a Nuestra Señora, le permitió vislumbrar conceptos y categorías teológicas que fundamentaron amplia y generosamente la Inmaculada concepción de Nuestra Señora como tesis en la teología del momento.
Pasaron cerca siete siglos para que el Beato Pío IX un 8 de diciembre de 1854, proclamara el dogma y oficializara la devoción que ya era tradicional en varias naciones del mundo católico “María es libre de cualquier mancha de pecado – original y actual – desde el primer momento de su concepción en el vientre de Santa Ana; pero no solo esto, la gracia que habitaba en María ya desde ese primer momento, superaba a la de todos los ángeles y santos en la historia de la Iglesia.
Es así como tenemos hoy dentro del año litúrgico la fiesta que conmemora este privilegio grandioso de María el día 8 de diciembre. No dejemos pasar este día e invoquemos a Nuestra Señora desde ya con la novena en su honor hasta el día 7 de diciembre, más conocido como el día de las velitas.
AquÍ un poco de historia sobre esta bella devoción a La Virgen María:
