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En defensa de Hollman Morris

Escrito por Santiago Quijano

Años 60, Polonia. Una joven ilusionada con la búsqueda de la fé y la religión, esta a punto de tomar sus votos y convertirse en monja, aquello que siempre ha deseado. Se ha preparado duramente durante largos años y convertida en una novicia modelo decide entregarse totalmente a su religión. Todo cambia en el momento en el que se entera de un secreto que atormentaba a toda su familia. Sus antepasados se vieron envueltos durante la ocupación nazi con terribles consecuencias, ante tales acontecimientos decide emprender una larga lucha para conocer la verdad.

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La carrera profesional de Holman Morris está al borde del abismo. No por un escándalo de corrupción, ni por una desastrosa gestión en su cargo o por falta de sintonía entre su electorado de extrema izquierda y sus ideas de extrema izquierda. La aspiración a la alcaldía de Morris ha quedado prácticamente liquidada por cuenta de una entrevista que su ex señora dio al programa radial de Vicky Dávila.

En el “reportaje”, una mujer ostensiblemente encrespada contra su ex marido, se dedica a contarle a la opinión pública los pormenores más íntimos que, según ella, destruyeron su hogar.

Sin pruebas diferentes al testimonio de la señora Casas, ni un fallo judicial que le dé la razón, la W Radio expuso su testimonio en el programa estelar del medio día. Con grosero cinismo, Vicky Dávila advirtió que por respeto a los hijos, “y especialmente por uno que aún es menor de edad” se abstendrá de abordar temas sensibles.

Dicho eso, inquirió durante una hora a la señora Patricia Casas sobre los vicios de su marido, el tipo de fiestas que hacía, que tanto mercado había en la nevera, si les daba o no para la ropa, y otra andanada de averiguaciones hechas con el morbo de una peluquera chismosa.

Se juntaron el hambre con la ganas de comer: una mujer con el corazón destrozado tras años de fracaso en un matrimonio y Vicky, la decana del amarillismo periodístico, que busca con voracidad exponer al aire los casos más sensacionalistas y macabros, sin importar que no haya pruebas, que no haya sentencias, que exista la presunción de inocencia, y que, ahora si en serio, de ello pueda resultar postrada una familia que de por sí ya estaba devastada.

Como los celadores que se creen dueños del edificio, Vicky se cree la dueña del sistema judicial y ventila por una cabina radial asuntos personalísimos que no le incumben ni a ella ni a la opinión pública.

Que si Morris se drogaba,  que si sus borracheras eran pesadas, que si los niños llegaban bien desayunados al colegio, que si se atrasaba en los recibos de los servicios…

Pero además de dar rienda suelta a un periodismo grotescamente morboso, desesperado por los ratings, Vicky hace gala de una hipocresía desmedida.

En su ya muy larga carrera de lagarta, es difícil suponer que Vicky nunca se haya colado en más de una fiesta en que políticos de todos los pelambres consumen las mismas sustancias que tanto le aterran en el caso de Morris.

Y si nunca ha asistido, seguramente si ha escuchado sobre los excesos en fiestas de  ex presidentes, demás políticos y colegas de su mismo oficio. Si Vicky empezó desde la W una cruzada para elevar la moral en las recepciones sociales, por qué no abre sus micrófonos para que meseros, dealers y prepagos le describan al país el tono que adquieren ciertas fiestas llenas de políticos y de periodistas. Seguro le subiría el rating, pero ¡helas! También se le acabaría su show del medio día.

No soy en lo absoluto admirador ni seguidor de ninguna de las posturas doctrinarias de Holman Morris. Pero no creo que ventilando al aire chismes, calumnias graves sin pruebas e intimidades incomprobables sea la forma como el periodismo en Colombia deba atacar a los políticos que, como Holman Morris, no son del resorte ni del interés de la cadena radial que los destruye.

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