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El progreso de los progresistas

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Ciertamente, si uno le preguntara a cualquier persona que encontráramos por la calle lo que piensa de la esclavitud, es probable que nos diga que es algo malo, que ese tipo de situaciones sociales ya no las podemos aceptar. Sin embargo, siglos anteriores al nuestro, lo habría considerado como algo establecido y hasta justificaciones habría mostrado aquella persona a la que podríamos haberle preguntado, por ejemplo, en el siglo IV antes de Jesucristo. Supone un progreso, por tanto, el que consideremos que la esclavitud de ciertos grupos de seres humanos está mal, sea por razón del color de su piel o por su etnia.

Progreso moral siempre ha existido como también ha existido progreso de cualquier otro tipo. Gracias a los avances de las ciencias y la tecnología, la medicina, por ejemplo, ha ayudado a sanar a seres humanos de lo que, hace cien años atrás, habría supuesto la muerte inminente. Hoy nos comunicamos a grandes velocidades y en tiempo real, por medio del internet y las demás tecnologías de la comunicación, cosa que habría sido imposible durante el siglo XVIII en el ciento por ciento de los países del mundo en ese momento.

¿Podría alguien estar en desacuerdo con que vivimos un tanto mejor que hace doscientos años? Nadie, sensatamente, podría negar que el progreso es bueno y deseable. Nadie, seguramente, estaría opuesto a que se mejoren las condiciones de vida de aquellos que aún no han podido acceder a los servicios básicos de los que muchos gozamos en nuestros hogares. Los progresos humanos desde los mismos comienzos son evidentes; desde que como especie nos erguimos respecto de nuestros parientes (si es que acaso existieron), pasando por el desarrollo del lenguaje, hasta llegar a los más avanzados procesos de cirugías para la reconstrucción de partes del cuerpo afectadas por algún padecimiento; nadie podría negar la realidad del progreso del que somos testigos en nuestros días.

Sin embargo, lo que por lo general se nos escapa, es la definición. ¿Qué es el progreso? En la Edad Media, para tratar los grandes temas y problemas que los hombres tenían que enfrentar, bien en la práctica o en la teoría, el punto de partida fundamental era la aclaración de los términos sobre los que había que versar la argumentación. Cosas estas tan básicas que resulta difícil muchas veces encontrarlo en los «grandes» pensadores contemporáneos. A veces es conveniente, pues la confusión permite que los más oportunistas se aprovechen de la situación para imponer lo que quieren imponer.

La palabra progreso es de esas cosas que todos parecen conocer pero que nadie parece que puede definir con precisión. ¿Qué se trata de significar con ella? Por lo general, la relacionamos con la idea de avanzar. Pero algo que avanza lo hace en vista de un objetivo o meta que se desea conseguir; se reduce la distancia entre el punto de partida y lo que se quiere lograr y a ese proceso lo podemos denominar progreso. Ahora bien, como más arriba señalé; progreso siempre ha existido desde que existe la especie humana, se ha transitado desde lo rudimentario a lo muy sofisticado, estético, deseable y bueno en muchos sentidos.

El mayor de todos los progresos ha sido el ejecutado por el cristianismo. Las grandes escuelas filosóficas que proponían cómo vivir la vida, lo hacían siempre en un sentido inmanente, es decir, profundamente mundano. Pero la irrupción de Dios en la historia humana en la persona divino-humana de Jesucristo, trajo consigo el salto más amplio de progreso que el mundo haya podido experimentar. Gracias a ello, el hombre mortal es invitado a la certeza de una esperanza superior y más perfecta que la que pudieron ofrecer las escuelas helénicas que se preocuparon por la felicidad del hombre.

El progreso hacia lo sobrenatural, trajo consigo la forja de una sociedad basada en los principios cristianos y en la ética del Sermón de la Montaña, lo que podría considerarse como la constitución política del Nuevo Pueblo de Dios: la Iglesia Cristiana. La saludable influencia de esta religión estableció un orden social en donde todos los hombres que se sometieron por voluntad a la voluntad de Dios, encontraron la bienaventuranza que ninguna escuela de filosofía mundana pudo haberles ofrecido. Si se puede hablar de progreso el mejor de todos es el que trajo consigo el misterio de la Encarnación del Hijo del Hombre; Jesucristo Nuestro Señor.

Volviendo a la cuestión de hacia dónde es que nos dirigimos, cuál es la meta y hacia dónde es que se supone que nos lleva el progreso de los progresistas, tenemos que tomar como criterio lo que hoy se acepta como un bien moral pero que antes se asumía como cosa anormal. Ya cualquier persona puede identificar que los disparates de nuestra época, que son tantos y tan variados, parecen la nueva norma de conducta a la que todos nos debemos someter. Hace no mucho circulaba un video de sujetos un tanto afectados psicológicamente, que exigían se les reconociera como trans-especie ya que se identificaban como perros de muchas y diversas razas. Yo no supe si reír o llorar, así que primero reí y  luego lloré.

La nueva ética del mundo es la de la inclusión de los ofendidos, la diversidad de los degenerados, la tolerancia del disparate, la indiscriminación y todas esas parafilias que caracterizan a los grandes movimientos hegemónicos actuales que reclaman notoriedad, aceptación y derechos especiales debido a su condición de anormalidad. Quien se pare en contra de toda esa locura, delirio y serios problemas mentales, será considerado un desalmado; el hereje de la nueva religión secular donde el dios es el disparate de los hombres irracionales.

Decía Chesterton (¡las cosas que decía era tan certeras!): «Si suprimimos lo sobrenatural, lo que nos queda es lo anti-natural». Y yo creo que este es el progreso (es decir, atraso y retraso) de los progresistas contemporáneos: no es ni siquiera regresar al caos primitivo, es todo lo contrario; es hacer que nada tenga fundamento en la verdadera naturaleza del hombre: un mundo en donde la norma es la aberración y el criterio es el disparate.

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