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¿De nuevo ha sido ‘mal interpretado’ el Papa?

Francisco Gestos

«Los expertos distinguen muy bien el carácter teológico o secular de una expresión, cualquiera sea su contexto cultural. El lenguaje y la enseñanza de la Iglesia son muy claros, están ahí, y a ellos hay que remitirse. También –con mayor razón– el Papa».

Una polémica servida…

En un artículo reciente sobre la polémica desatada en torno a las declaraciones del Papa Francisco vertidas a través de un documental, el P. Jorge Enrique Mújica juzga que “la frase” –sus declaraciones– ha sido mal interpretada (tergiversada). Esto dice en su primera consideración:

  • “…el Papa habla sobre la gestión civil de parejas que de hecho ya están conviviendo. O en otras palabras: aborda el qué se debe hacer a nivel civil con situaciones ya existentes”.

Pero inmediatamente, en la segunda consideración, se ve obligado a reconocer:

  • “Esta afirmación, no obstante, se sitúa en contradicción con las consideraciones de la Congregación de la Doctrina de la Fe de junio de 2003”.

No se defiende al Papa ‘leyéndole la mente’…

Los demás aspectos de su análisis los encuentro interesantes, clarificadores y perfectamente –tal vez necesariamenteatendibles. Pero volviendo al primer punto, con respecto al tema que nos interesa dilucidar, plantea una conjetura:

«Ciertamente la expresión “lo que tenemos que hacer” puede dar pie a que algunos entiendan que él quiere involucrarse  personalmente. Más bien parece un giro de vocabulario propio del sur de América».

En otras palabras, dice que ese “giro de vocabulario” suramericano es el que ‘ha dado lugar a pensar que…’. Es decir, lo que ha dado pie a alguna mala interpretación.

Volvemos a lo de siempre: cuando la expresión no es clara sino imprecisa, se nos dice que ‘no entendemos’ y que, por lo tanto, ‘no juzguemos’. Y entonces se hacen auténticos malabares mentales y se recurre a artes de prestidigitación intelectual para referirse a aquello que “parece ser lo que el Papa tiene en mente“, como lo dice textualmente el sacerdote.

¿Un ‘error de interpretación’?

El asunto no es que la ambigüedad surja de la ‘mala interpretación’ que se haga sobre el modo de hablar específico de una región o de un subcontinente.

Si ello fuera así, ¿entonces el hecho de que no sean suramericanos ni Monseñor Viganò, ni las demás personas que en todo el mundo se han pronunciado en el mismo sentido, es lo que ha dado origen a una ‘mala interpretación’ de las palabras del Papa?

Esa tesis es insostenible, habida cuenta de que en los siete años y medio de este pontificado, con el acervo lingüístico disponible y los avances tecnológicos, con plena certeza ya se habría decodificado el “dialecto” papal. De hecho, existen varias recopilaciones de sus dichos y expresiones, claramente explicitadas.

Prudencia, sí, pero también claridad ante asuntos polémicos…

No. Los expertos distinguen muy bien el carácter teológico o secular de una expresión, cualquiera sea su contexto cultural. El lenguaje y la enseñanza de la Iglesia son muy claros, están ahí, y a ellos hay que remitirse. También –con mayor razón– el Papa.

La materia no es geográfica ni cultural. Quienes se han pronunciado, lo han hecho abrumados ante el peso, la entidad, la gravedad y las consecuencias de tales declaraciones, en boca de un pontífice.

La verdadera cuestión es que se mezclen las cosas del César con las de Dios. Y así, ni al César se le da lo que es del César, ni a Dios lo que es de Dios (Mateo 22, 21).

«Roma locuta, disputandum opens»…

De modo que hoy la cuestión ya no es “Roma locuta, causa finita” («Roma ha hablado, el caso está cerrado»), sino «Roma locuta est, disputandum opens»: «Roma ha hablado, se abre el debate».

Porque todo se hace y se dice así: de manera ambigua, equívoca, nebulosa, con una opacidad que deja un margen demasiado amplio, más que para la discusión, a la confusión. Y es en ello en donde el pueblo raso –e incluso, y tal vez más, el “ilustrado”– se la juega y pierde.

¿Un rebaño a la deriva?

Porque ya no sólo está desorientado, sino desconcertado. “Mi pueblo perece por falta de conocimiento” (Oseas 4, 6), se lamenta el Señor. “Los miró y sintió lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor” (Marcos 6, 34).

Con tantas ambivalencias, lo que impera y se respira es un ambiente de confusión. Diría un avisado: “Como le digo una cosa, le digo tres”. Hoy es sí, mañana no; pasado: quizás, quién sabe, tal vez… Pero aquello de decir “sí cuando es sí y no cuando es no” (Mateo 5, 37), parece que ya no aplica.

Moral, pecado, conversión y responsabilidad ante Dios

Hoy ya no se confirma a los hermanos en la fe, sino que se aceptan sociológicamente las distintas formas de convivencia, como si de algo natural se tratara –el multifamilismo en su máxima expresión–. Y así el asunto se acepta sin más, como si se redujera a una cuestión ‘de justicia’ en el orden civil, para abogar por una forma jurídica que las legitime y valide.

Se pasó de aceptar cualquier forma de convivencia, a la connivencia: ya no se reconoce el pecado, mucho menos se le denuncia ni se llama a la conversión. Que cada quien siga en lo suyo, que “Dios lo ama como es”; sin las amorosas exigencias propias de un Padre verdadero que vela no sólo por el ‘bienestar’, sino por el adecuado desarrollo y la madurez de sus hijos.


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