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Código de Policía podría permitir besos homosexuales en las iglesias

Escrito por Redacción R+F

El objetivo de la “agenda gay”, como podría constatar un observador atento con los últimos acontecimientos, más que lograr la inclusión de una minoría marginada en el goce de los mismos derechos que la mayoría, lo que busca es imponer una sensibilidad moral que no tolere el orden natural de la sexualidad humana.

Y el nuevo Código de Policía, aprobado con votos del Centro Democrático y del Partido Conservador, es un preocupante avance en ese sentido.

El artículo 33 le ordena a la Policía imponer la máxima multa a quien obstruya o limite las manifestaciones de afecto y de cariño homosexual en espacios abiertos al público, la cual equivale a unos $790.000.

Esta norma puede ser la mayor conquista de la agenda gay en nuestro país, después de la eliminación de la complementariedad sexual del matrimonio y de la adopción, ya que se dirige a criminalizar el impulso natural de la sociedad para proteger su concepción compartida sobre lo que es el orden moral de la sexualidad, del amor y de la familia.

¿Por qué a alguien le molestaría ver a una pareja del mismo sexo darse un beso en público? Por la misma razón por la que le molestaría ver a un trío heterosexual haciendo lo mismo en público (un hombre besando a dos mujeres al tiempo, o una mujer besando a dos hombres al tiempo): por inmoral.

Esto último le chocaría a la gran mayoría de personas, liberales y conservadoras, más allá de que no se trate de un acto propiamente sexual ni exhibicionista.

Y es que el razonamiento moral no funciona siguiendo premisas lógicas, sino que es un proceso más complejo en el que juega un gran papel la experiencia propia, las virtudes y los vicios vividos, las costumbres y la sensibilidad que permite percibir instintivamente lo que está bien y lo que está mal.

Por ejemplo, el 90% de quienes consideran moralmente válido la promiscuidad y el aborto, tienden a estar de acuerdo con el supuesto principio según el cual uno puede hacer con su cuerpo lo que quiera, mientras no haga daño a otro, y sin importar los límites morales que tenga la sociedad.

Sin embargo, con seguridad el 99% de ese mismo grupo estará en desacuerdo con la idea de que uno pueda vender sus órganos al mejor postor u ofrecer su propia carne para consumo humano, así se haga por una buena causa, con total autonomía y plenitud de conciencia. ¡Eso es diferente!, dirán, mientras se enredan al intentar explicar por qué.

Lo hacen porque instintivamente están en contra de la comercialización de órganos y del canibalismo, y cualquier cuestionamiento en estas materias lo pueden resolver fácilmente, a pesar de que esté en contra del gran principio que supuestamente promueven: “mi cuerpo es mío y puedo hacer con él lo que quiera”. En gran medida esas intuiciones morales se sostienen en la confianza, de que la sociedad estará mayoritariamente de acuerdo con ellos en esos puntos.

¿Hipocresía, incoherencia, disonancia cognitiva? Lo que sea. Pero en las cuestiones morales mandan las costumbres, el sentimiento compartido sobre lo que está bien y lo que está mal. Y con esta norma es ahí donde el lobby homosexual se está imponiendo.

Alguno pensará que esta norma va dirigida sólo contra personas violentas, que maltraten en público a parejas homosexuales pacíficas que no molestan a nadie.

En realidad la norma no dice nada sobre la forma como se pretenda “limitar” los besos homosexuales. Una sugerencia respetuosa y hasta hecha con pena, puede ser suficiente para que a quien ose a preservar la moral pública se le imponga la más severa multa.

Además, el Código de Policía es muy claro al explicar que esta norma se aplica a los lugares “que siendo privados trasciendan a lo público”, descripción en la que una iglesia podría encajar perfectamente.

Una de las estrategias de las organizaciones pro homosexualidad consiste en la provocación, realizando “besatones” muy útiles para atraen enjambres de periodistas (casi siempre simpatizantes acríticos de sus causas), y demostrar su poder a quienes se resisten a su reingeniería moral.

Bastaría con que al lobby gay le parezca inoportuno que la Iglesia recuerde lo que siempre ha enseñado sobre el matrimonio y la familia, para que convoque a una campaña de besos homosexuales en las iglesias del país, y se divierta viendo como la policía termina multando a quien ose a interrumpirles.

Besatones de este tipo ya se ha hecho en países como EEUU o Perú, pero en las afueras de los templos, así como también se ha hecho en la ciudad de Bogotá, frente a la iglesia Lourdes o a la de san Francisco.

Pero algunos activistas ya han ido más allá. El fotógrafo español Gonzalo Orquin hizo en 2013 una convocatoria para  escenificar besos homosexuales al interior de varias iglesias de Roma, para luego hacer una exposición en el Vaticano, la cual, para su sorpresa, fue cancelada.

Luego de la entrada en vigencia del nuevo Código de Policía, si algún activista en Colombia quisiera seguir los pasos de Orquin, no sólo podría hacerlo sin ningún problema, sino que además podría ir acompañado de un policía para que multe a quien se atreva de hacerle el más cortés y educado reclamo.

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