Razón

La falaz pugna del espíritu y la materia

Escrito por Invitado

*Por: Tibor Rosenthal, psicólogo, con especialización en Recursos humanos y otra en Neurociencias del desarrollo.

Tanto la razón como la intuición, como herramientas del hombre, precisan la influencia de la sabiduría para ejercer autoridad sobre el mundo, de modo que se resuelvan los dilemas sin sucumbir a la vulgar sugestión de la mediocridad intelectual, tan común en el mundo moderno. Se debe, además, fijar la implícita y dicotómica relación entre la razón, que se representa desde las disciplinas científicas y perspectivas naturales de los asuntos humanos, y la intuición, que surca el espíritu y nos permite reconocer el eco de los misterios que yacen en reinos recónditos y enigmáticos.

La razón, por lo tanto, es lo que expone como objeto la materia, concisa, concreta y detallada, nos permite reconocer el orden del mundo limitado pero magnífico sensible al empirismo, mientras que la intuición nos invita a percibir las excepcionales relaciones de aquello que esquiva con gracia la sencillez de la materia, en el mundo de los símbolos y el espíritu. Sobre este principio se propone de manera somera, pero concreta, una teoría que, aunque incipiente, concibe una perspectiva de la realidad en la que conviven los principios de la materia, con el paradigma científico y su método; y el mundo espiritual, con la intuición y la sabiduría para guiarle.

Partiendo, además, de que pretender explicar un hecho científico con las herramientas de la metafísica espiritual es igual de discutible e insuficiente como reducir al determinismo pragmático las elevadas verdades trascendentales. Se advierte que el hombre, por su naturaleza, contiene en sí las capacidades para asumir posturas frente a la vida explícita y física, y al mismo tiempo es lo suficientemente perspicaz como para sospechar de que al otro lado del velo se recrean símbolos y se agitan cualidades perennes, invitando a las personas a buscar la maestría de la técnica, la academia y la razón para conducirse en el mundo, pero que al mismo tiempo desarrolle la curiosidad que evoca imperante la fe y exige humilde la sustancia trascendente. Es decir, que ante lo implícito su preocupación sea concebirle y no ignorarle.

Bajo la idea del determinismo materialista se han impuesto argumentos falaces a favor de temas como el aborto, los estados laicos, el ateismo militante, el progresismo político, el pragmatismo cientificista y  la amoralidad del derecho, que han dejado sin carácter espiritual a los estados modernos, cuyas crisis éticas son numerosas y comunes. En esta relación sintética y artificial entre la ciencia y la espiritualidad se encuentra la ineficiencia del abatido anacoreta que acepta su derrota con ascética estoicidad, tratando de escapar ante los retos que imponen los tiempos.

Es menester la reacción, compuesta por una definida aptitud y templanza frente a lo explícito y una constante búsqueda de lo metafísico. En palabras de Nicolás Gómez Dávila:

“El reaccionario no es el soñador nostálgico de pasados abolidos, sino el cazador de sombras sagradas sobre las colinas eternas”.

Se fomenta entonces una opción que no se arropa entre las reacciones partidistas, propias del científico pretencioso y la fatiga del teólogo, ni en el pragmatismo materialista o el nihilismo eremita, pero invita a cautivarse ante el potencial de su humanidad y a maravillarse ante la belleza de lo que le espera más allá de la substancia. Hacerse con la ciencia, dejándose guiar por el sutil camino que evoca la verdad primigenia: Dios. “Haber encontrado la fragancia de lo sublime tuvo como precio la permanente conciencia del pasado y la persistente búsqueda de su esencia en el presente”.

**Imagen: “Daniel In The Lions Den”, por Briton Riviere. Muestra el momento en que, por acción de un ángel, los leones no pueden abrir sus fauces y, de este modo, Dios salva a Daniel de la muerte. Tomada de www.biblestudytools.com

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